Joseph Haydn está cansado. Y un poco depre. Se asoma a la ventana del gran Palacio de la familia Esterházyen Hungría. Se siente como si se observara a sí mismo desde la distancia. Apenas una pequeña ventana iluminada entre las centenares que cuenta el Palacio. Añora Viena. Añora sus calles y la música. Añora a sus amigos, a Mozart. No es que tenga una mala vida. Es Maestro de Capilla de una de las más importantes familias de la nobleza austriaca. Buen sueldo y tiempo suficiente como para trabajar no sólo para ellos sino también en sus composiciones personales.
Pero hay pocas sonrisas. Y las que hay, escapan enseguida por los fríos suelos de aquel inmenso lugar. El otro día sonrío a una cocinera y la sonrisa huyó espantada por entre los platos de la cena. Recuerda los Jardines de Viena, donde cada sonrisa se acompaña de una nota, y ambas siempre terminan tras un seto jugando enredadas entre besos. Sonrie ante la imagen, pero para dentro, no sea que también esta corra debajo de la cama. Termina por acostarse. Quizás en sus sueños pueda llegar hasta donde le gustaría estar.
Aunque está cansado, no logra dormirse. Da vueltas y vueltas sin conciliar el sueño. Su mente gira entre notas de próximas obras, ilusiones sobre Viena, príncipes magiares y sonrisas escapistas. Cuando parece que va a lograr dormirse, una música le hace abrir los ojos. La melodía no le es en absoluto desconocida; lo cual es lógico, porque la ha compuesto él. Lo que si le es desconocido es el lugar donde parece haber despertado. Parece un local, como una tienda, de techos altos, con un estilo que no le recuerda a nada conocido. Tampoco es que le ayude mucho a ubicarse la vestimenta de la gente. ¿Gente? Lo mismo es que no es su habitación en el solitario Palacio Húngaro. Y además de vestidos raros, ciegos. Porque nadie parece verle. Nadie parece ver la inmensa cama puesta en un extremo del local con un músico austriaco encima.
Están atentos a su música. A su música que sale de los instrumentos tocados por un grupo de músicos que desde luego no son vieneses. Puede que sean turcos. O franceses, que desde la susodicha Revolución las cosas parecen haber cambiado por Europa.
Un poco asustado por la situación, el amigo Joseph no se atreve a moverse y sigue observando la escena. Acaba la pieza y todo el mundo, al menos una veintena de personas, aplauden. La escena será extraña y fuera de lugar, hasta un poco inquietante, pero el hecho de que aplaudan su música de manera tan entusiasta hace que se tranquilice. Y a la vez que su capacidad de asombro sea superada. Todo parece cosa de magia. En una de las paredes hay una sábana donde aparecen y desaparecen letras. Como es magia, nuestro amigo austriaco sabe que es español, idioma que jamás ha hablado, y sin embargo entiende lo que dicen esas frases. Parecen ser dirigidas a alguien llamado @Liflive, y hablan de lo bien que se lo pasan. Definitivamente, son españoles. Ha oído hablar de la locura de ese pueblo capaz de aguantar a los peores reyes y añorar como nadie a los mejores. Y de locos es que se les haya ocurrido añadir a su nombre un número. Hablan de Haydn 2.0. El 0 no lo entiende, pero el 2 debe ser porque lo consideran como un rey. Sonrie de nuevo. Están locos estos españoles, pero son divertidos y ocurrentes.
Uno de los músicos se pone delante de un extraño artilugio y comienza a hablar. De nuevo la magia, porque el artilugio parece amplificar su voz. Le vienen a la cabeza al menos una decena de lugares en Viena donde pagarían rescates de Helena de Troya por ese aparato. Pero enseguida se olvida de la máquina para seguir las palabras de aquel extraño hombre. Habla de jardines, de Condes, de Condesas, de Viena. Habla de su música, de la música de Joseph Haydn como si hubiera pasado mucho tiempo. Pero lo clava el tío. Un músico austriaco e insomne tumbado en una cama tan enorme como invisible en un local situado en lo que pudiera ser España se siente tan cerca de Viena como no lo había estado en meses. Y aún más cuando los músicos acompañan sus palabras con la propia música compuesta por él. Bueno, no exactamente, porque reconoce la melodía que rondaba su cabeza justo antes de acostarse. Será magia, pero de la buena. Mira la cara de toda aquella gente extraña, y ve ilusión. Ve todas sus sonrisas pegadas a sus rostros, sin querer escapar. A lo sumo alguna da vueltas en el aire al ritmo de la música. Al mirar la tela mágica de las palabras, deduce que el grupo que toca su música se llama L’Incontro Fortunato. SI que lo está siendo, un encuentro extraño, cierto, pero afortunado. Se deja llevar por su propia música. Se tumba, como tantas otras veces cuando las notas van formando cuerpo en su cabeza. Cierra los ojos.
Cuando los abre. El músico austriaco llamado Haydn se encuentra de nuevo en su habitación. Por la ventana entra una luz tímida de amanecer. Así que todo ha sido un sueño. Un sueño de españoles, músicos extraños, telas mágicas de palabras y camas invisibles. Lástima, piensa. Y sin embargo, sonríe. Tiene una melodía que escribir. Y es buena. Y quizás, algún día, en la lejana España le coronen rey por ella: el gran rey músico Haydn 2.0
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