Henry Ford, el celebérrimo fabricante de automóviles, tuvo, como acaso sabe el lector, unos comienzos muy humildes, y gusta de evocarlos con frecuencia. A veces estos recuerdos van esmaltados de anécdotas pintorescas. He aquí una de esas anécdotas:
Una noche, hace ya muchos años, Ford fue bruscamente despertado por cierto ruido sospechoso que provenía de la habitación contígua a su alcoba. Empuñó un revólver y cuál no sería su sorpresa al hallar a un ladrón que pugnaba por descerrajar un mueble.
Asustóse el raterillo al ver al dueño de la casa en tan amenazadora actitud, y empezó a gemir, pidiendo misericordia:
—¡Por Dios, no me denuncia usted! ¡Soy un desgraciado! ¡Robo para poder comer!...
Pero Ford no se incomodó. Nada de eso. Tranquilamente, sin que se alterase uno solo de sus músculos faciales, abrió la puerta del piso y dijo al ladronzuelo:
—Anda, vete, vete... Y no vuelvas a buscar dinero, por la noche, en la casa de un hombre que no sabe encontrarlo durante el día.
Diario Palentino | 6 Febrero de 1926