Un asteroide (A/2017/U1, llamado coloquialmente “Oumuamua”, en hawaiano “mensajero lejano que llega primero”) ha pasado por nuestro Sistema Solar (entre el Sol y Mercurio) llamando poderosamente la atención de los astrónomos por la peculiaridad de su forma, parecido a un palillo. No es que sea el primer asteroide que se haya contemplado nunca, ya que estos peñascos siderales abundan en el Universo, pero es el primero que presenta dos características únicas: tener una forma muy alargada, como la de un mondadientes, y carecer por completo de atmósfera, lo que indica que está formado, de forma maciza, por roca y metal. Su tamaño oscila entre los 400 metros de largo por 80 metros de ancho. No se conoce ningún astro con esa forma. Se aparta, así, de las formas esféricas u oblongas de este tipo de cuerpos, lo que le confiere un interés especial. Además, por su procedencia.
Estos objetos rocosos o metálicos orbitan alrededor del Sol, generalmente entre los planetas Marte y Júpiter, aunque algunos tienen órbitas más allá de Saturno y otros se acercan más al Sol, como Òumuamua´. Se les considera “planetas menores o enanos” en función de su tamaño, como Ceres, un asteroide de más de 1.000 kms. de diámetro y en cuya superficie se aprecian cráteres, criovolcanes, depósitos de hielo y sales, grietas y montañas, algunas de hasta cinco kilómetros de altura (Ahuna Mons). Otros, en cambio, son pequeños y en ocasiones se estrellan contra la atmósfera de la Tierra, encendiéndose y transformándose en meteoritos. Sin embargo, también pueden estallar, como el que, en febrero de 2013, chocó contra la atmósfera y explotó sobre la ciudad rusa de Cheliábinsk, provocando un gran susto a sus habitantes a causa del ruido que produjo su desintegración.
Ahora, Oumuamua se aleja de nosotros a más de 30 kilómetros por segundo y se perderá en los confines del Universo, en dirección a la constelación de Pegaso. Durante el poco tiempo que estuvo al alcance de los telescopios se ha podido observar, de manera indirecta y midiendo la curva de luz, su tamaño, forma y color, presentando unos tonos rojizos, habituales en los cuerpos procedentes del cinturón de Kuiper, en el exterior del Sistema Solar. Por el cálculo de su trayectoria, se cree que este asteroide es una esquirla que procede de otro sistema solar, por lo que su estudio podría aportar datos fundamentales sobre la formación planetaria del exterior de nuestro Sistema Solar. Incluso hay quienes proponen enviar una sonda para investigarlo de cerca (Proyecto Lira, una iniciativa de una organización británica para el estudio interestelar), aunque desgraciadamente no se dispone de tiempo ni tecnología para dar persecución a un objeto que se aleja hacia las profundidades del espacio exterior. Pero sí se podría estar preparado para interceptar nuevos objetos cósmicos que se acerquen en el futuro a nuestro Sistema Solar interno, midiendo la frecuencia de sus apariciones. Aunque es la primera vez que se detecta la presencia de un cuerpo procedente de otro sistema solar, se estima que, tras la visita de Oumuamua, estos objetos relativamente grandes podrían aparecer una vez cada década, según conclusiones estadísticas.
Esta vez se nos ha escapado el primer objeto interestelar que ha tenido oportunidad de conocer la Humanidad, pero con seguridad no será la última. Es cuestión de continuar escrutando las estrellas, como siempre ha hecho el ser humano desde los tiempos de las cavernas.