Revista Maternidad
El hombre del tiempo llevaba días anunciando nieve y Paula que recordaba una nevada siendo ella muy pequeña, se ilusionó con la idea de que nevara de nuevo. Cada mañana, nada más levantarse, se asomaba a la ventana con la esperanza de que todo estuviera cubierto de nieve, y cada mañana se decepcionaba descubriendo lluvia o simplemente nubes. Una mañana nevó un poco y Paula se emocionó tanto que llamó a todos para que se asomaran a la ventana.
-Si sigue nevando mucho tiempo tal vez cuaje- dijo su madre.
-A ver si cuaja y podemos jugar con la nieve- deseó Paula en voz alta.
El frío era terrible, era frío de nieve, pero por más que el hombre del tiempo se empeñaba en decir que iba a nevar, la nieve se resistía a cuajar porque no nevaba lo suficiente.
Una mañana Paula se asomó a la ventana y vio que estaba nevando más fuerte que otros días y volvió a llamar a todos para que lo vieran.
-¡A lo mejor hoy sí cuaja mamá!- decía entusiasmada.
Ese día Abril y a Ainhoa, fueron al colegio con Paula en el coche de su madre. Como llegaron pronto, jugaron un ratito con la nieve y aunque no había mucha se lo pasaron bomba.
Una vez en clase Paula miró hacia la ventana y vio que llovía y que la nieve de la mañana se estaba derritiendo. ¡Qué pena!, pensó decepcionada, esta vez tampoco iba a cuajar la nieve. Fue durante la clase de lengua cuando empezó a nevar con fuerza; los copos de nieve caían sin parar y Pedro, su profesor, interrumpió la clase unos minutos para que todos pudieran mirar por la ventana… Miles… millones de copos blancos, de distintos tamaños y formas, caían del cielo provocando un sentimiento de ilusión en el corazón de los niños, que miraban sin pestañear el maravilloso espectáculo de la naturaleza.
-A vuestros sitios, tenemos que seguir con la clase- dijo Pedro.
No paró de nevar en toda la mañana hasta la hora de salir del colegio. Todos se levantaron de su pupitre con prisa, estaban deseando salir a pisar la nieve. Cuando ya estaban preparados para salir de la clase entró el director.
-Hay un problema- dijo el director-. Vuestros padres no han podido venir a recogeros debido a la gran nevada. Las carreteras están bloqueadas y tendréis que esperar aquí hasta que la máquina quitanieves les abra camino hacia el colegio.
Los niños se miraron unos a otros sin entender muy bien qué tenían que hacer.
-¿Qué hacemos ahora?- preguntó Diego.
-Tenemos que esperar aquí hasta que puedan venir a por vosotros, no queda otra- contestó Pedro.
-Pero yo quiero jugar con la nieve antes que se derrita, llevo muchos días esperando para poder hacerlo- protestó Paula que no podía soportar la idea de perder una oportunidad tan preciosa.
-¿Y qué quieres que hagamos?- preguntó Pedro.
-Podemos salir a jugar en el patio mientras vienen a buscarnos- sugirió Paula.
-Eso no puede ser, la nieve llega hasta la altura de las rodillas, hace demasiado frío, mejor esperamos en clase repasando lengua- bromeó Pedro.
Los niños le miraban con caritas tristes, no podían creer que toda esa nieve blanca, blanca, blanquísima se quedara ahí sin que nadie la disfrutara…
De pronto Pedro se levantó de su asiento y poniéndose el abrigo salió corriendo hacia el pasillo al tiempo que gritaba: -¡Seguidme todos!, y no olvidéis los abrigos. ¡La nieve nos está esperando!
Los niños dieron un salto y salieron corriendo por el pasillo detrás de Pedro, mientras, se iban poniendo atropelladamente las bufandas, gorros, guantes y demás parafernalia entre gritos y risas…
-¿Qué algarabía es esta?- preguntó una profesora desde la puerta de su clase.
-¡Es la guerra de bolas de nieve!- Exclamó Pedro como si fuera un niño más.
-¡La guerra de bolas de nieve!- gritaron los niños exaltados.
-¡Bien!- dijo la profesora- nosotros nos unimos a esa guerra. ¡Vamos niños!, la nieve nos está esperando- y salió corriendo con sus niños tras Pedro.
Al llegar al patio salieron en tropel y cada uno cogió un puñado de nieve para lanzarlo al primero que se cruzase en su camino. Paula se tumbó en el suelo e hizo el ángel, sintiendo el frío en su cuerpo y admirando el blanco luminoso de la nieve, ¡por fin se estaba cumpliendo su sueño! Los profesores y profesoras, lanzaban bolas de nieve a los niños y éstos cubrían de blanco a los profesores, todos corrían de un lado a otro, incluso el director se unió a la fiesta, digo la guerra de nieve. Hicieron un gran muñeco de nieve y cuando lo terminaron siguieron jugando. Habían perdido la noción del tiempo.
Los padres fueron llegando al colegio y al ver volar bolas blancas en todas direcciones que acababan aterrizando en el cuerpo de unos y otros, se unían a ellos contagiados por las risas y el ambiente divertido, lanzando bolas a diestro y siniestro a profesores, niños, a padres, madres, abuelos y abuelas.
El patio del colegio era un campo de batalla, un caos de alegría y diversión, un oasis donde todo el mundo se había olvidado por completo de sus circunstancias. Los niños y niñas se habían olvidado de los deberes, los padres sin trabajo se habían olvidado de las letras de la hipoteca, los abuelos y abuelas se habían olvidado de su vejez, de sus enfermedades, hasta el señor gruñón del pueblo estaba en el patio tirando nieve con una sonrisa de metro y medio en la cara, doña tristona no paraba de reír, el señor huraño se abrazaba a todo el que se le acercaba… Todos se sentían felices, sin darse cuenta estaban viviendo ese momento como si fuese lo único importante del mundo, ¿y sabes por qué?, porque esa guerra de bolas de nieve era uno de los momentos más importantes del mundo, y aunque nadie se paró a pensar en ello, se lanzaron a disfrutarlo sin más.
Aquél día de la fiesta, digo la guerra de las bolas de nieve, todos se volvieron a casa con una sonrisa en la cara y el corazón un poco más alegre. Todos volvieron a ser niños, incluso los niños fueron más niños, todos se sintieron amigos de todos y lo que es más importante, todos se sintieron parte de todos… Compartieron uno de ésos momentos más importantes del mundo. ¿Y sabes una cosa?, hay muchos momentos más importantes del mundo a lo largo de la vida, aparte de las guerras de bolas de nieve o las fiestas de las flores o el día de pisar hojas secas en otoño para escuchar cómo crujen. No hace falta que caiga nieve ni que florezcan los almendros para sentirse en un momento especial; lo único que se necesita para vivir “un momento mejor del mundo” es querer disfrutar del presente tal como hicieron Paula, Pedro y todos los demás.
Y naranja, anaranjado… este cuento ha terminado. ¿Os ha gustado?
Autora: María Jesús Blanco (Cuchu)