Así como hoy, 9 de agosto, se conmemoran setenta años de la explosión de la bomba Fat Man sobre Nagasaki, el pasado 6 de agosto se conmemoró el 70º aniversario del devastador lanzamiento de Little Boy, nombre con el que se conoció la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial. Miles de personas se congregaron en el parque Memorial de la Paz de la ciudad, a las 8:15 de la mañana —hora a la que explotó la bomba lanzada por el bombardero Enola Gay—, para dar inicio a una de las ceremonias de mayor impacto político en Japón y el mundo.
Tal como ha sucedido casi todos los años desde 1947 —tan sólo dos años después de terminada la tragedia—, se dio inicio a la ceremonia conmemorativa a la hora exacta de la explosión de la bomba, en medio del sonido de campanas y sirenas y, posteriormente, se guardó un sentido minuto de silencio. Todos los asistentes al evento rindieron homenaje a las víctimas de la tragedia, la cual cobró la vida de más de 70.000 personas de forma inmediata y más de 140.000 pocos meses después.
Además de los esperados discursos pronunciados por altas dignidades políticas, como el alcalde de la ciudad, Kazumi Matsui, y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, es habitual que ese mismo día, en horas de la noche, se culmine la conmemoración encendiendo las lámparas de la paz, como parte de una tradicional ceremonia llamada tōrō nagashi, que recuerda a las personas que perdieron la vida como resultado de los bombardeos. Se acostumbra escribir mensajes relativos a la paz dentro de las lámparas de papel y luego soltarlas en el río Motoyasu para que la corriente las lleve. El paisaje que brindan esas lámparas encendidas en medio de la oscuridad de la noche y acompañadas por el brillo propio de una ciudad renovada y moderna es deslumbrante y muy emocionante; es un suceso que conlleva un gran símbolo de esperanza e ilusión.
Estar allí, en medio de los acontecimientos, permite ver que los japoneses no buscan recordar con rencor ni con odio lo ocurrido hace siete décadas. Tampoco se vislumbran deseos de venganza o pedidos de reparación. Eso ya quedó atrás. Por el contrario, buscan lograr que ese trágico hecho que partió la historia del mundo en dos se convierta en un símbolo de paz y reconciliación, y sirva para concientizar a la humanidad sobre el peligro y el daño del uso de armas nucleares. Ese es, igualmente, el principal mensaje que cualquier persona que visite el Museo Memorial de la Paz se llevará consigo de regreso a casa.
La expectativa de todos los años ha sido siempre la misma: ¿asistirá algún día a la conmemoración el presidente de Estados Unidos? ¿Será posible que el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Japón se vean cara a cara y posen para la foto, estrechando sus manos en medio del parque Memorial de la Paz de Hiroshima? Las invitaciones no han faltado: el mismo alcalde de Hiroshima solicitó a Barack Obama que hiciera una visita a una de las dos ciudades bombardeadas. Aunque eso aún no se va a dar, sí vale la pena resaltar que el pasado jueves, entre representantes de más de 100 naciones que acudieron al evento, se encontraban dos miembros de alto nivel del país norteamericano: volvió por segundo año consecutivo la embajadora de Estados Unidos, Caroline Kennedy, quien estuvo acompañada por la subsecretaria de Estado para el control de armas y la seguridad internacional, Rose Gottemoeller.
El aniversario de este año llega en una coyuntura muy importante para Japón. A nivel interno se ha empezado a discutir una vez más, pero esta vez con mayor fuerza que nunca, la posibilidad de implementar una reforma a la política militar que ha caracterizado al país desde la promulgación de su constitución actual. La Constitución de 1947 se destacó, entre otras cosas, por su artículo número 9, a través del cual el pueblo japonés renunció para siempre a la guerra y al uso de la fuerza para solucionar controversias internacionales, así como también desistió de constituir fuerzas armadas propiamente dichas. Desde ese entonces, Japón ha brillado por haber redactado una constitución totalmente pacifista.
A pesar de ello, un cuerpo armado denominado Fuerzas de Autodefensa se constituyó en el país en la década de los 50 y ha perdurado hasta hoy. Aunque sus funciones en ningún momento pueden equipararse a las de un ejército propiamente dicho, sí han sido una enorme fuente de críticas por sus innegables semejanzas. La reforma militar que está en discusión busca que esas Fuerzas de Autodefensa puedan participar activamente en misiones fuera del territorio japonés, realizando las mismas funciones de los ejércitos de otras naciones.
Esa reforma contrasta con el pacifismo de la Constitución de 1947, y aunque la intención del Gobierno no es necesariamente militarizar nuevamente el país, el propósito de la iniciativa sí puede estar asociado al interés de fortalecer la posición y el poderío de Japón en el sistema internacional. Sin un ejército regular, el país no ha podido formar parte de las operaciones de mantenimiento de paz en diferentes regiones del mundo, como sí lo hacen las otras grandes potencias, lo que lo ha relegado a depender de la asistencia económica para el desarrollo como instrumento de injerencia internacional. Qué sucederá con el pacifismo japonés está aún por verse.
El marco de este aniversario es, sin duda, un escenario propicio para la reflexión en torno a las atrocidades que ha vivido la humanidad, pero también lleva a resaltar que la reconciliación es posible incluso ante las más adversas circunstancias.
* Docente de la maestría de asuntos internacionales e investigador del CIPE, Universidad Externado de Colombia. Doctorado en estudios de paz y conflicto de Tokyo University of Foreign Studies.
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