Australia, Bangladés, Alemania, India o Nueva Zelanda tienen en común el reconocimiento de un derecho que los diferencia en gran medida de otros países del planeta: la identidad no binaria. Mientras que en países como Argentina los derechos de las personas trans son protegidos por la ley, dicha defensa se limita a perpetuar un sistema de género binario, que reconoce únicamente el masculino y femenino como posibles opciones. Este sistema invisibiliza otras identidades no binarias propias de la diversidad inherente al ser humano y presentes en numerosas culturas a lo largo del mundo, algunas de ellas tan antiguas como la propia humanidad.
La Historia sin femeninos ni masculinos
Hermafrodito, hijo de los dioses griegos Hermes y Afrodita, era, según el mito, un bello joven que se encontraba nadando en un lago cuando la ninfa Salmacis se enamoró perdidamente de él al verlo. A pesar de las reticencias del joven a los encantos de la ninfa, esta lo abrazó fuertemente en el agua e imploró a los dioses que fusionaran sus cuerpos y los convirtieran en un único ser. Tras aceptar los dioses su deseo y unirlos, el nuevo ser presentaría atributos de ambos sexos, lo que lo convierte en una de las primeras referencias literarias a una persona intersexual.
La información sobre el culto a Hermafrodito o Hermafrodita es escasa, pero, debido a sus propiedades, se cree que era una deidad relacionada con la fertilidad y la reproducción, ya que, debido a sus características, se pensaba que era más fértil. Algunos autores defienden incluso que, al representar los atributos de ambos sexos, era considerado un ideal de deseo para los hombres de la Antigüedad clásica al encarnar lo mejor del ser humano. La presencia de identidades no binarias en el pilar fundacional de la cultura europea desmonta los mitos que tachan dichas concepciones como contemporáneas.
Para ampliar: “Transirán”, Álex Maroño en El Orden Mundial, 2017
De hecho, en la Antigua Roma no existía el propio concepto de género. Lo que actualmente conocemos como género era para ellos “producido en el lugar donde el sexo anatómico se entrecruza con las relaciones sociales, especialmente relaciones de poder”. Solo en estos términos difusos podemos comprender la realidad del emperador Heliogábalo (218-222), quien, a pesar de su corto reinado como consecuencia de su asesinato, revolucionó la estructura social imperial. Heliogábalo era considerado lo que actualmente llamaríamos “de género neutro”, sin ajustarse a la normativa imperante asignada a cada género. Dicha identidad reivindicativa, así como su carácter lujurioso y déspota, motivó su asesinato y aseguró su desprecio histórico, reducido a la categoría de travesti hedonista que gustaba de prostituirse durante la noche romana.
Los sacerdotes galos —término sin relación con la Galia que venía a significar ‘eunuco’— son otro claro ejemplo de la diversidad de identidades en el mundo grecorromano. Estos sacerdotes, que veneraban a la diosa Cibeles, se castraban y rechazaban su masculinidad para así ofrecer sus cuerpos a la deidad, en un claro ejercicio de lucha contra las normas convencionales. Aunque el emperador Domiciano prohibió la mutilación genital —práctica que todavía ocurre en numerosos países—, los sacerdotes galos existieron hasta el siglo V.
Estas realidades cuestionan profundamente las críticas hacia las identidades no normativas, que son tachadas de invenciones modernas, así como de eurocéntricas. Sin embargo, el continente euroasiático no es el único que registra identidades de género no binarias, sino que están presentes en culturas de todo el mundo a lo largo de la Historia.
El continente americano, por ejemplo, era una región rica en identidades no binarias hasta la aparición de los europeos, que, con su férrea moral cristiana, reprimieron toda expresión no acorde con los estándares de la época. Xochiquétzal, una de las deidades aztecas de la fertilidad, pese a ser considerada por algunos historiadores como una diosa claramente femenina, ha sido representada en numerosas ocasiones con una clara ambigüedad de género, patente a través de su culto. Según la leyenda, la diosa se transforma en un ser ambiguo tras ser violada por Tezcatlipoca. Su culto, así, representaba la difusa concepción del género en tiempos prehispánicos; en el mes de octubre, una mujer que encarnaba a Xochiquétzal era sacrificada y un hombre tomaba su piel y se ponía a tejer —una tarea femenina en su cultura—, lo que suponía una transgresión de los roles de género y demuestra que su concepción era más flexible que la presente en la actualidad en la mayor parte del continente.
