Tengo un amigo que es capaz de recordar una cara y su nombre asociado aunque haya transcurrido mucho tiempo. Siempre me sorprende porque ´cuando me habla de alguien suele tener que hacerme todo un historial del esa persona. “¿No te acuerdas que le vimos en tal sitio, que se llama tal y que nos dijo que,…”. ¡Igual está hablando de alguien que conocimos quince años atrás!
Le sorprende y se enfada con mi poca memoria. Yo intento engañarle diciéndole que sí, que me acuerdo. Eso le tranquiliza. Pero a mí no. Ese acto que mi amigo es capaz de hacer supone un homenaje a la persona citada. Recordarle, saber su nombre, ubicarlo en el momento justo, supone darle una importancia a la relación. Reconozco que a mí me gusta cuando alguien a quien no veo desde hace mucho tiempo se acuerda de mí. Más aún si nombra hechos comunes o me dice que aún se acuerda de mis comentarios. ¿Por qué si es algo que me satisface no pienso que a los otros les ocurrirá lo mismo? A partir de ahora voy a ponerme manos a la obra para intentarlo. Como está demostrado que las emociones ayudan a asentar mejor los recuerdos, voy a intentar fijarme más en los gestos, en la cara, en ubicarlo, en recordar el nombre, y en “adjuntarle” una emoción. Tal vez esto me sirva. No quiero dejar de hacer algo que me gusta que hagan conmigo. Alguien dijo que no hay sonido más dulce para tu oído que escuchar tu nombre. Pues entonces es un regalo que voy a intentar hacer. Perdonadme quienes me conocéis de antes si no me acuerdo de vuestro nombre. Sabed que si nos vemos a partir de ahora, quiero guardarte en un sitio de mi corazón. Te nombraré.