Es curioso que el reloj justo enfrente se hallara sin vida. No habría de tener importancia alguna, al no ser porque, juraría yo, que hace unos segundos su manecilla pareció caminar hacia las en punto. Diría que es realmente interesante que cada vez que se quiera, unas simples manecillas giren a voluntad de cada cual.
El poder de la mente no tiene límites a mi modo de ver. Incluso la escultura de bronce de un hombre algo encorvado, con predilección de mirar hacia el otro lado, pareciera en algún momento fruncir el ceño y luego sonreír, y acto seguido quedarse tan quieto, como lo que es: Una estatua. En éste caso es de bronce y con algunos ribetes, sobre todo a la altura del pecho. Es decir, que es tan emocionante ver que la escultura cobre vida, y el reloj también, aún a sabiendas que ninguno de esos objetos tiene vida propria; quizás el reloj si marcara las horas como antaño, pudiera albergar vida, aunque eso de que un objeto tenga vida, no responde al modelo de definir lo que significa vida, porque no hay ningún equilibrio omeostático en ellos.
Pero me gusta pensar que un reloj por ejemplo tenga vida, un corazón que palpita a medida las agujas recorren punto por punto las horas y los minutos, y hasta los segundos. Hoy yo he querido ver como late ese reloj, que tanto tiempo ya, ha dejado de marcar las horas, un reloj abandonado en lo alto de la encimera, lleno de polvo y descolorido. Me impresiona que le mirara un rato y tomara vida un corazón ya muerto.
Incluso si me fijo más, puedo ver algunas de las imágenes que formaron parte de sus horas. Imágenes que desgraciadamente no fueron bien avenidas, por ejemplo, cuando el atentado de la capital de la ciudad, allá por los años setenta y que ocasionó una tragedia, porque el vuelo de avión que tenía que haber aterrizado en la isla grande, tuvo que buscar otra ruta y otra isla, y eso fue fatídico. El destino quizás. Por entonces el reloj siempre marcaba el tiempo con su tic, tac. Fue en esa ocasión en que se quedaron los gritos y el fuego y las ambulancias de aquí para allá, si, realmente en su tic, tac, quedaron las horas y las imágenes, para mi gusto, claro está.
La compañera de trabajo y calamidades añadió:
¿Y porqué te empeñas en ver esas cosas, y más cuando se trata de un simple reloj?
Se me escapó una media sonrisa y repliqué:
¿Y tú, es que realmente lo que ves ahí fuera, la verdad?
Hoy el día se hace largo y me vuelvo a distraer un rato: El reloj que toma vida, y la escultura con el ceño fruncido, a saber si algo oyó...
Texto: María Gladys Estévez