Para ampliar: Brown on Brown. Chicano/a representations of gender, sexuality and ethnicity. Frederick Luis Aldama, 2005
La Historia proporciona otros ejemplos de géneros difícilmente catalogables dentro del paradigma binario. Existía, por ejemplo, una casta de hechiceros angoleña, documentada por los jesuitas en 1606, descritos como chibados, hombres que se tomaban como una ofensa el hecho de que se los considerase hombres y, debido a ello, tenían maridos, no esposas. En la República Democrática del Congo, los hombres y mujeres que vestían con ropajes no tradicionales de acuerdo con la concepción masculina y femenina del lugar eran identificados como kitesha. Al otro lado del mundo, existió en Japón entre los siglos XVII y XIX un grupo de jóvenes andróginos llamados wakashu que no eran considerados ni hombres ni mujeres; de nuevo, la creciente influencia militar y cultural de Occidente acabó con esta tradición, que entendía el género en un continuo estado de cambio basado en la flexibilidad y no en el determinismo biológico.
Las diversas concepciones de la orientación sexual y la identidad de género en el mundo a lo largo de la Historia ponen de manifiesto las limitaciones del modelo binario que muchas sociedades comparten en la actualidad. Fuente: Libres & Iguales (ONU)La vida sin las cadenas del género
La India es un país rico en culturas y profundamente diverso. Con más de mil millones de habitantes, es el segundo país del mundo por población, lo que explica las múltiples tradiciones presentes en el país, que afectan a todas las áreas de la vida, incluido el género. Los hijras son reconocidos en el sudeste asiático como un tercer sexo de origen —como en el caso de otros géneros no binarios a lo largo de la Historia— cuasidivino. En la famosa obra Ramayana, lord Rama se vio forzado a dejar su ciudad natal para exiliarse en el bosque durante 14 años, seguido por sus conciudadanos, que lo veneraban. Al llegar al bosque, pidió a sus seguidores “hombres y mujeres” que volvieran a la ciudad; los hijras, al no regresar con los demás, fueron bendecidos con diversos poderes relacionados con la fertilidad.
Para ampliar: “Eros y ritos”, fotorreportaje de Isabel Muñoz, 2013
Este tercer sexo tenía un papel importante durante el Imperio mongol (1526-1857) y ocupaban puestos políticos y administrativos. Su suerte cambió al mismo tiempo que la de muchos grupos no binarios en el mundo tras la invasión occidental. En el caso de los hijras, la Administración colonial británica comenzó a criminalizarlos debido a la repulsa que producían entre los colonos, lo cual todavía pervive en la memoria colectiva y los relega a la marginación. A pesar del reconocimiento legal de un tercer género en 2014, la India sigue siendo un lugar hostil para los hijras, que se ven forzados a prostituirse para sobrevivir debido a la exclusión social y a la falta de iniciativas políticas orientadas a mejorar su situación.
Para ampliar: “The Peculiar Position of India’s Third Gender”, S. Hylton, J. Gettleman y E. Lyons en The New York Times, 2018
Distribución de la población hijra en los diferentes estados de la India. La mayor parte vive en territorio urbano, salvo en el caso de Odisha, donde ocupan mayoritariamente zonas rurales. Fuente: IJHSRComo en el caso indio, la Historia de los muxes mejicanos hunde sus raíces en una cultura antigua que entiende la existencia de diversos géneros como una característica natural y propia de la diversidad humana. Los muxes encuentran su raigambre en mitos precolombinos, cuyas culturas eran más flexibles respecto a la identidad de género que las importadas por los europeos. Una historia sobre el mito fundacional de los muxes hace referencia a san Vicente, venerado en Juchitán, quien viajaba con tres costales de granos: en uno los masculinos, en otro los femeninos y en otro mezclados, que se rompió en la región de Oaxaca. La lengua zapoteca, propia del pueblo homónimo que habita la región donde se encuentran los muxes, no reconoce el género gramatical, lo que puede haber favorecido la consolidación de la identidad muxe.
Para ampliar: “Explorando el matriarcado: de Sumatra a Juchitán”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2017
La concentración de poder en manos femeninas por parte de la sociedad juchitana, donde residen los muxes, los diferencia en gran medida del resto de la sociedad mexicana, con una considerable brecha de género. Los muxes gozan de buena reputación en la región de Oaxaca y la mayoría son aceptados por sus familiares y por la cultura, ya que se considera que es algo biológico, no social. “Es así como Dios lo envió”, explica la abuela de Carmelo, un muxe de 13 años. Además, muchos muxes se toman como una ofensa que los consideren trans u homosexuales, ya que creen que su identidad es propia de la cultura zapoteca y rechazan el concepto de transgénero al juzgarlo como una importación de otras culturas. Como consecuencia, pueden vivir en paz sin tener que sufrir la predominante discriminación que sufre el colectivo LGTB en el país, una situación que pone de manifiesto que la tolerancia no tiene por qué ser inherente a los colectivos diferentes.
