Revista Filosofía

Un libro que habla de monstruos (y que acabo de publicar)

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

"LOS MONSTRUOS QUE NOS HABITAN"(Editorial Gran Vía, 2014, 227 páginas) Un libro que habla de monstruos (y que acabo de publicar) CONTRAPORTADA:
   Bajo el arquetipo de la sombra, Carl G. Jung ubicaba aquella parte de la personalidad que rechaza incluirse en cualquiera de los moldes que le propone la conciencia e incorporarse productivamente a los formatos con los que se presenta el mundo externo. Esa sombra, efectivamente, crece cuando no encontramos para nuestra intimidad la adecuada vía de acceso al mundo exterior, cegando así el cauce por el que la vida discurre, puesto que, como dice Ortega y Gasset, “la vida es precisamente un inexorable ¡afuera!, un incesante salir de sí al Universo (…) Es (el hombre) un dentro que tiene que convertirse en un fuera”. Y cuando no lo consigue, cuando el hombre no logra trascender de sí mismo a través de una tarea que llevar a cabo en el mundo, esa fuerza íntima que era depositaria de verdad se vuelve venenosa (“toda verdad silenciada se vuelve venenosa”, decía Nietzsche), y sus efectos son devastadores. Lo son en dos direcciones: contra el mundo y contra uno mismo. A reflexionar sobre ello se dedica la primera mitad de estas páginas.
   Decía Jung asimismo que “la sombra no sólo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra también una serie de cualidades buenas, a saber, instintos normales, reacciones adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores, etc.”. Algo que queda complementado con aquello otro que también Nietzsche proclamaba: “Lo peor es necesario para lo mejor del superhombre”. Esa parte sombría de nuestra personalidad que, atrapada en lo interior, alimenta tanto nuestros comportamientos antisociales como los autoagresivos, si encuentra el cauce adecuado por el que discurrir hacia el mundo, puede, por el contrario, llegar a galvanizar lo mejor de nosotros mismos. A profundizar en esa posibilidad se dedica, sobre todo, la segunda mitad de este ensayo. La conclusión final no ha de quedar muy lejos de aquella que nos permita entender que la vida tiene sentido en la medida en que la hagamos consistir en aquel “incesante salir de sí al universo” que decía Ortega, es decir, en la inserción de ese complejo de insatisfacciones que es el yo en el campo de limitaciones e insuficiencias que es la circunstancia.

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