Hoy hace un mes que supimos que te habías marchado. Un mes desde que la maquinaria hospitalaria nos engulló y me devolvió al mundo machacada, inducida, legrada, con el útero vacío y después de haber vivido una de las peores experiencias de mi vida.
Ha sido un mes duro, muy duro. De muchas lágrimas y de volver a darle vueltas a lo que hubiera podido ser. Un mes en el que quizás lo peor ha sido dejarte de sentir en mi interior, porque antes yo sabía que estabas ahí, conmigo, aunque tuvieramos claro lo fatídico de tu futuro.
Tiempo de dejarte marchar y de llorar tu pérdida. Y tiempo también de intentar ocupar mi tiempo y, sobre todo, mis noches, para no pasármelas enteras llorando en la cama y poder así tener un poco de ese bendito descanso del que disfrutaba cuando todavía estaba embarazada.
Ha sido el mes en el que he recuperado mi lactancia y he vuelto a ver gotas de leche salir de mis pechos. La que más lo disfruta es Diana, pero a mí me permite también reconciliarme un poco con mi propio cuerpo.
Y también el momento de estar con tus hermanos y con tu papá, de apoyarme en ellos y dejar que se apoyen en mí. De gestionar y valorar las secuelas de la intensidad emocional con la que hemos vivido inevitablemente estos últimos meses.
Te echo de menos, Mi Pequeña Flor. Cada día pienso en tí.