Veamos primero el contenido del artículo de Juan de Rojas, y más tarde conoceremos en profundidad a José Aparicio, su obra y probable paradero de la misma.
Un rescate de cautivosDiario El Día, página 1
Uno de los cuadros más célebres del pintor alicantino José Aparicio Inglada, es el que lleva por título el mismo que encabeza estas líneas: fue pintado en Roma en el año 1813 y adquirido por S. M. Fernando VII, pasó luego al Museo del Prado y más tarde al de Arte Moderno, ignorándose en la actualidad su paradero; es de un mérito indiscutible para los alicantinos por evocar un hecho del reinado de Carlos III íntimamente ligado a la historia de Alicante.
del 10 de junio de 1932
(Biblioteca N. de España)
El citado monarca había dispuesto el rescate de los pobladores de Tabarca [correcto: Tabarka], pequeña isla de origen fenicio a unos 300 metros de la costa del continente africano, frente a la frontera argelina (pertenece en la actualidad al estado de Túnez bajo el protectorado francés), cuyos habitantes de origen genovés, dedicados a la pesca del coral, después de haber estado bajo la protección de España hasta el año 1738, pasaron al dominio del Bey de Túnez, cayendo posteriormente en poder de los argelinos que los redujeron a la esclavitud, obligándoles a rudos trabajos y recluyéndolos en lóbregas mazmorras.
Intervinieron en el rescate los Padres Trinitarios, que a la sazón tenían hospitales establecidos en Argel y Túnez, y los Padres de la Orden de la Merced o Mercedarios, llamados vulgarmente Mercenarios, establecidos en Alicante desde el año 1702 en el barrio de San Blas, junto a las vertientes del barranco del Negre; estas órdenes religiosas se dedicaban principalmente a la redención de cautivos, y llamaban Padre Redentor al religioso designado para hacer el rescate.
El día 8 de diciembre de 1768, fiesta de la Purísima Concepción, quedaron redimidos los cautivos en Argel, según se había convenido, y el 19 de marzo de 1769 arribaron a este puerto, uniéndose a los que anteriormente desembarcaron en Cartagena y llegaron a esta ciudad conducidos por el Padre Redentor Fray Juan de la Virgen. Siendo insuficiente el local reducido de los Mercenarios, don Guillermo de Baillencourt, gobernador político y militar de esta ciudad, dispuso lo necesario para que fuesen alojados en el Colegio de los Padres Jesuítas (edificio últimamente ocupado por las Religiosas de la Sangre de Cristo hasta el 11 de mayo del pasado año 1931), deshabitado desde la madrugada del 3 de abril de 1767, en que se dio cumplimiento en Alicante a la Pragmática Real Sanción de Carlos III, expulsándoles de sus dominios.
La isla inhabitada de Santa Pola, distante 4,500 kilómetros del cabo del mismo nombre y 9 millas de esta capital, la antigua Plumbaria tal vez mencionada por Estrabón según Madoz, o la antigua Planesia citada por Figueras Pacheco, servía por entonces de guarida a los moriscos que pirateaban por estas costas, siendo un peligro para las embarcaciones y una amenaza constante para los pueblos y caseríos circunvecinos; por otro lado la próxima llegada de los tabarquinos redimidos a esta ciudad, sin saber cómo aprovechar sus actividades, fueron motivos suficientes que indujeron al conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla, a manifestar al monarca la conveniencia de construir viviendas en la isla, enviando a los rescatados para colonizarla, y Carlos III, sin retardar su decisión, ordena por conducto de su primer ministro las disposiciones necesarias, nombrando comisionado para las Reales Obras de la Isla Plana de San Pablo, que así se llamaba entonces, al propio gobernador conde de Baillencourt, y director de las mismas al ingeniero don Fernández de Méndez [error, es Fernando Méndez de Ras].
El 21 de febrero de 1769, el conde de Aranda trasmite al gobernador de Alicante una orden de S. M. para que, verificado el arribo a este puerto de los tabarquinos, se formase un libro en folio en el que con toda distinción de nombres, apellidos, edades y estado, se extendiese una puntual matrícula de las personas de ambos sexos de que constaren cada familia, previniendo con toda claridad su ejecución, a fin de que en tiempo pudiere saberse el número de familias que fuesen admitidas para la población de la mencionada colonia, incluyendo al cura párroco y al gobernador de Tabarca [Tabarka] que, formando parte de los cautivos, también habían sido redimidos, y que a tiempo dicho libro se colocare en el archivo de la nueva población, quedando una copia autorizada en el Ayuntamiento de esta ciudad, dando cuenta de su cumplimiento. El 7 de diciembre de 1769 fue firmado por Baillencourt original y copia de la puntual Matrícula de los Tabarquinos, y se encuentran depositados respectivamente en el Archivo Parroquial de la Isla y en el Archivo Municipal de Alicante (sala 1.ª, en una vitrina situada en el centro de la sala).
