Revista Cine
En España el amor a los libros es pronominal. Así, mientras en otros países de habla hispana es posible oír frases como "yo amo Cien años de soledad" o "amo a Roberto Bolaño", se me ocurre que aquí tales pasiones literarias es más habitual expresarlas con un "me gusta, me encanta, me fascina, me apasiona, me maravilla", y dejar la conjugación del verbo amar para las canciones o los títulos de películas. Curiosamente, no tenemos verbos pronominales para expresar nuestras fobias literarias, y los "me molesta, me jode, me da asco, me repugna, me repele" los utilizamos exclusivamente para hablar de política. Al hablar de libros, en nuestro odio preferimos ser directos: odio, detesto, aborrezco los libros de fulanito, o mejor aún, a fulanito y a toda su familia.
Con Gótico carpintero se me hace difícil escoger un verbo que exprese de manera precisa mi experiencia. Sin duda, "me ha apasionado" sería uno digno de considerar. Pero "no ha parado de tocarme las narices" también se acerca bastante a lo que he sentido. Ha sido una sensación entre no poder dejarlo y no ver el momento de que se acabara de una vez. Se trata de una novela, sí, fascinante, pero también de un reto que en ocasiones, por lo menos si queremos atar todos los cabos, nos parece insuperable (¡y dicen que ésta es una de las novelas más accesibles de Gaddis!). El lector tiene a ratos la sensación de que está en un rodeo, intentando domar un potro salvaje. Sabemos que podrá con nosotros, pero seguimos agarrados a él, y por muchas veces que nos tire al suelo, volveremos a montarnos. Todas las veces que haga falta. Se va a enterar. ¡Potros góticos a mí!
La trama de Gótico carpintero es tremendamente sencilla, o quizá sería más apropiado definirla como horriblemente complicada. Si nos adentramos en ella sin mucha cautela, nos parecerá algo tan sencillo como la historia de cuatro personajes principales y las relaciones entre ellos. Paul Booth es una especie de relaciones públicas para un siniestro reverendo que ahogó a un niño al bautizarlo. Liz, su mujer, es lo que en inglés se llama a "doormat", es decir, un felpudo. Se deja avasallar, se deja insultar y, probablemente, es golpeada por Paul. Y digo probablemente porque una de las características de Gótico carpintero es que, en mayor medida que en otros libros, es el lector quien tiene que hacer todo el trabajo. Gaddis suelta pistas por aquí y por allá, y se supone que el lector las debe ir recogiendo. El problema es que, a continuación, coge un camión volquete y sobre las pistas que ha ido soltando deja caer toneladas y toneladas de datos. Es todo un reto para el lector intentar abrirse camino a través de ellos, y a ratos la novela se asemeja a un puzle de mil piezas que reprodujera un cuadro blanco.
Ejemplo del estilo arquitectónico llamado gótico carpintero
Los otros dos personajes principales son Billy y McCandless. Billy es hermano de Liz, y es el clásico sinvergüenza que vive de los demás, y sobre todo de las demás, a las que sabe exprimir sin escrúpulos con su rollo hippy y espiritual. Los sablazos que le da a su hermana son constantes. McCandless es el dueño de la casa, y su contrato de arrendamiento con los Booth le permite en cualquier momento el acceso a la casa, donde tiene una habitación cerrada con llave donde guarda unos misteriosos documentos. Si esto último os parece un motivo sacado del cuento de Barbazul, quizá no andéis del todo desencaminados. La novela está atiborrada de referencias literarias, símbolos y alegorías que al más común de los lectores (el nene) le pasan completamente desapercibidas. Por el contrario, en este magistral, profundo y apasionante análisis de la obra, el autor es capaz de sacar cantidades industriales de jugo tan sólo al primer párrafo. Destaquemos, por poner sólo un ejemplo, la enorme influencia que ejerce Jane Eyre en esta novela, influencia de la cual yo, que la leí no hace tanto, ni me había enterado.
