Revista Psicología

¿Un mundo feliz?

Por Jcarlosbarajas @kurtgoedel2000

¿Un mundo feliz?

Portada de una edición antigua obtenido del blog "una pizca de cine.."


¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh mundo feliz,
en el que vive gente así!

William Shakespeare
La Tempestad, acto V

Mi primer contacto con la famosa obra de Aldous Huxley fue a través de una serie de televisión, correría 1980 ó 1981. Y ya entonces me atrapó. Bastantes años después leí el libro y me atrapó más todavía. La novela, escrita en 1932, es una sátira futurista sobre la sociedad surgida de la segunda revolución industrial basada en el maquinismo, la eficiencia, la medición de tiempos de trabajo, la producción en cadena y todas las características que constituyeron la base de lo que se denominó el fordismo, en honor de Henry Ford (1) el industrial norteamericano que puso en marcha la primera cadena de montaje.
En esta sociedad futurista hasta a los seres humanos se les fabrica en serie como a los automóviles y en vez de clases sociales hay categorías (2), a las que se pertenece de por vida según sales de la cadena de montaje. Los alfa, los beta, los gamma, los delta y los epsilones - las distintas clases de seres humanos que salen de la cadena - tienen sus características físicas e intelectuales concebidas como especificaciones técnicas – igual que las especificaciones de los automóviles o de los programas de ordenador - y que les hacen apropiados para las distintas funciones en la sociedad. Directivos, empleados, trabajadores en una sociedad cuyas autoridades consideraban perfecta. Desde un punto de vista de la teoría sociológica sería la sociedad funcionalista llevada al extremo, sin conflictos, cada uno con su posición y función asignada.
La religión oficial del Estado Mundial huxleyano consagra a Henry Ford como Dios, como el referente religioso supremo, al estilo de Jesucristo para nuestra civilización; de hecho, la novela transcurre en el siglo VII después de Ford y, en esta era inventada por Huxley, el año cero es 1908, año en el que Ford inventa la cadena de montaje y la producción en serie. La obra está repleta de frases en donde la palabra "Ford" reemplaza a lo que en vida real se utiliza como Dios. Por ejemplo: "¡Por Ford!", "¡Ford! Eso es increíble", o "Su Fordería" para referirse a las autoridades en lugar de “Su Excelencia” o “Su Eminencia”.
Los nombres de los personajes son composiciones de nombres de personas reales, por ejemplo el personaje “Primo Mellon” es composición de Primo de Rivera – el dictador de España en los años ’20 – y de Andrew Mellon – un millonario filántropo norteamericano (3).
Es una obra llena de ironía y de crítica mordaz hacia un tipo de economía industrial que se había puesto de moda en los países desarrollados, que había provocado cambios sociales y culturales, y que a Huxley parece que no le gustaba nada.
¿Pero qué tipo de ideología o de pensamiento había detrás de este modo de producción?. ¿Cuándo y por qué surgió?. Bien, para contestar a estas preguntas y, antes de hablar del fordismo, hay que referirse a un movimiento teórico previo que se conoce como taylorismo.
La segunda mitad del siglo XIX es un período de notables innovaciones tecnológicas, científicas, sociales y económicas que propiciaron un gran desarrollo de la industria siderúrgica, química, eléctrica y del transporte, así como la utilización de nuevas formas de energía diferenciadas del clásico carbón. Este proceso de desarrollo industrial a su vez propició un nuevo desarrollo del capitalismo, nace el capitalismo financiero y nacen las grandes combinaciones horizontales y verticales de empresas, se acrecienta velozmente, sobre todo a partir de 1890, el proceso de fusión y concentración, aparecen los grandes cárteles, trusts y holdings.
Si la primera revolución industrial se caracterizó por su carácter eminentemente británico, su dependencia energética del carbón y la máquina de vapor como exponente tecnológico, la segunda se caracteriza por su extensión geográfica – se desarrolla, además de en el Imperio Británico en Alemania, Italia, Francia, Países Bajos y, sobre todo, en Estados Unidos que emerge como superpotencia en los albores del siglo XX – , se caracteriza también por el uso intensivo del petróleo y la electricidad como fuente de energía y por el motor de combustión interna como exponente tecnológico.
La complejidad y tamaño crecientes de las empresas, unido a la acentuación de la división del trabajo, crearon agudos problemas de coordinación. Apareció entonces una urgente necesidad de racionalización de las relaciones hombre-hombre y hombre-máquina en la industria.
Con la mecanización de la producción los ingenieros industriales pasaron a ocupar una posición estratégica en la estructura social de la empresa. Y éstos, elevados a posiciones de autoridad en el esquema de las empresas, empezaron a aplicar los principios de la ingeniería – que tan bien habían resultado para la resolución de los problemas técnicos – a la administración y organización del trabajo en la fábrica.
