Revista Diario
“¡Cuán querida es de todos los corazones buenos su tierra natal!” Voltaire.
Muy pronto me mudaré oficialmente de París, a la localidad de Ferney-Voltaire, que tiene una población de casi 8.000 habitantes y que se ubica en la frontera franco-suiza, al lado de Ginebra. Mi esposa trabaja desde Enero con el Comité Internacional de la Cruz Roja, que queda en esa ciudad suiza y hemos decidido instalarnos por estos lados. Ferney-Voltaire se encuentra del lado francés de la frontera, de manera que este Liqui-Liqui seguirá escribiendo en la Galia (aunque dada la cercanía, tal vez vendrán también algunas aventuras en la Confederación Helvética); de hecho es en Ferney-Voltaire donde redacto estas líneas.
Una parte importante de mis vacaciones infantiles las pasé en Jusepín, un simpático pueblo que surgió a finales de los años 30 en el oriente venezolano, en el estado Monagas, como parte del boom petrolero del país. Mi abuelo Carmelo llegó allá buscando posibilidades de progreso, consiguió trabajo como obrero petrolero y se quedó para el resto de su vida. Con Teresa, mi abuela, tuvo 10 hijos de los cuales Rosa Carolina, la tercera en línea y la mayor de las hembras, es mi madre. Jusepín fue patio de juego de varios de mis Agostos, Carnavales, Semanas Santas y Diciembres, y regreso cuando puedo, ya ausentes mis abuelos, pero vivos en los cuentos que volvemos a recordar los primos cuando nos reunimos.
Vacacionar allá era divertidísimo; hay cosas que aprendí entonces que me han servido de mucho y que jamás habría encontrado en una urbe. Jusepín significaba el encuentro del niño de ciudad que yo era, con el campo, los animales, la tierra, la visión pueblerina… en fin, con la infrecuente ruralidad y con un ritmo y un enfoque de vida totalmente distinto al de mi natal Caracas. De Jusepín guardo entre mil recuerdos, el sabor del primer níspero que probé en mi vida y que me dio mi abuelo después de haberlo recogido de una de las matas del patio de la casa, la picardía, el humor y la astucia de mi abuela, el contacto con la sabana, el amor por los chinchorros, la sensación de bañarme en la lluvia, las peleas de gallos, los juegos caseros de lotería y de barajas, las reuniones informales para contar chistes, historias y anécdotas, las travesuras y juegos con primos y vecinos, así como las primeras fiestas patronales a las que asistí alguna vez.
Si hay un imaginario venezolano asociado a la expresión “fiestas patronales”, creo que está fielmente representado en aquel evento jusepinero: reuniones festivas en la plaza y el club del pueblo, conjuntos de música, fuegos artificiales, carreras de burros, baile y “raspacanillas” por todas partes, una feria de atracciones mecánicas, toros coleados, variopintas competencias y por supuesto, la correspondiente procesión del “patrón” o en este caso específico, “la patrona”, que si no me equivoco, es la Virgen del Valle.
Pues bien, aquí en Ferney-Voltaire asistí el pasado 26 de Junio a algo muy similar –en modalidad francesa por supuesto– a unas fiestas patronales. Pero antes de contarles, debo decir que esta localidad se llama así porque en ella residió durante los últimos 18 años de su vida, François Marie Arouet, conocido por su seudónimo “Voltaire”, el gran filósofo y hombre de letras francés, representante indiscutible del movimiento cultural llamado “La Ilustración”. La influencia de Voltaire es central aquí, tanto que podría utilizar un símil –guardando la distancia que merece la laicidad y teniendo en cuenta que el librepensador fue acérrimo defensor de la libertad ideológica y de la tolerancia religiosa– para decir que él es el “patrón” de esta población.La Fiesta de Voltaire –que así se llama– es un evento relativamente reciente, creado en 2002 y consiste en una serie de manifestaciones artísticas que se realizan en la calle, la mayoría relacionadas de algún modo con la obra del famoso pensador. Se estima que acoge a unas 8.000 personas entre residentes y visitantes.
Pude ver puestas en escena de teatro, grupos musicales, declamaciones y similares, en una suerte de verbena de lo más vecinal. Todas estas se llevaron a cabo en varios puntos claves del lugar, entre ellos un inmenso caserón ubicado en la parte más alta del pueblo, llamado el Castillo Voltaire porque allí vivió el filósofo y que constituye su mayor atracción turística, así como en los espacios públicos que aquí hay. Una artista que tiene una galería de arte en el pueblo, permitió el acceso a su casa, a su jardín y a su taller, lo cual fue una oportunidad simplemente deliciosa.