Los tabarquinos permanecieron en Alicante hasta el mes de abril de 1770, que pasaron a ocupar la isla que, desde entonces, denominaron Nueva Tabarca.
Aparicio traslada al lienzo el preciso momento en que se realiza el rescate: en primer término a la izquierda, sentado y apoyado sobre sillares de cantería, un cautivo en actitud meditabunda sostiene sobre sus muslos una niña pubescente completamente desfallecida, en segundo término otro cautivo, sentado en el suelo sobre brozas en la misma actitud, sujetos por cadenas, ajenos a la escena que se desarrolla en el resto del cuadro. Por diversos términos de la derecha, en tropel, se dirigen otros cautivos en actitudes diversas por entre soldados argelinos en busca de su libertad hacia la escalera, en cuyo primer tramo, situado en el centro del cuadro, un mozo corpulento conduce a un ciego y venerable anciano que, en plano inferior, se apoya sobre su nietecita; en el rellano, varios padres Trinitarios y Mercedarios entregan a los argelinos las estipulaciones del rescate, mientras otro religioso dirige la palabra a los cautivos; al fondo, un arco de medio punto con gruesos barrotes de hierro, por los que asoman irredentos, separa otra estancia oscura iluminada con hachones.
Deseoso de averiguar el paradero de este cuadro, que conozco por un grabado al aguafuerte del mismo Aparicio que conservo en mi colección, en el pasado mes de abril, por conducta particular, me dirigí al Museo de Arte Moderno, manifestándome que efectivamente estuvo allí depositado pero, debido a lo mal que se llevaban anteriormente los registros, no pueden decirme el lugar donde en la actualidad se encuentra, ya que para eso habría que hacer un registro por lodos los museos provinciales.
En este museo provincial existen un cuadro en depósito titulado «La Promesa», obra del fallecido pintor asturiano Ventura Álvarez Sala, nacido en Gijón en 1871; sus paisanos, interesadísimos en recoger las obras de sus pintores, han hecho gestiones hasta averiguar su paradero y, con fecha 28 de mayo último, la Dirección del Museo Nacional de Arte Moderno remite un oficio al señor presidente de esta Excelentísima Diputación, rogando se den las órdenes oportunas para que, en el más breve plazo posible, se envíe a dicho centro el referido cuadro por serle necesario disponer de él.
¿No habría manera de que nosotros pudiésemos conseguir del citado Museo Nacional, se averiguase si en los sótanos del mismo o en algún museo provincial se encuentra «Un rescate de cautivos», poniendo por nuestra parte el mismo celo desplegado por los asturianos, hasta conseguir rescatar el cuadro de Aparicio?
Juan de Rojas Puig
Alicante 7 de Junio de 1932
José Aparicio e Inglada (¿Autorretrato?)
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano, 1820
José Aparicio e Inglada
(Alicante, 1770-Madrid, 1838)
El pintor alicantino José Aparicio es uno de los exponentes de la pintura neoclásica española. Comenzó su formación artística en el taller que los Espinosa tenían en Alicante, y posteriormente estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y en la de San Fernando de Madrid. En 1796 obtuvo el primer premio en clase de pintura por el cuadro titulado Godoy presentando la paz a Carlos IV, que le valió una pensión de 12.000 reales de vellón para continuar sus estudios en París, ciudad en la que permaneció entre 1798 y 1807, donde frecuentó el estudio de Jacques-Louis David.
En 1806 expuso en el Museo Napoleón el cuadro titulado La fiebre amarilla de Valencia con gran éxito, lienzo por el que fue premiado con medalla de oro, y al año siguiente marchó a Roma, donde tuvo que permanecer hasta 1814 a causa de la invasión napoleónica. En la Ciudad Eterna pintó el cuadro El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III, que le valió el ingreso como académico de mérito en la Academia de San Lucas.
A su regreso a España, fue nombrado pintor de cámara de Fernando VII y académico de mérito, y más tarde director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Se convirtió en un artista muy célebre en su momento a causa de los temas patrióticos relacionados con la Guerra de la Independencia; un claro ejemplo es El hambre de Madrid, de 1818, que evoca, muy de cerca, el cuadro El conde Ugolino y sus hijos del pintor Henry Fuseli, pintado en 1806 y difundido a través de grabados. Sus obras fueron destinadas a centros oficiales y casas nobles debido a su temática.