El taylorismo surge en este período histórico como consecuencia de todo este proceso de aplicación de la ingeniería a la organización. Su autor, Frederic W. Taylor (4), que de simple obrero llegó a ser ingeniero, tuvo el mérito – no de inventar  técnicas de ordenación científica del trabajo – sino de haber llegado a integrar en un sistema coherente las diversas técnicas e ideas ya existentes que andaban desperdigadas por manuales de organización de distintas instituciones y empresas.
Por tanto, el taylorismo no es una teoría sociológica, no se interesa por los problemas de la sociedad en su conjunto sino  que trata acerca de los problemas prácticos de eficiencia, basa su campo de estudio en el individuo, estudia al obrero como unidad aislada. Si ha llegado a influir de un modo notable sobre la sociedad en su conjunto no ha sido por su vocación intelectual comprensiva de la sociedad sino por su aplicación generalizada en el mundo de la empresa.
El fin del taylorismo es el incremento en la productividad de la organización. Para ello aboga por una aproximación empírica y experimental a los problemas de gestión del trabajo en una fábrica. Taylor pensaba que detrás de cada puesto de trabajo había leyes que se podían descubrir a partir de la observación y la medición y, que una vez conocidas esta leyes, podrían ser aplicadas a un puesto de trabajo concreto. Creía que el conocimiento científico podía reemplazar los métodos improvisados o dejados a la intuición o experiencia del trabajador.
Dejar de lado el conocimiento del trabajador implicaba la separación radical entre el planteamiento de los trabajos y la ejecución de los mismos. El nuevo papel del obrero sería, por tanto, la simple ejecución del trabajo y esto nos lleva a que la selección del trabajador no puede ser hecha al azar, sino que tiene que estar también científicamente realizada para lograr que para cada tarea sea elegida la persona idónea. Es en este momento cuando empiezan los procesos de selección del personal en las empresas.
La filosofía subyacente en el taylorismo se completa con otro importante principio: la cooperación de los trabajadores y directivos. Taylor pensaba que, una vez descubiertas las leyes “naturales” que describen el trabajo y la producción, una vez determinado – en bases a tales leyes – el tiempo idóneo para la ejecución de una tarea y medido el esfuerzo necesario, se podía definir el salario exacto para cada puesto de trabajo de una manera objetiva y científica. Por consiguiente, no queda lugar para el conflicto y ni para las querellas puesto que nadie puede contestar los hechos científicos.
Siguiendo con este razonamiento no tiene ya sentido la lucha de clases y, desde luego para Taylor, el papel de los sindicatos es pernicioso y anacrónico. Los trabajadores conseguirían mucho más en sus ambiciones personales actuando de manera aislada que recurriendo a soluciones colectivas.
¿No os suena toda esta canción?. ¿No hay en este discurso argumentos recurrentes que el nuevo – no tan nuevo como puede verse – liberalismo utiliza machaconamente?. El taylorismo considera al trabajador como un instrumento más de la producción, como una máquina con sus especificaciones, sus condiciones de trabajo, sus costes. Y como tal tiene que ser manejado. Esta concepción del trabajador no toma en cuenta los sentimientos, las actitudes, los fines personales de los individuos y, por tanto, ni entra a considerar la posibilidad de la incentivación de las personas. No hay conciencia de que el obrero es un ser social, influido en su comportamiento por su vinculación con la estructura social general y la cultura de los grupos a los que pertenece. Y, por otra parte, peca de una inocencia pueril pues no considera la posibilidad de que estalle el conflicto entre el empresario y el obrero porque hay unas leyes naturales – en un contexto completamente artificial por cierto – que son indiscutibles. El taylorismo ha despreciado las variables psicológicas y sociológicas del comportamiento organizacional y sobreestima las posibilidades de la ciencia para resolver todos los problemas.
Y ya, para terminar con el taylorismo, hay que señalar que no todo lo que dijo Taylor es falaz, el invento se le desmadró cuando más allá de medir y organizar se puso a filosofar.
El fordismo aplicó parte de las ideas de taylorismo pero fue menos militante en sus aspectos más mecanicistas. Apareció en el siglo XX promoviendo la especialización, la transformación del esquema industrial y la reducción de costes pero, a diferencia del taylorismo, ésta innovación no se logró principalmente a costa del trabajador sino a través de una estrategia de expansión del mercado.
Pero no fue por generosidad o magnaminidad, la razón era que si hay mayor volumen de unidades de un producto cualquiera - debido a la tecnología de ensamblaje - y su costo es reducido - por la razón tiempo/ejecución - habrá un excedente de lo producido que superará numéricamente la capacidad de consumo de la élite económica, de las clases altas que eran hasta entonces las  tradicionales y únicas consumidoras de tecnologías. Es decir, se daba un fenómeno que la socióloga Saskia Sassen denomina lógica de inclusión en el sistema. Al sistema político-económico le interesaba incluir a los trabajadores como consumidores. Por lo tanto, tenían que disfrutar de mejores condiciones, entre ellas, un salario más alto.
