Del lat. tardío martyr, -y̆ris, y este del gr. μάρτυς, -υρος mártys, -yros; propiamente 'testigo'.
1. m. y f. Persona que padece muerte en defensa de su religión.
2. m. y f. Persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones.
3. m. y f. Persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones.
«El hombre que asesinó a tu padre, y a otra persona, es el suicida más auténtico. Nunca trató de salvarse, es lo que se ha dicho. Nunca perdió la fe [...]. No se engañaba del todo, sin embargo: sabía que Dios lo abandonaría [...].He aquí dos hombres. He aquí dos mártires: Luther Amos Dunphy y Augustus Voorhees. El uno, soldado de Dios, sabe que se enfrentará a una probable pena de muerte pero tiene una misión que cumplir pues «la libre elección es una mentira, los niños prefieren sin duda la vida». El otro, médico abortista, defensor a ultranza de la salud pública especialmente para las mujeres pues «no puede existir una democracia libre donde uno de los sexos esté encadenado a un "destino biológico"». Uno mártir en defensa de su religión, otro mártir en defensa de sus convicciones, ambos mártires en el cumplimiento de lo que arguyen son sus obligaciones y por tanto ambos cumplen a la perfección la definición que el diccionario de la Real Academia Española ofrece para la entrada mártir. He aquí, pues, según la cita precedente, dos perfectos suicidas.
[...]
Pero Gus Voorhees era también una especie de 'suicida'... de facto. En la manera de desafiar a sus enemigos, en los riesgos que corría, tu padre era valiente, pero también, como sin duda tenía que saberlo, tenía 'tendencias suicidas'. Sopesó la posibilidad de su propia muerte y el valor de sus servicios a mujeres que le necesitaban y decidió que merecía la pena, sucediera lo que sucediese. El mártir perfecto es un suicida».
Este es, por tanto, un libro de mártires, como indica su más que acertado título, y para más inri este es, efectivamente, un libro de mártires americanos.
Así que he aquí a América, ese gran país. Ese gran país que con sus grandezas y sus miserias ha conseguido que buena parte de la humanidad le otorgue en demasiadas ocasiones como sinónimo el nombre de todo un continente (léase, pues, Estados Unidos, y perdóneseme la injusticia cometida con el resto de continente (norte, centro y sur) a lo largo de esta reseña). Y he aquí también a Joyce Carol Oates (la artífice de este libro de mártires americanos), esa gran escritora. Esa gran autora americana a la que no le hace falta ningún epíteto geográfico por ser una grande del actual panorama literario universal, pero que sin embargo es tan americana, retrata tan bien en su obra la América que es su país... Aunque en esta novela en concreto sería más correcto decir que retrata magistralmente las dos Américas que son su país.
«Aún tardaría algún tiempo en darme cuenta de que se refería a una guerra dentro de los Estados Unidos, cristianos contra ateos por el alma de nuestro país».«En los Estados Unidos se libra una guerra religiosa por el corazón y la cabeza de los ciudadanos... de los votantes. Hay un guerra. Y en las guerras muere gente inocente». Como murió Gus Voorhees. Como junto a él murió su acompañante ese 2 de noviembre de 1999 Timothy Barron, efecto colateral que se verá relegado al olvido por la fama del doctor Voorhees. Como se enfrentará a la pena de muerte Luther Dunphy. Cuán inocente es un muerto que elige voluntariamente enfrentarse a un riesgo mortal, tal vez os preguntéis. Cuán verdaderamente libres son muchas de las elecciones que pensamos tomamos desde nuestra más absoluta libertad, me pregunto yo. Cuán enteramente nuestras son nuestras más arraigadas convicciones. Somos efectos colaterales muchas más veces de lo que sospechamos y producimos muchos más efectos colaterales de los que nos gustaría admitir.
Bienvenidos, pues, queridos lectores, a las dos Américas y que Dios (léase la fe, que por supuesto no tiene por qué remitirse necesariamente a una religión, que cada uno quiera abrazar) bendiga a ambas. Una, la de Luther Dunphy; la otra, la de Gus Voorhees. La una deprimida económicamente, en la que abunda el bajo nivel formativo y los trabajos manuales, cristiana (no necesariamente católica), horrorizada por ese «asesinato santificado por el Estado» que consideran es el aborto que no permite a tantos niños inocentes nacer. La otra más culta, racional, con predominancia de las profesiones liberales, atea y defensora del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y su vida. Dos packs que, aunque yo no creo que deban serlo, parecen indisolubles. Como si las condiciones llevaran aparejadas las convicciones.
De entre las convicciones destaco el aborto por ser uno de los temas que aborda esta novela. Es su origen, con el asesinato del médico abortista a manos del activista provida, y se trata transversalmente a lo largo de toda el libro. Oates lo aborda teniendo en cuenta la complejidad del tema. Aun así, se me ocurre algún aspecto al respecto que ha quedado por explorar. No me importa en demasía pues, aunque lo pueda parecer, creo que no es el aborto el tema principal de esta novela.
