“La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido.” Leonard Bernstein.

Hay quienes sostienen que las fiestas de solsticios son las festividades más antiguas de la humanidad; ciertos estudios antropológicos sugieren que ya en el neolítico, el solsticio era tenido como un momento muy particular. En diferentes civilizaciones antiguas hay evidencia de la celebración del solsticio y hoy en día hay aún vestigios en lugares tan apartados uno de otro como Irlanda, Suecia, Vietnam, Perú, Finlandia, México o Estonia. Para efectos de este artículo, valga decir que muchas de esas conmemoraciones tenían –y tienen todavía– música.
La celebración católica de San Juan, que se desarrolla el 24 de Junio y en la que el fuego (y los tambores, por lo menos en mi natal Venezuela) suele ser elemento importante, tiene raíces en esas fiestas de solsticio. Según el Evangelio de San Lucas, unos días después de la Anunciación, María visitó a su prima Isabel (futura madre de Juan el Bautista) quien estaba en el sexto mes de embarazo. En tanto el nacimiento de Jesús había sido fijado para el 24 de Diciembre (cercano al solsticio de invierno), entonces fue sencillo hacer coincidir el nacimiento de Juan el Bautista con las fiestas del solsticio de verano.
Otra coincidencia interesante es que para griegos y otras culturas, los solsticios eran puertas a través de las cuales entraban las nuevas energías que venían con cada estación. El solsticio de verano era llamado “La Puerta de los Hombres”. Por cierto, Jano, otro de los múltiples dioses griegos, era también dios de los solsticios y dios de las puertas. Por su parte, se dice que en la noche de San Juan se “abren puertas” y pasan cosas medio extrañas. Hay quienes creen que esa noche los hombres pueden convertirse en dioses, pero también en demonios.

La propuesta prosperó y hoy en día, la fiesta de la música se celebra de una u otra forma en más de 100 países de los cinco continentes. La esencia es que haya diversas manifestaciones musicales de todos los géneros en la calle, de manera gratuita, para deleite del público. Es una celebración consolidada; en 1998 se le dedicó un timbre postal y este año se acuño una edición especial de la moneda de 2 euros para festejar su 30° aniversario.


Desde entonces he podido disfrutar de la fiesta de la música, particularmente en el tiempo en que viví en la culturalmente riquísima París. El evento marca el inicio de la temporada veraniega, llena de manifestaciones musicales de lo más heterogéneas. Hay verdaderamente para todos los gustos y he podido admirar presentaciones de jazz, música clásica, salsa, contemporánea, africana, techno, música coral, interpretados por auténticos profesionales, así como otros que sin llegar a un nivel superior de ejecución, dan lo mejor de sí a través de sus instrumentos.

La fiesta de la música de este año la pasé en Ferney-Voltaire; evidentemente las dimensiones de la celebración no son nunca las de la versión parisina, pero pude disfrutar de algunas presentaciones en el pueblo que ahora me acoge. En particular me sorprendieron un grupo que hizo música techno y que junto a la tecnología moderna, utilizaba también unos “didgeridoo”, instrumentos de viento tradicionales australianos que producen un sonido grave y monótono; y otro grupo de nombre “Owen’s Friends” que hacen música irlandesa, cuya calidad de ejecución disfruté muchísimo y no dudo en recomendar.

Tal vez sea esa polifónica variedad, esa sinfonía siempre inconclusa de lo que el ser humano puede crear con sonidos y tiempos, una manera de apoyar la creencia de que en las noches de solsticio se “abren puertas” y pasan cosas medio extrañas. No podremos negar que hay músicos que tocan como dioses, mientras que otros suenan más bien como demonios.
Como sea… ¡que viva la música!
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