Revista Cine
La primera sensación que tuve, justo en los créditos finales de Un método peligroso, y a pesar de las solventes interpretaciones del trío de protagonistas y de la sobria dirección de David Cronenberg (uno de mis directores favoritos), fue que me había sabido a poco. Que faltaba algo. Que el filme no era tan contundente como yo esperaba.
En las horas sucesivas, en cambio, estuve dándole vueltas a la película, desmenuzando sus hilos narrativos, analizando la precisión de su mecanismo interno. Y llegué a la conclusión de que, en realidad, es uno de los trabajos más personales y arriesgados del director canadiense. En Un método peligroso todo está bien medido, todo es contención, empezando por los actores; los enormes Viggo Mortensen y Michael Fassbender aportan la frialdad analítica y la moderación expresiva que requieren sus personajes, Freud y Jung, respectivamente; el calor y la pasión los aporta Keira Knightley, especialmente al principio, con su personaje “distorsionado” por la histeria. Se trata de una película que esconde más de lo que muestra, que sugiere en vez de enseñar, que sienta las bases de la ruptura entre aquellas dos mentes del psicoanálisis, que anuncia lo que vendrá (la sangre, la catástrofe, los totalitarismos y las guerras mundiales) mediante sueños y premoniciones y una tensión latente en los modos de ser de sus protagonistas. Algún crítico ha hablado, con acierto, de la teoría del iceberg de Hemingway.
D. C. ha construido un filme de tono teatral (no olvidemos que una de sus fuentes es la obra dramática de Christopher Hampton), contenido y preciso, con dos de los más grandes actores de nuestro tiempo y una actriz que demuestra que, bien dirigida, sabe dominar a su personaje. Los sueños, las pasiones reprimidas, lo prohibido, la culpa, el castigo, la locura y sus límites… Todos ellos son temas que Cronenberg ya había tratado, y que vuelve a tratar aquí de forma sutilísima. A pesar de sus logros, Un método peligroso me parece inferior a Una historia de violencia y Promesas del este. Pero, haga lo que haga David Cronenberg, siempre despide maestría y toques siniestros.