Anteayer me regalaron un artefacto marrdito y extrañísimo: un llavero cuadrado en el que, debidamente conectado al ordenador (a través de eso, ya indispensable, que se llama USB (llegará un día -que no veremos- en el que los tiempos se dividan en A.USB y D.USB en vez de A.C y D.C)), puedes poner unas foticos que van pasando. El llavero viene a ser, en miniatura, como otro artefacto marrdito que sólo he visto de lejos -da pánico- (y que me llamó la atención no por el artefacto en sí, sino por el precio ignominosiamente caro): los marcos digitales, donde, debidamente apoyados en los aparadores, van pasando las fotos.
Estamos locos, sí señor.
Vaya por delante que a mí los llaveros, qué quieren que les diga, no sólo no me hacen gracia, sino que son uno de esos objetos que uno detesta porque sí, sin muchos motivos ni demasiada profundidad en su rechazo. Y es que no hay imagen peor que ésa del andobas que, en la barra de bar, junto al sempiterno móvil, deja un montón de llaves coronadas por un llavero en el que figura, a tuttiplen, el logo de lujo de una marca de automóviles de lujo. Bueno, si uno lo piensa, sí hay algo peor: el andoba que lleva todas esas llaves en el bolsillo del pantalón (normalmente ceñidito), por dentro (clavándoselas, es así, las llaves se clavan), y deja por fuera del bolsillo, atadito en corto, el mismo llavero con el mismo logo lujosísimo de la marca de coche de lujo.
Pues eso, si ya de por sí un llavero ya es detestable (sí, llevo las llaves a pelo, en su anillita), un llavero donde puedas poner fotos que vayan pasando, eso ya es el acabóse.
Imaginen por un momento que están en un barecito y por una de esas cosas que pasan en las pelis porno, una señorita -un pimpollo reventón- se te acerca con intenciones aviesas. Además de santiguarte, de dar gracias a todos los dioses, lo primero que tienes que hacer es esconder el llavero. Iré más lejos para que se me entienda: es agosto, estás de rodríguez, y el pimpollo reventón te propone ir a tu casa (a las casas se va a lo que se va, si no se queda uno en el bar): ¿cómo haces para arrancar el coche? Y si has sido tan precavido de no llevar en el llavero foto-usb la llave del coche (si eres como yo y esperas que la vida, algún día, se asemeje al porno o que se nos recompense en la otra vida, en la de después de ésta, y resucitemos en una eterna peli porno), ¿cómo narices haces para abrir la puerta de tu casa y esconder esas fotos tan simpáticas que hiciste en aquella barbacoa, sí la de tu mujer con el chándal rosa de pryca rajado -explotado-, tus cuñados -ya borrachos y con las cabezas coronadas con unos cuernos de reno de tres navidades anteriores- bajándole el pantalón a tu suegra y tus tres hijos con la cara repleta de tarta de merengue?.
Un artefacto tan marrrdito y diabólico no puede traer nada bueno, no señor. Eso sí, uno tiene que reconocer que a lo mejor le pilla mayor este llavero usb fotos; quizá, en otros tiempos, uno lo hubiera llenada con las heroínas de su primera juventud: Deborah Wells, Moana Pozzi, Draghixa y la mejor: Simona Valli, ayyyy aquellas heroínas que nos inyectaron unos valores que, aún hoy, perduran.
Pero hay más, mis queridos niños y niñas. Si una de las virtudes de una fotografía era esa especie de detención del tiempo, una radiografía del corazón, una especie de red sobre la que se atrapaba algo de lo que había sido, estos tiempos vuelven a estar equivocados (o a lo mejor no, no lo sé) insuflando velocidad incluso a los marcos estáticos de los aparadores. Si a través del tiempo pasamos al lado de una fotografía que nos muestra lo que fue nuestra vida, la mayor virtud de esa foto detenida y eterna es que se mueve con nosotros. Miro una foto mía, de hace 10 años, y lo que veo hoy no es lo que vi hace un par de años. La foto no ha cambiado, es un instante eterno, pero se ha transformado. Se ha volcado sobre ella todo el peso estéril o no de lo que he sido desde el tiempo de la fotografía. Me miro y no sólo soy yo hace 10 años. Soy yo hace 10 años y cada uno de los años e instantes que han pasado hasta el momento en que la miro, que es hoy.
Una de las magias mayores es la fotografía. Titulé a mi primer libro Tormenta alrededor de una fotografía. A lo mejor, pienso, si hubieran existido entonces los llaveros-fotos-usb o los marcos digitales, no habría podido acertar en decir cómo sentí, por primera vez, el paso de tiempo, y el miedo que me rondó entonces y siento ahora.
Como les decía: estamos locos.
Hace un año y un día: El tiempo, de Manuel Vicent
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