No digo más nada y simplemente,
dejo aquí mi última ocurrencia ;)
Pasillo
No me lo podía creer. Que yo misma, que conocía la facultad y sus pasillos, como la palma de mi mano, anduviera escondiéndome como una adolescente por cada recodo…con el corazón a mil…me lo dicen y no me lo creo.
Un corazón, por cierto, que no me pertenecía: cuando choqué con aquel profesor, perdí el conocimiento y desperté en su cuerpo, el propio cuerpo tenía tal impronta adquirida, que fui a dar clase a segundo casi sin planteármelo.
¡Menuda clase di! Porque claro, el cuerpo era suyo…pero los recuerdos se ve que no se habían venido con su sustrato físico (por cierto, si os parece que mi vocabulario no es de limpiadora, tenéis toda la razón).
Me estoy formando: llevo seis meses fingiendo ser un señor catedrático. Y pienso seguir haciéndolo todo el tiempo que pueda. ¡Me encanta mi nueva vida!
Me mima mi mujer, cuando llego a casa por las tardes. Me miman mis nietos…oye, es que le estoy cogiendo el gustillo hasta al brandy que me echo todas las tardes mientras preparo clases para el día siguiente y acaricio a Max, mi gato persa.
¿Qué estoy siendo egoísta? Pues bastante…pero ni os imagináis lo feliz que estoy haciendo a todo el mundo. Mi mujer, encantada de que ya no sea un gruñón: me dice que se siente comprendida y que le encanta conversar conmigo últimamente.
Mis nietos, locos porque los llevo al parque y los consiento con alguna golosina. Las alumnas y los alumnos…¡ni te cuento! Me dicen que mis clases son más amenas que nunca.
Así que, aunque a veces, cuando atisbo a lo lejos del pasillo a la señora de la limpieza del ala derecha de la facultad (con el tiempo justo para girar velozmente en otra dirección o meterme en cualquier aula a disimular) o la veo pasar de espaldas con ese andar cansado que la caracteriza…me siento un poquito mal. Pero me consuela pensar la alegría que he traído a las personas que forman parte de la vida del Señor Catedrático.