Aparece entonces un obrero especializado con un estatus mayor al proletariado de la primera industrialización y también surge la clase media del modelo norteamericano que se transformará en la cara visible del arquetipo del “american way of life”. Pero el sistema excluye del control de la producción a los trabajadores, como solía ocurrir cuando el obrero además de poseer la fuerza de trabajo, poseía los conocimientos necesarios para realizar su trabajo de forma autónoma, de esta manera el capitalista quedaba fuera de los tiempos y modos de producción.
El fordismo - con ayuda anterior del taylorismo - llega para romper con ese monopolio del trabajo, por un trabajo alienante con características que llevan al obrero a perder ese "monopolio" y, por ende, a perder el control de los tiempos de producción.
La idea de la producción en cadena produjo transformaciones sociales y culturales que podemos resumir en la idea de la cultura de masas. Se produjo una expansión interclasista del consumo que derivó en nuevos estímulos y códigos culturales, la sociedad del consumo la llamamos. En general, la clase trabajadora de los países desarrollados empezó a vivir mejor, al menos materialmente.
El sistema alcanzó su madurez después de la Segunda Guerra Mundial bajo el Estado del bienestar keynesiano en el que se desarrolló una forma de capitalismo de rostro humano competidor, como modelo de sociedad, con los socialismos reales en medio de una guerra fría que enfrentaba a ambos modelos.
¿Y qué ha pasado desde entonces?. Ha habido una nueva revolución industrial, la revolución que ha traído la invención del ordenador y la mejora en las comunicaciones, tanto en el aspecto de la comunicación de la información como en el transporte de personas y mercancías. El mundo se ha hecho más pequeño, se ha convertido en una “aldea global “, según el término acuñado por el filósofo canadiense Marshal Mcluhan (5). Las consecuencias de esta revolución de la información se agregan a las anteriores revoluciones industriales como las capas de los estratos en geología. De manera que vivimos en una sociedad con características de la sociedad industrial y de la sociedad postindustrial o de la información.
Con la economía global han perdido importancia los mercados nacionales y, por tanto, los consumidores nacionales. Ahora el mercado es mundial. También ha perdido importancia dónde se produce, se puede producir en cualquier parte del mundo, en dónde sea más barato. Tampoco hay dos modelos de sociedad, el capitalismo quedó como modelo triunfante, como pensamiento único. Y surgió el fenómeno de la economía financiera predominando sobre la economía real, ya no es tan necesario producir para ganar dinero basta con especular. Han surgido poderes emergentes en el tercer mundo que antes no contaban para nada con una clase obrera más barata que la de los países desarrollados. De tal forma que los consumidores ya no son tan necesarios y la clase trabajadora no tiene porque vivir tan bien como solía, ya no es una condición para el funcionamiento del sistema o, mejor dicho, ya no es una condición para ganar dinero pues el sistema se me antoja más inestable.
Todos estos acontecimientos que he resumido en los párrafos anteriores han provocado un cambio muy importante que Saskia Sassen denomina “lógica de la expulsión”(6). Ya no es prioritario integrar a las masas en el sistema económico como consumidores, sigue siendo importante, pero ya no es lo más importante. Por lo tanto, se pueden bajar sueldos y recortar beneficios sociales con lo que las clases trabajadoras y medias viven peor, incluso en los países más desarrollados.
¿Y que ha quedado del fordismo?. Como señalamos anteriormente vivimos en unas sociedades muy complejas que incorporan elementos del industrialismo y del postindustrialismo. El fordismo sigue ahí, en las fábricas, pero con menor influencia. Hay autores que señalan que ha sido sustituido, a partir de la crisis de los años ’70, por el toyotismo, que se caracteriza por estar pensado para economías con crecimiento aceptable y apertura a mercados exteriores y que se basa fundamentalmente en los principios de fábrica mínima, es decir, personal mínimo y capaz de rotar y realizar múltiples funciones, burocracia mínima, producción adaptada a la demanda con almacenaje cero y robotización y automatización de los procesos de producción.
El toyotismo no ha tenido el predicamento de las teorías anteriores. Nadie ha escrito una novela cuyos protagonistas digan: ¡por Toyota! o ¡gracias a Toyota!. No me parece ahora mismo que la sociedad del mundo feliz de Huxley esté de moda como posibilidad futura. La novela, aparte del poso de cachondeo que dejaba detrás de su ironía, describía una sociedad - más que alienada – ñoña. Al menos sus miembros se lo pasaban aparentemente muy bien entre banalidades y unos hábitos sexuales despreocupados y promiscuos. Llamadme pesimista pero ahora mismo mi visión personal del futuro es otra, más cercana a la obra maestra del expresionismo alemán: la película muda Metrópolis de Fritz Lang de 1926(7)

