Luces metálicas, colores, sonidos,
paraguas en movimiento,
autopistas urbanas.
Noodles, carretas,
polvo, calor y coches.
En julio las calles se llenan de humedad y del zumbido eléctrico que hacen los grillos que viven en los árboles de la ciudad. De gente y de turistas. De vendedores ambulantes que llevan sus productos en cestos de mimbre que cuelgan de ambos extremos de una caña de bambú.
Una parrilla portátil toma la acera con sus humos de especias picantes. Los clientes son gente de la calle o ejecutivos en traje que desayunan setas blancas atravesadas por una varilla y cocinadas a la brasa. En la esquina, la señora que vende calzones no acepta un billete de 100 ¥ (12 €): no tiene cambio. Y es que el calzón cuesta 9 ¥. A la salida del metro el traficante de imitaciones hace en voz muy baja su pregunta habitual: ¿Louis Vuitton? para pescar a un posible comprador y llevarlo a través de su pequeño comercio a la trastienda: un cubículo de madera noble oculto tras una estantería destartalada que gira como una puerta. La calidad de las imitaciones es altísima y para demostrarlo el vendedor acerca un mechero encendido a la piel, que no se quema ni pierde color.
Noches de edificios de luces. Luces que parpadean, cambian de color y forman gigantescas espirales en movimiento, altas como la fachada de 50 pisos en la que están. Proyectan un mensaje hipnótico que unido a todas las otras luces de la ciudad vuelven rosa el cielo denso y cargado de humedad de Shanghai. Noches de fiesta
Chinos judíos,
Fēng Shuǐ.
Extranjeros con asiáticas, aire acondicionado,
chinas de la mano, chinos con abanico,
motos eléctricas,
té.
外滩 (Wàitān) The Bund – las banderas de China ondean a media asta por las víctimas del alud de Zhouqu.
泰康路 – Taikang Lu
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