Una de las cosas más curiosas con las que me topé fue un grupo de personas que iban vestidas de pantalón y franela de tonos claros, pero con pelucas y maquillaje al estilo del siglo XVIII, y con un paraguas verde o negro. Estas personas andaban por la calle y de repente se paraban en cualquier lugar y declamaban… ¡una receta de cocina!, en este caso una de “Capón en Salsa de Trufas al Estilo Ferney”. No pude averiguar si se trataba de una receta del propio Voltaire, pero no me extrañaría. Cada uno de los integrantes del grupo recitaba una parte de la receta, dándole su toque personal, lo cual en conjunto producía un resultado muy interesante y entretenido. Pueden observarlos en acción en la foto que coloco al lado de este párrafo.
Por supuesto, como toda fiesta patronal o verbena que se respete, había puntos de comida, kioscos de asociaciones diversas, espectáculos de calle y entre las cosas que más me llamaron la atención estaba una agrupación de aficionados de astronomía, que instaló unos telescopios inmensos en un parque para que quien así lo quisiera, pudiera observar cuerpos celestes. Yo le di una mirada a Venus, después de esperar que unos niños acribillaran a preguntas al paciente voluntario que estaba allí para mostrarnos cómo funcionaba el aparato. También encontré a un tipo que era capaz de ejecutar música con instrumentos fabricados en vegetales frescos, lo vi tocar melodías en una flauta hecha de una zanahoria que después se comió, y en una suerte de saxofón que había fabricado acoplando otra zanahoria, un pepino y una berenjena.
En un kiosco había un grupo de actores que hacía lecturas dramatizadas y en la Plaza Voltaire (¿esperaban acaso que se llamara de otro modo?) montaron una tarima en la que otros actores representaban jocosas piezas de teatro del repertorio del francés. Fue muy particular ver a los comediantes actuar, teniendo de fondo no una cortina o un escenario de utilería, sino a una estatua del propio Voltaire –creador de la pieza– del mismo tamaño que ellos actores y que por momentos parecía estar complacida con la representación, e incluso participar en ella.
No puedo dejar de mencionar una sopa servida a partir de las 9 de la noche, en el medio de la calle principal, que es cocinada en una especie de viejo caldero por un chef vestido en traje antiguo. La llaman “Sopa Republicana”, es presentada en un recipiente de ceramica coleccionable y es esperada ansiosamente por todos los asistentes, si bien cada año se prepara una sopa distinta. En esta edición la hicieron con una receta tradicional de… ¡Uzbekistán! Estaba sabrosísima y supongo que como sucede en muchas fiestas patronales, entre otros beneficios el caldo nocturno también ayuda a aliviar en algo los estragos que el alcohol pudiera tener en algunos cuerpos a esa hora.
Otro bonito hallazgo fue un grupo de mujeres que bailaron danzas latinoamericanas. Resulta que forman parte de una agrupación que trata de fortalecer lazos e intercambio cultural entre Europa y Latinoamérica y tiene su sede por estos lados; entre las actividades que realizan están los bailes. Fue una sorpresa, porque las encontré después que me llamó la atención un grupo de chicas que bailaba flamenco en una tarima, pero una vez finalizado su espectáculo fue el turno de este grupo de baile, cuya presentación yo no sospechaba. Dos momentos destaco: una coreografía con la pieza “Alma Llanera”, segundo himno nacional en el corazón de los venezolanos –podrán imaginarse mi alegría al escucharla–, y un conjunto de merengues con el que cerraron su show, sacando a bailar a todas las personas del público, que como buenos europeos nunca se esperan una cosa así, pero que impulsados por la incitación latina, al final terminan bailando también.
Espero poder seguir contándoles de las diferentes tradiciones y festividades que encuentre en el corazón y los alrededores de este lugar que muy pronto será mi nueva residencia. Y bueno, es verano en Europa, tiempo de sol, fiestas, música, calle y días largos; momento de celebrar con la excusa de un clima que permite usar bermudas y camisas ligeras, así como reencontrase con los otros sin tener que preocuparse por el frio. Desde un alma llanera que zapatea en el medio de unas auténticas fiestas patronales francesas en Ferney-Voltaire, filosóficas y sin procesión (por si acaso), un saludo también para mi recordado Jusepín y para toda su gente.
Las fotos que adornan este artículo fueron tomadas por mí. En orden descendiente, ellas corresponden a:
1. La casa que fue de mis abuelos y donde pasé tanto rato alegre, en Jusepín.
2. Una representación plástica de Voltaire viejo, en una ventana de Ferney-Voltaire.
3. El grupo que declama recetas de cocina.
4. El tipo que fabrica instrumentos musicales con vegetales.
5. Una obra de teatro en una tarima colocada justo al frente de la estatua de Voltaire.
6. La “Sopa Republicana” casi lista para ser servida.
7. El grupo de bailarinas de danzas latinoamericanas.
8. Uno de los varios grupos musicales que amenizaron la Fiesta de Voltaire 2010.
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