Después de mucho tiempo (la primera vez fue cuando iba al instituto) he vuelto a leer “Un mundo feliz” la famosa distopía de Adous Huxley que nos presenta un futuro posiblemente no tan ficticio en el que la humanidad se apoya en la tecnología y la manipulación genética como base de su sistema. Se trata de un libro que no tiene desperdicio y cuya reseña te presento a continuación.
“Un mundo feliz” nos traslada a un futuro en el que la sociedad se divide en castas ordenadas de manera descendiente en función de su inteligencia y donde las personas pertenecen a una u otra casta o clase social dependiendo de cómo han sido manipuladas genéticamente desde el embrión y el condicionamiento que han recibido de pequeñas para estar felices y conformes con el trabajo y estatus asignados a su condición. Así, las clases altas (Alfa y beta) están preparadas para desarrollar labores científicas y ostentar el poder en distintos ámbitos, mientras que las clases gamma, delta y épsilon trabajan sin rechistar ni desear otra cosa en cadenas de montaje, agricultura, etc. En esta sociedad aparentemente perfecta cada uno tiene su lugar todo el mundo se siente feliz, no existen las enfermedades, y la tecnología domina todos los aspectos de la vida, pero la humanidad ha perdido parte de sus valores, ya no existe la individualidad ni la espontaneidad y la creatividad es abolida desde las primeras etapas de la vida. En este mundo de precisos engranajes no tienen cabida los conceptos de familia, amor o personalidad y el ser humano, diseñado y condicionado desde antes de nacer, no tiene ningún tipo de libertad ni conciencia.
En este panorama presentado por Aldous Huxley existen dos personajes clave: por un lado está Lenina, una perfecta ciudadana beta que se siente feliz con su papel en la sociedad, acude a los eventos y distracciones que se esperan de ella y se acuesta con diversos hombres como dicta la norma para evitar enamorarse de una sola persona. Por otro lado tenemos a Bernard Marx, un alfa más inteligente que el resto que parece cuestionarse la sociedad en la que vive, sintiéndose a menudo descontento y disconforme con su modo de vida. Pero la vida de ambos cambia cuando, en una visita a una reserva habitada por personas que viven al margen de este sistema controlado, conocen a John, un “salvaje” que resulta ser hijo del jefe de Bernard y que por tanto llevan junto a su madre desaparecida en la reserva años atrás al Londres “civilizado”. Pronto el choque cultural entre “El salvaje” y este mundo feliz se hace inevitable, ya que John se siente incapaz de comprender una sociedad en la que la felicidad se consigue de manera artificial, sin “alma” y donde ni siquiera se pueden leer los libros con los que él ha crecido. John considera que el dolor, la pérdida, la angustia e incluso la infelicidad son parte intrínseca de la experiencia vital y aspectos necesarios para valorar la felicidad. Mientras que John no consigue adaptarse a este sistema impuesto, Bernard va comprendiendo mejor la mentira e ironía de su modo de vida y Lenina se enamora de John siendo incapaz, debido a su condicionamiento, de aceptar lo que siente.
“Un mundo feliz” es un libro profundamente reflexivo que pone en tela de juicio los supuestos beneficios de una sociedad exageradamente fundamentada en la tecnología y la manipulación genética y que hace frecuentes guiños a personajes históricos como Henry Ford, Lenin, Karl Marx y Willian Shakespeare. Se trata, sin duda, de una de las mejores distopías que he leído junto con “1984” y “Farenheit 451” y considero que su lectura es altamente recomendable para todos los lectores independientemente de sus gustos literarios, ya que es toda una experiencia lectora, que plantea cuestiones muy importantes y que hace pensar sobre qué futuro nos espera a la humanidad y si el progreso puede ser un arma de doble filo. Así que no lo dudes, “Un mundo feliz” no debe faltar en tu biblioteca personal.
Y tú ¿Has leído “Un mundo feliz”? ¿Has leído algo más de Aldous Huxley? ¿Cuál es tu distopía favorita? Cuéntame…