Sin duda la más famosa pintura de este artista fue El desembarco de Fernando VII en la isla de León, de 1827, que se perdió en el incendio del Tribunal Supremo de 1915, y de la que solo se conserva un boceto en el Museo Romántico de Madrid. Diez años antes de su muerte, Aparicio fue nombrado académico de mérito de la Academia de San Carlos de Valencia.
El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III, de José Aparicio, 1813
(¿Museo Nacional del Prado?)
El rescate de cautivos en tiempos de Carlos III
Este lienzo, que tenía unas medidas de 435 x 638 cm, perteneció al Museo del Prado, donde figuraba expuesto, conservándose testimonios fotográficos que permiten conocer su composición. Tanto esta última circunstancia como la existencia de un grabado de Bartolomeo Pinelli (1781-1835), del que se conservan sendos ejemplares en la Biblioteca Nacional y en el Museo Municipal de Madrid, que reproduce el cuadro, permiten identificar la obra adquirida como boceto, con significativas variantes, del original perdido.
Es un cuadro relevante en el conjunto de la producción de Aparicio, que trabajó en él en Roma durante años, terminándolo en 1813. El pintor lo expuso al año siguiente en la Iglesia de Santa Maria della Rotonda en el Panteón, con gran éxito, pues le mereció la nominación de Académico de San Lucas. Posteriormente lo ofreció a Fernando VII, que lo aceptó, llevándolo probablemente en 1815 a España, donde pasó a las Colecciones Reales y fue expuesto en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. En ese mismo año, el artista añadió la figura de un fraile trinitario calzado, orden que también participó en el rescate junto a los trinitarios descalzos y a los mercedarios. Más tarde pasó al Museo Real de Pinturas, y se trasladó a finales del siglo XIX al Museo de Arte Moderno, consignándose en sus catálogos de 1899 y 1900. Y, misteriosamente, desapareció.
El cuadro recordaba el rescate, en 1768, de un amplio número de cautivos en Argel, por orden de Carlos III. Con la representación de aquel hecho, ocurrido casi medio siglo antes, José Aparicio servía a la restauración de la monarquía borbónica, a la que había sido fiel hasta el extremo de haber sufrido cautiverio, como otros pintores españoles, en Roma, por haberse negado a jurar fidelidad a José Bonaparte, y también defendía el prestigio del estamento religioso, en contra de la conducta observada por Napoleón en Roma.
Según la Memoria de Actividades de Javier Barón Thaidigsmann (Museo Nacional del Prado, 2006, p. 70-72), el boceto muestra, perfectamente conseguido en tonalidad ocre y gris casi monocroma, el efecto general de las masas de figuras en la composición, acentuando su franja central mediante la iluminación que viene de la izquierda, por donde penetran a la mazmorra los frailes, uno de los cuales entrega el rescate. En el grupo de cautivos de la derecha, la condición de las figuras, una madre que da el pecho a su hijo y un anciano sostenido por dos jóvenes, acentúa el dramatismo de la escena. La emoción que suscita la redención se plasma sobre todo en el sentido de avance del grupo central, que se resuelve con un sentido triunfal en la figura del joven situado más hacia el centro. Su actitud (que Aparicio modificó, haciéndola más sosegada, en el cuadro definitivo) evoca la del Laocoonte, cuyo brazo derecho se había restaurado según una composición similar, diferente a la que hoy tiene.
Esta inspiración en la antigüedad clásica, que el pintor estudió directamente durante su amplia estancia en Roma, en obras como Sócrates enseñando (Musée Goya, Castres), con cuya cabeza guarda relación la del anciano, aparece también en alguna medida en otros desnudos de esta obra. Los situados en primer término, en penumbra, tratados como si fueran relieves, acentúan el dramatismo de la escena por su actitud de abandono, en contraste con la agitación de la multitud del último término, tras las rejas. En él, la figura que mira de frente, revela la inspiración de Aparicio en la pintura neoclásica francesa. Su mirada fija aparece también en algunas figuras masculinas de El hambre en Madrid (Museo Nacional del Prado, P03924) y es representativa de la desesperación, evocando, como se ha comentado desde 1814, el personaje de Ugolino de La Divina Comedia.
Pero, ¿dónde se encuentra realmente Rescate de cautivos en tiempos de Carlos III? Pues, según la ficha que aparece de esta obra en la Galería Online del Museo Nacional del Prado, estaría, no expuesta, en la propia pinacoteca desde 2006:
Num. de catálogo:P07944Autor:Aparicio e Inglada, JoséTítulo:Rescate de cautivos en tiempos de Carlos IIICronología:Antes de 1813Técnica:ÓleoSoporte:LienzoMedidas:56 cm x 73 cmEscuela:EspañolaTema:HistoriaExpuesto:NoProcedencia:Adquirido por el Museo del Prado, 2006