Otro de los temas que trata es el de la pena de muerte. Resulta curioso cómo nos manifestamos una y otra vez a favor o en contra y el poco tiempo que dedicamos sin embargo a pensar la forma en la que esta se lleva a cabo. Son muchas cosas las que ignoramos, como por ejemplo que «en el caso de la inyección letal «pifiada» más larga (varias horas) de la que se tenía noticia, el condenado estuvo consciente con frecuencia y gritaba de dolor. Después se llegó a saber que los fármacos no se le habían inyectado en una vena sino en los tejidos circundantes. Se citaban las palabras del científico que había elaborado la inyección letal, y que la consideraba un medio «más misericordioso» que el gas, la horca o la electrocución: «Nunca se me ocurrió que tendríamos idiotas de solemnidad administrando los fármacos»». Pero no, no son idiotas de solemnidad los que administran los fármacos al reo, tan solo se trata de personal penitenciario no sanitario asumiendo por tanto un cometido que no es el suyo. Ello es así «porque los médicos o las enfermeras, e incluso los técnicos de emergencias, se niegan a hacerlo por alguna razón «ética», «humanitaria». No participan en las ejecuciones». Así que es su supuesta humanidad lo que les lleva a lavarse las manos en vez de evitar la poca humanidad de esas muertes. Y por supuesto que no quisiera vérmelas en una situación así y que respeto la objeción de conciencia. Objeción de conciencia que existe para practicar un aborto. Objeción de conciencia que existiría para practicar por ejemplo la eutanasia si esta fuera legal. Pero mucho me temo que en algunas ocasiones la conciencia objeta según el objeto de la objeción vaya en un pack o en el otro. Y, así, asisto en esta novela a la paradoja no ya de que los que condenan el asesinato por parte de Dunphy estén en contra de la pena de muerte, sino de que aquellos otros que casi elevaron al soldado de Dios a héroe la defiendan sin importarles que este pueda ser víctima de ella.
No, la eutanasia no es un tema que se contemple en esta novela. Es solo una idea que me ha venido a la cabeza mientras la leía al igual que no he podido evitar pensar en ocasiones en nuestras dos Españas y esa crispación entre ambas que a algunos les conviene tanto agitar. Por supuesto que Oates no pone nada de ello en esta novela de mártires americanos porque en realidad no pone nada respecto a nada, solo lo deja caer y allá nosotros con nuestra recolección. Pero mejor dejo mi cosecha y vuelvo a la novela y a las paradojas que plantea.
San José | 8M2019, fotografía de MediaReduy
El 2 de noviembre de 1999, pues, Luther Amos Dunphy mató a tiros al doctor Augustus Voorhees en el aparcamiento de una clínica para mujeres en Muskegee Falls, Ohio, y «el disparo de aquella escopeta aniquiló todos los recuerdos de nuestra familia. Porque como somos aquella familia, quedamos aniquilados en aquel instante». Ah, sí, también vuelvo a los efectos colaterales.
Paradoja: el hombre defensor de los nonatos deja el hogar en el que viven sus hijos natos sin padre. Paradoja: la esposa del hombre que defiende los derechos de las mujeres «se había convertido en una especie de borrón, una figura en movimiento. Raras veces había pensado en carrera, en vida. Mientras le había parecido que él seguía queriéndola». Paradoja: en esta novela hay una niña adoptada a la que sus padres adoptivos «la han elegido entre multitudes. La palabra extraña era multitudes. No sabíamos qué hacer con ella. Había algo terrible en la idea: un verdadero océano de bebés». Un verdadero océano de bebés nacidos entre los que elegir cuál adoptar. Un verdadero océano de bebés o fetos entre los que elegir cuáles nacerán y podremos así llamarlos bebés sin atisbo de conflicto ético.
«Lo cierto es que te equivocas si piensas que por haber nacido estás en condiciones de evitar que otros nazcan».Las familias de Dunphy y Voorhees son diametralmente opuestas y sin embargo muy parecidas. Por muy liberal que se sea parece que no se puede evitar educar a los hijos a imagen y semejanza de las convicciones de uno. «Cualquier cosa que papá quisiera que dijéramos, la decíamos, y cualquier cosa que quisiera que creyéramos, la creíamos». Los sentimientos, además, son patrimonio de la humanidad, no entienden de packs y la rabia anestesia el dolor de algunos miembros de ambas familias.
La novela se centra en las dos hijas mayores de nuestros dos hombres, Dawn Dunphy y Naomi Voorhees. Las acompañamos desde la preadolescencia hasta que se convierten en jóvenes mujeres. Y es que otro de los temas que trata esta novela es el del paso del tiempo.
Creo que el aborto es una cuestión mucho más moral, cultural y personal que religiosa, política e incluso científica. Creo que las ideas no deberían estar por encima de las personas. Sin embargo son algunas personas, esas que apuestan todo en su afán de construir un mundo a imagen y semejanza nuevamente de sus ideas, esos mártires suicidas, las que cambian el mundo para mejor o peor. El que se considere mejor o peor supongo que depende del pack que cada uno haya comprado. «Hay mártires para cada una de las causas que hablan al corazón de la humanidad» y como algunas de esas causas hablan a mi propio corazón, a pesar de que no comparto ningún tipo de dogmatismo ni de fundamentalismo independientemente de lo que defiendan, no puedo dejar de sentir que estoy en deuda con todos los mártires que a lo largo de la historia han contribuido a la conquista los derechos y libertades de los que actualmente disfruto.
El tiempo pasa, pues, y no solo para Dawn y Naomi. Los años trascurren y los nombres de sus respectivos padres serán tan olvidados como lo fue en su día el de Tim Barron. Tan solo permanecerá lo que simbolizaron sus acciones. Todos moriremos y al cabo de los años no quedará nadie que nos recuerde. Seremos un extinguido más entre multitudes. El reverso o negativo de un nonato entre un océano de bebes. Porque «al final no hay más que... silencio. El mundo sin nosotros».
He aquí una novela de más de ochocientas páginas con ninguna de ellas prescindible.
Concentración Dator, fotografía de HazteOir.org
Ficha del libro:
Título: Un libro de mártires americanos
Autora: Joyce Carol Oates
Traductor: José Luis López Muñoz
Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 824
ISBN: 978-84-204-3168-0
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