Muxe de la cultura zapoteca. Fuente: Lukas AvendañoA pesar de que la mayor parte de los casos anteriores, como los hijras o los wakashus, comenzaron a sufrir discriminación como consecuencia de la invasión europea, el Viejo Continente no es una excepción en cuanto a géneros no binarios, pese a la moral imperante. La Corte Suprema alemana, por ejemplo, reconoció en 2017 que debería haber una opción para identificar legalmente a los bebés intersexuales como un tercer sexo y ha dado de plazo a los legisladores hasta el fin de 2018 para implementar la decisión constitucional y asegurar así los derechos de estas personas. Esto lo ha convertido en un referente continental en la lucha por la aceptación de la diversidad.
En Italia, uno de los peores países de Europa en cuanto a derechos LGTB, existe otro grupo social de difícil clasificación en términos de género: los femminielli. Propios de la cultura napolitana, no deben ser clasificados ni como homosexuales ni como trans, sino como un tercer género. Están integrados y son aceptados e incluso venerados por la sociedad napolitana; ya en 1947 Achille de la Ragione defendía que el nacimiento de un femminiello en una familia era muy útil y que estaría apoyado por una atmósfera social acogedora. Cuentan incluso con una protectora divina, la Madonna de Montevergine, situada en un santuario de la región. En la actualidad, su principal función son los cuidados, el espectáculo y la prostitución. A pesar de su aclamada aceptación, este grupo se hizo tristemente famoso hace escasos años tras la detención de Ketty Gabrielle, femminiello líder de una mafia camorrista en Nápoles. Su gran poder dentro de la estructura de la organización supone un importante cambio en el mundo de la mafia italiana, tradicionalmente asociada a una cultura machista y homófoba.
Para ampliar: Queering Masculinities in language and culture. Paul Baker y Giuseppe Balirano, 2018
Il Femminiello, obra de Giuseppe Bonito realizada entre 1740 y 1760 que demuestra la relevancia social de este colectivo desde hace más de dos siglos. Fuente: Museo de PortlandNo muy lejos de Italia, en los Balcanes, habitan las llamadas ‘vírgenes juramentadas’ o burnesha, una categoría resultante de una sociedad patriarcal y conservadora. La tradición de las burneshas tiene más de cinco siglos de antigüedad; se cree que sus orígenes pueden hallarse en el Código de Lek Dukagjini, una compilación de leyes tradicionales albanas. Este género lo forman en exclusiva mujeres que, para escapar de los mandatos de una sociedad agraria tradicional, juraban comprometerse a ser célibes el resto de sus vidas para así poder disfrutar de los privilegios masculinos. Dicha decisión se tomaba sobre todo por motivos prácticos, tales como la falta de un varón que heredase los bienes familiares.
A pesar de no contar con ningún reconocimiento legal de género, han gozado de aceptación entre los habitantes y se han podido comportar como cualquier otro hombre de su comunidad siempre y cuando fuesen fieles a su juramento célibe, aunque su número ha decaído en las últimas décadas. No obstante, su identidad de género no puede ser entendida desde la perspectiva trans actual, ya que entran en juego factores como la tradición cultural y los códigos de conducta sociales. Aun en la actualidad, algunas mujeres deciden vivir como burneshas para así tener una identidad de género fija, en contraposición con el cambiante significado de la feminidad en la región. De esta manera, los roles de género se perpetúan y el discurso patriarcal es interiorizado por comunidades que, según los estándares occidentales, desafían claramente el orden establecido. Resulta paradójico que sectores de grupos tradicionalmente oprimidos, como son las mujeres albanas, asuman un papel opresor al adoptar un rol que les otorga poder y reconocimiento social.
¿Hay esperanza para la diversidad?
La concepción binaria occidental del género solo sirve para invisibilizar colectivos con tanta Historia como los mencionados; en los peores casos, se ven forzados a la exclusión social y se les priva de unas condiciones de vida dignas. Muchos otros grupos desafían el género tal y como lo conocemos, como es el caso de los kathoey de Tailandia o las comunidades chucotas de Siberia, tan diversos entre ellos como lo es el propio ser humano. Si algo tienen en común es su lucha, implícita o explícita, contra unas identidades encorsetadas que amenazan su existencia y en muchos casos les impiden ser libres.
Un mundo sin género fue publicado en El Orden Mundial - EOM.