Revista Cultura y Ocio

Un milagro para el desayuno.

Publicado el 24 enero 2020 por José Antonio Ribes Pérez @Josan_Ribes

UN MILAGRO PARA EL DESAYUNO.
 Ilustración Anna Arenstein.-Elizabeth Bishop-
A las seis en punto esperábamos el café,
el café y esas compasivas migas
que nos traerían desde algún balcón
como a reyes de antaño, o un milagro.
Aún estaba oscuro. Un pie de sol
se posó en una larga onda del río.
El ferry matinal cruzaba el río.
Por el frío, queríamos café
caliente, dado que la luz del sol
no iba a darnos abrigo; y que las migas
fueran pan, mantequilla, por milagro.
A las siete salió un hombre al balcón.
Estuvo un rato solo en el balcón
con la mirada fija sobre el río.
El criado le dio los ingredientes de un milagro,
una sencilla taza de café
y un panecillo que deshizo en migas,
su cabeza, digamos, entre las nubes, junto con el sol.
¿Estaba loco el hombre? Bajo el sol,
¿qué trataba de hacer, en el balcón?
Recibieron los hombres duras migas,
que algunos arrojaron desdeñosos al río,
y, en la taza, una gota del café.
Algunos nos quedamos, esperando el milagro.
Diré qué vi después; no fue un milagro.
Una hermosa mansión se alzaba al sol
y salía, caliente, de la puerta un aroma a café.
Al frente, en yeso blanco, un barroco balcón
de pájaros que anidan junto al río
—lo vi sin despegar el ojo de las migas—
y salas y recámaras de mármol. Mis migas,
mi mansión, fabricada por milagro
durante años, por insectos y aves, por el río
que erosiona la piedra. Cada día, en el sol,
me siento al desayuno en mi balcón
y con los pies en alto bebo mucho café.
Lamimos esas migas, tragamos el café.
Una ventana frente al río captó la luz del sol
como si el milagro ocurriera, pero en otro balcón.

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