Entre los datos que el lector tiene que ir recogiendo para intentar que la cosa gótica tenga algo de sentido, tenemos decenas de acrónimos, referencias a personajes y hechos de los que no sabemos nada y que, quizá, sólo quizá, más tarde se nos revelarán; contratos millonarios, la CIA, fideicomisos, misioneros en África, geología, desfalcos y mucha jerga de abogados. A todos ellos los personajes hacen referencia sin tener en cuenta al lector. En una conversación preguntaríamos "un momento, ¿de qué estáis hablando?". Obviamente, en una novela no tenemos esa opción, por lo que tenemos que elegir entre tomar notas aplicadamente, o intentar simplemente disfrutar de esta primera lectura, y reservarnos el esfuerzo para la segunda, si la hubiere. En cualquier caso, Gaddis ciertamente sabe hacer disfrutar al lector y halagarle el ego, pero el que más disfruta es él mismo, el autor, que no está haciendo más que jugar con nosotros y hacernos pensar que llevamos las riendas de la lectura, para de repente, ¡zas!, tirarnos al suelo. Otra vez ese maldito potro.
Así, pasadas unas páginas, creemos que le hemos cogido el tranquillo a ese estilo con puntuación errática, en el que los personajes no se nombran los unos a los otros y llegamos a tardar decenas de páginas en adivinar quién está hablando. Pan comido, nos decimos, que yo he leído a Faulkner. Pero al cabo de un rato, nos damos cuenta de que nos estamos hundiendo en las arenas movedizas (lo siento; como veis, hoy estoy metafórico) de una historia densa, tensa, repleta de violencia latente, como una obra de teatro de Williams u O'Neill, pero con un uso del lenguaje que nos recuerda más a Pinter. Nuestros personajes no utilizan el lenguaje para comunicarse, sino para atacarse, aislarse o tergiversar la realidad, como el reverendo que convierte la muerte del niño en una milagrosa señal divina. "Todo se desmorona", decía el poeta, y en esta línea hay que señalar que muchos señalan el carácter profético de la novela, publicada en 1985, y que anunciaba, a su manera, el desmoronamiento del sistema financiero, así como los aspectos más nefastos de la globalización.
Los nombres de O'Neill o Pinter nos llevan a destacar el carácter teatral de la obra. Gótico carpintero transcurre en un único escenario: la casa construida en el estilo arquitectónico que da título a la novela. A lo sumo, los personajes salen al porche, suben o bajan la cuesta que lleva a la casa, o miran por la ventana. Pero es sobre todo el soberbio uso del diálogo que hace Gaddis lo que subraya esa teatralidad y lo que plantea el verdadero reto al lector. Como ya hemos señalado, el lenguaje no es aquí una herramienta de comunicación. No lo es entre los personajes, y no parece serlo entre autor y lector. La función del lenguaje parece ser la de engañar, confundir, llevar al huerto y hacer desesperar. He señalado también que podemos asistir a un diálogo que dura varias páginas, y tan sólo una pequeña pista hacia el final nos indica quién es uno de los interlocutores. Y qué decir, asimismo de las conversaciones telefónicas. El lector asiste a ellas absorto, y la lectura de las páginas siguientes puede muy bien depender de su capacidad de reconstrucción de la historia que acaba de oír a partir de unos pocos hilos. Fascinante y apabullante.
En definitiva, y para entendernos. ¿Me ha hecho disfrutar? Mucho. ¿Me ha tocado las pelotas? No seas vulgar. Digamos que me ha impacientado a ratos. ¿La volverás a leer? Quizá, aunque sólo sea para terminar de domar al susodicho potro. ¿Leerás otras obras de Gaddis? Lo dudo. ¿Recomendarías Gótico carpintero? Sí, pero sólo a lectores esforzados, a aquéllos que juran por el posmodernismo, y a cowboys experimentados.
Un lector enfrascado en Gótico carpintero