Barry Eichengreen, Project Syndicate
La competencia por el estatus de moneda de reserva se describe convencionalmente como un juego donde el ganador se queda con todo. Desde este punto de vista, hay lugar sólo para una moneda internacional hecha y derecha. El único interrogante es qué moneda nacional se quedará con ese papel.
La lógica de mercado, se dice, dictamina este resultado. Para los importadores y exportadores, cotizar los precios en la misma moneda –digamos, el dólar- que otros importadores y exportadores evita que los clientes se confundan. Para los bancos centrales, tener reservas en la misma moneda que otros bancos centrales implica tener el mismo activo líquido. Si todo el mundo compra, vende y tiene dólares, rinde hacer lo mismo, ya que los mercados en activos denominados en dólares serán los más profundos.
Si bien siempre resulta posible que pueda producirse un punto de inflexión en el cual todos migran de una moneda a otra, se dice que la naturaleza de tipo red del sistema monetario internacional deja espacio para una única unidad internacional.
Sin embargo, esta premisa es errónea, por tres motivos. Primero, la noción de que importadores, exportadores y subscriptores de bonos querrán usar la misma unidad que otros importadores, exportadores y suscriptores de bonos tiene menos peso en un mundo en el que todos tienen un celular que puede comparar valores de monedas en tiempo real. En algún momento, comparar precios en dólares y euros podría haber estado más allá de la capacidad de todos excepto de los operadores e inversores más sofisticados. Hoy en día, el “Convertidor de Monedas” es una de las diez aplicaciones más bajadas de la tienda de Apple.
Segundo, el propio tamaño de la economía global de hoy implica que actualmente hay lugar para mercados profundos y líquidos en más de una moneda.
Finalmente, la visión de que sólo puede haber una moneda internacional y de reserva en determinado momento es inconsistente con la historia. Antes de 1914, había tres monedas internacionales: la libra británica, el franco francés y el marco alemán. El dólar y la libra luego pasaron a compartir la primacía internacional en los años 1920 y 1930. Hoy, otras monedas que no sean el dólar representan el 40% de las reservas internacionales identificadas.
Esto implica que el dólar, el euro y el renminbi compartirán el papel de moneda de facturación, moneda de acuerdo y moneda de reserva en los próximos años.
Con certeza, las tres monedas tienen sus críticos. La voluntad de mantener el dólar puede verse menoscabada por la preocupación por los déficits fiscal y externo de Estados Unidos. La incertidumbre respecto de si la Unión Europea se mantendrá unida podría limitar el uso del euro. Y si bien China está promoviendo de manera agresiva el uso internacional del renminbi en los acuerdos comerciales, tiene un largo camino por recorrer antes de que su moneda resulte atractiva como vehículo para la inversión extranjera y la tenencia de reservas.
Sin embargo, el hecho mismo de que existan interrogantes sobre las tres monedas significa que ninguna de ellas dominará de manera obvia. Habrá un mercado internacional para las tres.
A algunos les preocupa la estabilidad de este mundo de múltiples monedas internacionales. No deberían preocuparse: un sistema monetario internacional más descentralizado es precisamente lo que se necesita para impedir que se repita la crisis financiera.
Los países que buscan reservas adicionales no se verán obligados a acumular solamente –o incluso principalmente- dólares. Ningún país podrá tener déficits de cuenta corriente y usar financiamiento extranjero para incurrir en excesos financieros con tanta libertad como lo hizo Estados Unidos en los últimos años. Esto hará del mundo un lugar más seguro en términos financieros.
¿Los tipos de cambio entre las principales monedas serán peligrosamente inestables? ¿Los responsables de gestionar las reservas de los bancos centrales, en busca de maximizar los retornos, pasarán erráticamente de una a otra de esas monedas?
El temor detrás de estos interrogantes reside en una mala comprensión del comportamiento de los gestores de reservas de los bancos centrales. Los gestores de reservas no tienen los incentivos financieros de alto vuelo de los gestores de fondos de cobertura que buscan maximizar los retornos. No tienen que superar sus marcas culminantes anteriores para recibir una paga. Tienen responsabilidades sociales y lo saben.
Esto implica que tienen menos incentivos para agruparse en manada –comprar o vender una moneda sólo porque todos los demás la están comprando o vendiendo-. Pueden adoptar un horizonte a más largo plazo, porque, a diferencia de los gestores de fondos de cobertura, no tienen que satisfacer a inversores impacientes.
Comparados con los inversores privados, entonces, los gestores de reservas de los bancos centrales tienen más probabilidades de actuar como especuladores con un papel estabilizador. El resultado será lograr que los tipos de cambio entre las tres monedas internacionales sean más estables, no menos.
La economía mundial del siglo XXI se está volviendo multipolar. No existe ninguna razón para que lo mismo no sea válido para su sistema monetario internacional. Al final de cuentas, eso será algo positivo.
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Barry Eichengreen es profesor de Economía y Ciencia Política en la Universidad de California, Berkeley.
Tomado de Project Syndicate Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización