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Un matrimonio de provincias - Marquesa Colombi

Publicado el 29 mayo 2019 por Rusta @RustaDevoradora

Un matrimonio de provincias - Marquesa ColombiEdición: Contraseña, 2010 (trad. Mercedes Corral y María Corral; postfacio Natalia Ginzburg)Páginas: 144ISBN: 9788493781828Precio: 17,50 €
Maria Antonietta Torriani (Novara, 1840 – Turín, 1920), conocida por el seudónimo Marquesa Colombi, fue una escritora prolífica, que cultivó la llamada «literatura popular» y se implicó, en una época temprana, en el feminismo, sobre todo a través de sus colaboraciones en prensa. Como tantas autoras, cayó en el olvido después de su muerte: el hecho de ser mujer, y de escribir sobre asuntos que atañen a las mujeres, unido a la naturaleza liviana de su narrativa, dieron pie al menosprecio habitual. Fue Natalia Ginzburg quien impulsó su recuperación en 1973 con esta novela, Un matrimonio de provincias (1885), que se ha convertido en su obra más aplaudida y cuenta con una adaptación a la pequeña pantalla. Tal como explica Ginzburg en el texto que acompaña la reedición, este librito supuso una lectura de formación para ella: lo descubrió de niña, en esa etapa en la que se conserva la capacidad de asombro, de fijarse en detalles que a los adultos quizá les pasan inadvertidos, sin juzgar, con la mirada libre de prejuicios. Lo volvió a leer muchas veces y, de algún modo, asimiló la naturalidad de la voz de Marquesa Colombi para plasmar lo cotidiano en sus propias narraciones.La protagonista, Denza, es una joven en edad de merecer que vive con su familia en una localidad del norte de Italia: «Es difícil imaginar una juventud más monótona, más sórdida y más carente de toda alegría que la mía» (p. 13), dice en la primera frase. Huérfana de madre, comparte sus días con su hermana mayor, su padre y su madrastra, esta última una mujer terca, poco proclive a las muestras de afecto. En un entorno tan poco prometedor a sus ojos, Denza, que además es tímida y le cuesta trabar amistad con la gente, se refugia en la «vida interior» o, en otras palabras, se ensimisma. El punto de inflexión se produce cuando le hacen notar que se ha convertido en una chica guapa; en una etapa en la que todas las muchachas quieren gustar, este piropo, más que aumentar la confianza en sí misma, hace que se pierda en ensoñaciones, que van a más cuando sus primas le cuentan que podría haber un hombre interesado en ella. Desde ese momento, los pensamientos de la protagonista se centran en él, en ese chico bien posicionado que puede salvarla del tedio de su hogar.La novela aborda el conflicto entre la realidad (desapacible, aburrida, práctica) y las fantasías de la joven (belleza, enamorado, matrimonio, futuro). Ese componente «no tangible» de la psique conforma una parte fundamental de su formación, por lo que la autora acierta al dar al asunto el peso que requiere. Esos «pájaros en la cabeza» de Denza se deben, por un lado, a la inexperiencia de cualquier niña; no obstante, evidencian asimismo la falta de preparación de las jóvenes de aquel tiempo para afrontar la vida adulta (esta es, en parte, una historia de aprendizaje). Denza, por su naturaleza apocada, carece de picardía, no se desenvuelve entre desconocidos como sus amigas; con todo, la educación que ha recibido, ligada a la casa, al ámbito doméstico y las misas del domingo, no facilita su relación con los hombres ni con la sociedad en general, al contrario, más bien refuerza su dependencia. Es subrayable el hecho de que los sueños de Denza no aparecen de lo que ella ha vivido, sino de lo que le cuentan: la llaman bonita, le hablan de un posible pretendiente. Lejos de reforzar su confianza, al dar tanta importancia a los comentarios ajenos se pone de relieve su inseguridad, su debilidad: necesita a los demás para hacerse valer, para darle un empujón, aunque esté basado en impresiones subjetivas, que no garantizan que ese chico tenga un interés real en ella.La ingenuidad de la protagonista se contrapone a la experiencia de la madrastra: «Era áspera por naturaleza, y a aquella aspereza la llamaba sinceridad. De hecho, era sincera y decía francamente todo lo que pensaba. No entendía las amabilidades: las llamaba cursilerías» (p. 28). En principio, parece una madrastra de cuento, arisca, fría; sin embargo, el curso de los acontecimientos la revela, sencillamente, como una mujer tenaz, con sentido común, una persona que está de vuelta de todo y por eso no dora la píldora a Denza ni a nadie, no alimenta las ensoñaciones ni suaviza su lenguaje porque es consciente de la dureza de la realidad. Ella, en su condición de segunda esposa de familia humilde, conoce la situación de las mujeres solas, la necesidad del matrimonio como única vía para lograr la estabilidad y librarse del incómodo rol (tanto por la dependencia material de sus parientes como por, en cierto modo, la exclusión social) de las solteronas, que tanto temen las jóvenes como Denza. A la protagonista, en efecto, la vida le da una lección; la novela posee el moralismo propio de la literatura decimonónica, pero no por ello deriva en tragedia; como los personajes femeninos de Natalia Ginzburg, Denza se adapta a las circunstancias con el brío de las muchachas de pueblo; en lugar de caer en el desaliento, asume el desencanto como parte de la vida.

Un matrimonio de provincias - Marquesa Colombi

Marquesa Colombi

Colombi sobresale –también en El arrozal(1878), recuperada por la misma editorial– por su habilidad al narrar los ritos de paso, la conciencia que la joven tiene de su cuerpo y de sus relaciones, su búsqueda personal, la disparidad entre sus aspiraciones y los obstáculos del camino. Perfila la psicología de una chica un tanto atolondrada, pero bondadosa, alegre, que inspira simpatía en el lector. La concepción del hecho literario ha evolucionado mucho desde su primera publicación; aun así, la exploración del ardor adolescente, la vergüenza, el ensimismamiento, sigue vigente. Es más: en la actualidad, la adicción de los jóvenes a las redes está poniendo de manifiesto la dependencia de la aprobación ajena como una forma de valorarse; en esto, no son tan distintos de Denza. Además, la autora escribe con un desparpajo que resiste el tiempo. Natalia Ginzburg se sorprendió por su sencillez, entendida como una aproximación a la cotidianeidad pura y dura de una familia de provincias, sin solemnidad y sin los arquetipos de los cuentos de hadas; su dimensión social la sitúa en el costumbrismo. Natalia Ginzburg, a propósito, elevó el costumbrismo a gran literatura; Colombi no pretende hilar tan fino, pero en estas páginas resuenan las raíces de la escritora turinesa. Merece la pena leerla, tanto por sí misma como por este «parentesco» literario.

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