La primera vez que la palabra CÁNCER entró en mi vida y fui consciente del peso de cada una de sus letras fue, en realidad, la segunda vez que venía a visitarnos.
La primera vez que el CÁNCER entra sin permiso en la vida de alguien a quien amas con todas tus fuerzas, o la segunda vez que lo hace pero la primera en que realmente sabes lo que eso significa... ES ATERRADOR.
Cuando esta enfermedad toca a tu compañero de viaje, con sólo 25 años, y un montón de proyectos y sueños por cumplir juntos, el miedo empieza a cavar un agujero profundo en tu corazón, y aunque aseguren que el pronóstico es bueno, nadie sabe las lágrimas de pavor que has derramado cuando te quedabas a solas, porque sabes que nada es seguro hasta que lo es de verdad. Porque tienes miedo, por él. Porque de repente la palabra VIDA cobra un sentido que antes no tenía. Porque la pregunta "¿Y si...?" resuena en tu cabeza más de lo necesario. Sin embargo, quien tienes a tu lado es la persona más valiente del mundo y te da una lección de valor que no te deja más remedio que hacerte valiente para estar a su altura. Y os reís cuando le cortas el pelo por primera vez con la máquina, para que, cuando empiece la caída, todo sea menos drástico, y le cantas "You sexy thing!" porque piensas que es el tío más atractivo del planeta con su cabeza rapada y su barba de pocos días. Os reís cuando llega el jueves, porque sabéis que el efecto de la quimio hace que le entre un hambre voraz, y que ese día toque "comida basura" y ponerse hasta las cejas (que ya le han caído); y que luego acabará vomitando todo, que su cuerpo estará como inerte un par de días, que su mente también se dará a la fuga y que tú estarás en una parte de la casa y él en otra, porque le molesta hasta la respiración de alguien que no sea él mismo. Os reís porque estáis a un par de meses de vuestra boda y sabéis que, con todo este panorama, quizás os caséis en vaqueros y que vuestras alianzas puede que sean anillos de coco. Y así, os reís y lloráis con una cosa tras otra de las que se suceden mientras duran los goteros de quimioterapia, que le destrozan las venas, pero nunca la sonrisa y la valentía.
Cuando esta enfermedad toca por segunda vez a tu padre, que es tu pilar, el espejo en el que mirarte, tu refugio cuando te aburres de ser adulta. Cuando él, por miedo a vuestro miedo, os lo ha disfrazado de "operación sin importancia" y os enteráis de la gravedad una vez está dentro de quirófano. Cuando crees que igual el beso antes de entrar pudo ser el último. Cuando el cirujano os dice que lo mejor que podéis hacer es rezar por él porque la cosa está fea. Cuando, a pesar de todo, tu padre sale de esa intervención triunfante, y se cuelga la medalla de: segundo CÁNCER, segunda victoria.
Cuando hay una tercera vez para tu progenitor. Cuando esta tercera ronda es una auténtica pesadilla y está llena de palabras feas llenas de letras que pesan demasiado: accidente, tumor, coma, derrame, carcinoma, segundos de vida, paliativos, incapacidad... Cuando, a pesar de todo, tu padre se coge a la única chispita de luz que oye, que son las voces de sus hijos que lo llaman desde la sala de UCI, y de pronto te aprieta la mano para decir: "Eh, que estoy aquí y voy a seguir luchando". Cuando, tras dos años y medio duros para él y para quienes lo adoramos, en los que la sonrisa en sus ojos y en sus labios ha hecho esfuerzos sobrehumanos por seguir, en los que ha habido de todo, arribas y abajos, pero sobre todo unión, valor, lucha y ganas de vivir... Cuando después de tanta batalla, tanta lágrima, tanta visita al oncólogo con el miedo en el cuerpo de la mano de la esperanza ciega, ves como se apaga tan a poquitos la luz de alguien a quien adoras y admiras... Y esta vez se apaga del todo... Algo se rompe dentro de ti para siempre.
Cuando un buen día recibes un wassap de una de tus grandes amigas, que está tan lejos físicamente como cerca de corazón, y te dice que le han diagnosticado CÁNCER. Cuando, una vez más, ves como alguien grande, enorme, de bondad infinita y sonrisa eterna, se apaga para siempre, después de una lucha cuerpo a cuerpo que ha durado unos meses, meses en los que no ha perdido el dibujo de media luna en su cara ni en sus ojos. Se vuelve a abrir la grieta donde se esconde la soledad que deja el monstruo de las seis letras.
Se te para el corazón. Se te congela la mente. Se escapan las lágrimas cuando alguien te da un abrazo sin avisar, en cualquier momento, cualquier día.
Y lo odias. Odias como nunca lo habías hecho. Odias a ese monstruo que llega sin avisar, que entra sin permiso, que arrasa a su paso, que a veces perdona vidas y otras se las lleva para su colección de trofeos, que mata tanto como para hacerte amar más que nunca las segundas oportunidades.
Odias al monstruo de las seis letras que más miedo dan en cualquier cartilla de caligrafía.
Odias las mentiras de las grandes farmacéuticas, los gobiernos y la falsa falta de dinero, el negocio del sistema capitalista y al monstruo de las seis letras que se alimenta de todo lo anterior y roba la vida a tanta alma bonita.
Cuando el CÁNCER viene de visita, la única defensa que funciona para que no se congele el corazón es la fuerza de la sonrisa de quien acompaña a quien lucha y quien lucha y sonríe. Porque la sonrisa es el único tesoro que el monstruo de las seis letras no puede llevarse como trofeo a su estante de victorias.
Es por eso que siempre sonrío.
FUCK YOU, CANCER!