Revista Opinión

Un mundo donde el estado es Dios

Publicado el 16 junio 2018 por Carlosgu82

Te despiertas con una sensación de soledad y desesperanza, en el techo no encuentras nada así que giras la cabeza y miras junto a tu cama esperando ver al amor de tu vida, esa persona que te acompaña en las buenas y en las malas y que te anima con tan solo una sonrisa pero… no la encuentras, no está allí tu cómplice de la vida, con quien debiste reír tantas veces y ¿Por qué no? Discutir. Te levantas y te asomas a la habitación del niño que tanto se parece a ti y que con cualquier mínimo gesto transforma tu peor día en un motivo para sonreír y continuar, abres lentamente esa puerta y ¿Qué hay? Oscuridad… enciendes la luz y las telarañas cubren todas esas cajas que ya no recuerdas ni para qué las tienes allí. Te preparas un desayuno 100% sintético, comes en el silencio y la soledad de un apartamento que bien puede ser el detonante de esa depresión que ya ni notas que tienes.

Quieres salir un rato así que buscas en tu closet, entre todos esos trajes grises totalmente idénticos tu favorito, te lo pones y dejas ese tan inspirador lugar. Al cerrar la puerta ves que tus vecinos, tanto el de la izquierda como el de la derecha hacen lo mismo que tú. En el fondo te alegra ver a otras personas ¿Por qué no saludar? Ves bien a tu vecino de la derecha y te das cuenta que se trata de un joven africano que no habías visto antes, piensas que no habla tu idioma y de hecho es así, por eso no te atreves a darle más que un saludo con la cabeza haciendo un pequeño ademán. El vecino a tu izquierda es un cuarentón del medio oriente vestido con sus trajes típicos con el que sientes que tienes menos posibilidades de pedirles una taza de azúcar, menos aún de socializar… te vas.

Melancólico, depresivo y necesitando un abrazo, necesitando un hombro en el cual llorar, una taza de chocolate caliente y una palabra de aliento; alguien que con solo estar allí te ofrezcan esa fuerza terapéutica que te levanta para que vuelvas a andar pero miras a tu alrededor y no existe eso que solían llamar comunidad porque se volvió algo innecesario, retrógrado.

Dejaste de ver a tus padres hace mucho tiempo porque el trabajo no te lo permitía, ni siquiera fuiste a su funeral y sus últimas llamadas con los mismos consejos anticuados te molestaban  y ninguna de esas parejas sexuales que has tenido en los últimos años han durado más de una noche, no les has vuelto a ver, ni sus nombres recuerdas. En la calle todos caminan solitarios, apresurados y con un gesto invariable en la cara, andan igual que tú.

De grande nunca creíste en las religiones y desde que saliste de la secundaria te molesta la idea de Dios pero por curiosidad o porque tienes unos minutos quizás, te da por acercarte a uno de esos templos en los que la gente se reúne a cantar y hablar de su fe, quien sabe y algo bueno suceda… pero no, ya no hay tales reuniones de aquellos fanáticos hipócritas que siempre hablaban de la ayuda que reciben en sus Iglesias, los consejos y la vida en comunidad que tanto decían querer compartir… los templos están vacíos o convertidos en oficinas de gobierno custodiadas por militares armados.

Nadie con quien hablar, nadie que te quiera escuchar. Todos están sumidos en sus propios mundos grises  con rojo y la última de las opciones es levantar una plegaria… sí, orar al Dios que decían puede consolar las almas desesperadas pero vuelves a mirar alrededor y es como si las miradas de todos se dirigen hacia ti como lanzas, arriba en los postes del alumbrado las cámaras vigilan hacia los cuatro lados y los de uniforme verde y boina roja no dejan de pasar de un lado al otro. No es que te de vergüenza con toda esa gente orar, es que como dicen esas pantallas en la avenida: está prohibido orar, la única solución a tus problemas no puede venir de tu pareja ni de tus hijos o la comunidad, mucho menos de la iglesia o Dios, eso es inconcebible, la única opción para ti es esa entidad que para protegerte y llevarte a otro nivel de humanidad lo controla todo, ese que se ha convertido en el padre amoroso que te alimenta y da la libertad de estar solo, esa entidad benevolente que cariñosamente llamas El Estado… tu nuevo padre, tu nuevo dueño, tu nuevo dios.

No encontraste a tu pareja junto a ti porque nunca te casaste… Esa hubiera sido una gran tontería ya que el estado te prometió felicidad si dedicaba más tiempo de tu vida al trabajo y que bien las relaciones casuales podían satisfacer tus necesidades. Eso de tener pareja e hijos es algo tan retrógrado que después de tantas leyes para aborto comenzaron un control obligatorio de natalidad en el que gente como tú terminó esterilizada y lo más importante es decidir qué género quieres ser en este día. Has despertado en el futuro; un lugar en el que el progreso está a la orden del día y el estado es la cosa más grande jamás vista.

El futuro, donde no te faltarán tintes de colores para llenar tus vacíos al rociarlos en tu cabello y por supuesto, demostrar que tienes mucha personalidad. El futuro, donde la migración masiva convirtió a todos los vecinos en completos extraños que no hablan tu idioma. El futuro, donde el estado te da techo, comida y trabajo pero te quita todo lo demás. El futuro, donde los psiquiatras que te asigna el gobierno te mantienen estable con antidepresivos para que no bajes el rendimiento en tu emocionante trabajo de recoger basura. El futuro, donde el estado es tu padre, tu amigo y tu consejero, donde no se toman las manos orgullosos para cantar el himno nacional mirando la bandera porque ni siquiera hay bandera, puedes tener el color de cabello que quieras y percibirte con un género diferente cada día pero no puedes tener una cultura, una bandera y mucho menos una comunidad en la que confiar. El futuro, donde el calor de la familia está prohibido y lo único que le da sentido a tu vida es la ciega lealtad al gobierno. El futuro, donde los únicos beneficiados son los burócratas…

El futuro cercano… Donde el estado es dios y recuerdas como te reías de Suecia y su gobierno feminista permitiendo que los inmigrantes abusen sexualmente de las jóvenes suecas, de los británicos por callarse la boca ante semejante control de la libertad de expresión y del resto de Europa donde ya ni podían cantar sus himnos nacionales. Dijiste que eso nunca pasaría en Latinoamérica, que tal cosa era imposible porque nadie querría controlar países como los latinos, no somos tan tontos como los de Europa para dejarnos controlar por un gobierno y quedarnos callados. Te burlarte de ellos y ya ves que no tardó mucho en bajar a nuestro continente… ciertamente no nos convertimos en un continente musulmán pero el control llegó de otra manera.

Continuará…


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