Muchos instantes de nuestra vida pasan esperando que llegue un gran momento que nos haga olvidar la situación actual por la que estamos atravesando. No importa cuánto dure ese momento, a veces la felicidad sólo dura unos pocos segundos, como cuando ves una estrella fugaz atravesando el firmamento, pero seguro que darías cualquier cosa por volver a sentir esa brisa fresca de instantánea felicidad acariciando tu rostro y hacerte recordar esa agradable sensación que sentías en tu infancia, cuando cualquier cosa que te sucedía te hacía sentir cosquillas en el alma y bailabas sin motivo aparente al son de la música de la felicidad. Entonces te das cuenta que hace años te resultaba más fácil ser feliz y que ahora, estarías dispuesto a viajar hasta la luna con tal de sentir un momento de felicidad como los de antes y si fuera posible, pararías el tiempo en ese instante y lo harías durar para siempre.
A veces la felicidad pasa por nuestro lado casi de puntillas, sin hacer ruido, sin llamar nuestra atención, hasta el punto de que cuando piensas que no eres feliz es porque estás obviando algo que te está sucediendo en este preciso momento que podría alegrar tu corazón si te enfocaras en los aspectos positivos de tu vida, que aunque creas que no, seguro que los tienes. Otras veces te das cuenta que el mayor problema de la felicidad es que casi siempre pensamos que no es posible obtener aquello que deseamos y entonces dejamos de perseguir nuestro sueño y esa posibilidad se nos escapa y se transforma en nada, como cuando el viento se lleva tus pensamientos y borra las huellas del camino que quieres recorrer en la vida.
Y ya que hablamos de este tema, me gustaría contarte algo que me sucedió hace unos días que me hizo sentir en el alma una brisa fresca de chispeante felicidad. Aprovechando el magnífico tiempo que hace en esta época del año, decidí almorzar en un parque cercano a mi domicilio y pasar así una agradable jornada de sol. Al poco tiempo de llegar al lugar, vi que un grupo de personas rodeaba a un chico joven que contaba hermosas historias mientras su cuerpo se balanceaba al son de sus bellas palabras. Me acerqué y me quedé escuchando fascinada, pues se expresaba muy bien y tenía una voz suave y aterciopelada cuya melodía te trasladaba a otra época. Cuando el joven terminó su narración la gente aplaudió sin parar y le dio unas monedas que él agradeció con una gran sonrisa. Yo no llevaba dinero aquel día, pero le invité a compartir mi almuerzo y me senté a su lado contenta de descubrir las posibilidades que te ofrece cada día de hacer nuevos amigos casi sin darte cuenta.
Comenzamos a charlar. Su nombre era Eduardo. Cuando le ofrecí uno de mis sandwichs me di cuenta que sufría parálisis en sus manos y brazos y que apenas podía moverlos con mucha dificultad, sin embargo su sonrisa era tan afable y su rostro tan alegre, que apenas podías percibir que tenía algún problema físico. En la agradable charla que mantuvimos, me contó que había nacido con una enfermedad neuromuscular que le hace tener paralizado parte de su cuerpo, motivo por el cuál no puede trabajar en un empleo normal y como tampoco puede escribir, sus padres le enseñaron desde muy pequeño el infinito valor de la palabra y le transmitieron el don de narrar bellas historias y de crear un mundo a su medida, de esta manera se gana la vida y es la persona más feliz que haya podido conocer, porque ha aprendido a cultivar sus mejores cualidades intelectuales y ha desarrollado recursos que le permiten superar sus problemas de movilidad y dejar atrás cualquier barrera que aparece en su camino.
Conocerle me ha ayudado a apreciar lo importante de la vida y me ha enseñado que la verdadera felicidad no se encuentra sólo en las cosas buenas que nos suceden y que tanto anhelamos cuando pasamos por circunstancias difíciles. La verdadera felicidad se encuentra en todo aquello que es invisible y forma parte de nosotros desde nuestro nacimiento, cualidades que podemos potenciar a través del conocimiento de nosotros mismos, para así lograr todo aquello que deseemos en la vida. Así, te das cuenta que la felicidad no está de paso, ni llega un día y otro se marcha de tu lado, sino que siempre ha estado ahí, porque es parte de ti y te acompaña siempre, pero sólo tú puedes despertar la felicidad que vive en ti y abrirle paso en tu vida, como hace Eduardo cada día. Así serás feliz siempre, con independencia de lo que te suceda.
Si alguna vez piensas que darías lo que fuera por tener un momento de felicidad, tal vez ha llegado la hora de que dejes de vivir aguardando que un gran acontecimiento llegue a tu vida para salvarte de tu propia monotonía, cambiar tu mundo y hacerte feliz, porque entonces estás poniendo límites a tu propia felicidad y la felicidad es infinita, como lo son las estrellas que habitan en el universo y el océano donde cada noche refleja su rostro la luna. Y así, ese momento de felicidad que llevas tiempo anhelando se producirá cuando dejes de esperar que suceda y abras las ventanas de tu corazón al descubrimiento de ti mismo, el único lugar donde encontrarás tu verdadera felicidad.