El papa Benedicto «abdica»; el Rey Juan Carlos I abdica y es el tercer monarca en abandonar el trono en menos de dos años; el bipartidismo hace aguas y resurgen partidos minoritarios en Europa; la UE vive la mayor crisis de credibilidad de su historia… Pueden parecer hechos aislados pero no, son conexos, están entrelazados. Este huracán de cambios impensables hace sólo 5 años obedece a un hartazgo social que ha acelerado un fin de ciclo, un no rotundo a lo establecido, una búsqueda de aire fresco que grita la calle desde hace tiempo y que tuvo su origen en aquellos grupos de indignados que acamparon por plazas de media Europa. Aquellos a los que se les llamó perroflautas y yayoflautas y que ahora ya empiezan a sentarse en escaños europeos.
La Iglesia, la Monarquía, la Justicia, la Política, la Economía, la Democracia… tantas y tantas instituciones con mayúsculas que están pasando por el aro de fuego de la opinión pública y publicada. Todo este potaje de cambios drásticos e inesperados en el fondo son fruto de un clamor social contra las impunidades, los excesos, los errores colosales, la ausencia de autocrítica, la avaricia del poder, la corrupción reinante, el atornillamiento a las poltronas. En definitiva, el eterno toma y daca entre los de arriba y los de abajo, hartos de pagar tantos platos rotos y tantas pasadas de frenada.
Aunque algunos aparentan no darse cuenta, desde hace tiempo se le está dando la vuelta a la tortilla del poder reinante, a las fuerzas vivas, a «la casta» como oímos cada 2 minutos en ciertos discursos ultrarrepetitivos. Vivimos una vuelta de sartén a todo menos a la tortilla que alimenta casi todo: la economía. La unidireccionalidad de los mensajes se ha evaporado/aniquilado gracias, en buena parte, a la poderosa irrupción de las redes sociales en nuestras vidas, unas herramientas que, bien usadas, son altavoces de infinidad de voces hasta ahora silenciadas, calladas, frustradas. Las redes no «arden», no. Lo que arde es la calle y lo grita en las redes. Sin cortarse un pelo. Por eso hay tanto mensaje cruzado, tanto ruido, tanta descarga dialéctica ante tanta injusticia social. Por eso todo se cuestiona. Por eso la Casa del Rey era intocable hace cinco años y ahora no.
La civilización del espectáculo parece que empieza a despertar de su letargo y ahora ya zapea el mundo real. Sin duda habrá más cambios inesperados. A la brava o por eliminación. Atentos pues, porque de emociones y tensiones vive y muere el hombre.
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