La solemnidad es un bien escaso en estos días. Alguien me señalaba hace poco que cuando sucede una catástrofe, los memes o comentarios irónicos suelen aparecer casi de inmediato. En el cine y la televisión es raro encontrar momentos solemnes; los momentos dramáticos son alivianados con comentarios graciosos o irónicos –el protagonista herido de muerte que encuentra tiempo para hacer un chiste o comentario sarcástico. Incluso acciones oficiales de gran peso para una comunidad tienden a ser despachadas como un trámite, como un vendedor que sigue conversando mientras nos dice cuánto pagar por dos kilos de cebolla.
La solemnidad y la ceremonia con las que se inviste un evento señalan, ante todo, que ese evento es significativo. Es nuestra forma de recibir y señalar algo que tiene impacto real o simbólico sobre aspectos valiosos para nuestra comunidad. Las muertes de personas destacadas, las catástrofes que se cobran decenas de vidas, los eventos oficiales, entre otros, son momentos que recibimos con solemnidad y con cierta ceremonia, señalando que algo importante acaba de suceder. La ironía, el chiste, el meme, que tienden a funcionar como forma de distanciarse o trivializar una situación, son conductas que tienden a ser fuertemente rechazadas cuando lidiamos con eventos significativos. Imaginen cómo reaccionarían hacia una persona que hiciera chistes en voz alta durante el funeral de nuestra abuela, o hacia memes sobre nuestro diagnóstico de cáncer, o a una funcionaria que hiciera gestos cómicos durante un traspaso de mando o al declarar estado de sitio.
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Vale la pena señalar entonces que solemos recibir a lo que personalmente nos duele con muy poca solemnidad, con muy poco respeto. Rara vez hay interrupción de la cotidiano, rara vez hay una pausa que señale que algo importante acaba de suceder. Incluso en terapia, un dolor profundo que aparece suele ser tratado inmediatamente como algo a resolver, como algo que necesita análisis o consuelo inmediato –basta con señalar lo difícil e incómodo de permanecer en silencio frente a un paciente que está experimentando un gran dolor, algo dentro nuestro quiere hacer algo al respecto.
Cuando eso no sucede están ausentes las acciones que culturalmente señalan que acaba de suceder algo importante. En su lugar, el dolor es acompañado por intentos de distracción o de supresión, chistes, explicaciones, análisis, quejas, planes.
Toda ceremonia entraña en primer lugar una pausa con respecto a lo cotidiano –no es posible ser ceremonioso mientras uno intenta despegarse un chicle de la suela del zapato. En segundo lugar, la ceremonia involucra un silencio contemplativo. Por este motivo una muestra muy significativa de respeto es guardar colectivamente un minuto de silencio por algún evento que ha causado un dolor colectivo. Un minuto durante el cual no hay nada que hacer más que recibir colectivamente el impacto profundo y sentido de un evento. Un minuto que no se apura, que no se realiza como un trámite ni como algo pasivo, un minuto que involucra la contemplación del dolor compartido. Lo central para esto es el silencio que impide que la fugacidad de las palabras contamine lo significativo del evento.
Querría sugerir que también podemos recibir al dolor personal con un minuto de silencio, con solemnidad y respeto. Me refiero al dolor de haber perdido a un ser querido, el dolor de un sueño que se fue, el dolor de un corazón roto, el dolor que estar vivo entraña paso a paso. Así como guardamos un minuto de silencio por los dolores colectivos, también podemos guardar un minuto de silencio por los dolores personales. Un minuto no teñido de análisis, anticipaciones, rumiaciones, explicaciones, ni lamentos, sino un minuto de silencio durante el cual podemos acoger y recibir limpiamente lo que se nos está brindando. Un minuto de silencio para reconocer que algo importante ha sucedido, un minuto de silencio que ayude a destacar lo valioso que se ha perdido, que ayude a que el dolor nos atraviese y nos recuerde lo frágil y precioso de nuestra existencia.
La próxima vez que lidien con un dolor, sea propio o de una persona que está con ustedes, intenten recibirlo con un minuto de silencio. Actuar como si fuera algo importante, porque en efecto lo es. No para controlarlo, no para navegarlo, no para regularlo, sino simplemente para sentirlo, para recibirlo, para contemplarlo.
Esta columna fue publicada en Grupo ACT, centro de formación y diseminación de la terapia de aceptación y compromiso, y cedido para su re-publicación en Psyciencia.
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