¿Un mundo feliz?

Cartel anunciador de la película obtenido del blog (1+1 una historia...)


Vi esta película en el cine en 1985 en una versión remozada con música de Giorgo Moroder e imágenes resaltadas con un solo color, escala de rojos o de azules o de grises dependiendo del dramatismo de la escena. Me recuerdo en mi butaca totalmente anonadado por la potencia de las imágenes y por aquel argumento desolador de la ciudad de la superficie llena de tecnología, riquezas y comodidades en contraste con la ciudad subterránea, en donde los obreros trabajaban sin descanso, en condiciones alienantes y suma pobreza. Por cierto, al final, cómo no, todo terminaba con una revolución, así que, apliquémonos el cuento y cambiemos el rumbo, porque por el camino que llevamos…
Juan Carlos Barajas MartínezSociólogo
Escena de la película con música de Kraftwerk
Notas
(1)   Para ver una biografía de Henry Ford pulsad aquí(2)   He puesto categorías por no llamarlas castas. Pero hay que admitir que a lo que más se parecen es a las castas.(3)   Para ver más nombres compuestos y otros detalles de la obra “Un mundo feliz” pulsad aquí(4)   Para ver una biografía de Frederic Taylor pulsad aquí(5)   Más información sobre “aldea global” aquí(6)   Para consultar más información acerca de Saskia Sassen pulsad aquíVideo de una entrevista muy interesante con Saskia Sassen

(7)   Para ver más información acerca de la película Metrópolis pulsad aquí
Nota final: Brown, Lauder y Ashton hablan de taylorismo digital.  Taylorismo digital o taylorismo informático, referido a la organización del trabajo, se denomina a la organización global del trabajo profesional y técnico del conocimiento -tradicionalmente desempeñado por las clases medias profesionales- bajo las condiciones de automatización mediante la digitalización e informatización, reducción de salarios, deslocalización y competencia en los mismos términos a los que en su día fueron sometidos los trabajos artesanales o manuales por el taylorismo. Es un tema en el que he profundizado poco y el término es muy nuevo, pero se parece a lo que expresaba yo en el artículo "La proletarización de los informáticos", aunque yo reducía el fenómeno al ámbito español y mi tesis es que la informática no ha llegado a ser una profesión en el sentido sociológico del término sino una semiprofesión.
Bibliografía
Organización y Burocracia 3ª EdiciónNicos P. MouzelisEdiciones PenínsulaBarcelona 1991
Administración de la producción como ventaja competitivaEduardo Jorge ArnolettoEumed.net (Universidad de Málaga)Málaga 2007
http://es.wikipedia.org

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