Se trataba de una gran extensión de tierra yerma donde sólo habían florecido los frutos de la industria; atravesado por una autopista, de la que lo separaban un par de polvorientos muros de cemento, el territorio de aquel polígono industrial parecía unir la montaña y la mar de Badalona, como si las desmanteladas fábricas procedentes de la crisis de la década de 1980, y las otras, las que no tardarían en ser también desmanteladas por exigencias del mercado, constituyeran una erupción necrótica en el cuerpo de la ciudad milenaria, antes glosada en cantares. Y sin embargo, aquel lugar sin sombra cocido por el sol del incipiente verano, aquel lugar mecido por el viento que producían los coches en lanzarse a toda la velocidad posible hacia el Norte y acunado por el sordo ritmo de los engranajes, aquel lugar que estallaba de la paz de las puertas cerradas y las calles vacías, podía significar para algunos el paraíso: un pequeño paraíso-isla rodeado de un mar de infiernos.
Ella surgió a la carrera de la estación de ferrocarriles, y recorrió veloz los numerosos metros que la separaban del edificio de oficinas adonde se dirigía, preguntándose mentalmente por enésima vez si no se había equivocado en tomar la dirección y si realmente estaba circulando por el camino correcto: el polígono la despistaba como un desierto sin espejismos, lleno de dunas-naves industriales. Dobló, sin embargo, una esquina, y la visión de la considerable mole del edificio Coca-Cola (era llamado así por el descomunal y desfasado letrero luminoso de la controvertida marca de bebidas refrescantes que adornaba su techo) vino a recompensar sus desvelos. Respiró hondo; pintada de un marrón jaspeado claro, era una típica construcción de oficinas ochentista, con doce plantas, pero vio con optimismo sus grandes ventanales que, pensó, proporcionarían una agradable luminosidad a sus trabajadores. La célula fotoeléctrica de la puerta acristalada le envió a ésta la orden de abrirse automáticamente, al detectar su presencia.
Atravesó un vestíbulo amplio y cuadrado, alicatado con baldosas beis y doradas, saludó a la guardia de seguridad y la dejó a su izquierda, tras un mostrador, para doblar hacia un segundo distribuidor donde se hallaban los ascensores. Cogió el primero que llegó a la planta baja y subió hasta la tercera, dando, inadvertidamente, pequeños saltitos para controlar sus nervios. El aparato la dejó en un distribuidor idéntico al que acaba de dejar, donde la pared que correspondería a de la puerta de entrada estaba ocupada por un gran ventanal cubierto con una persiana de láminas; a la izquierda de los ascensores, un pasillo se hundía en las profundidades del edificio, jalonado, a un lado y al otro, por puertas que conducían a oficinas.
Al fondo, enfrente de ella, la marcada con el número cinco, y que ostentaba el logo de la empresa Garden Disseny, era su destino. Gracias a la velocidad con la que se había desplazado, había conseguido llegar a su primer día de trabajo con quince minutos de adelanto. Pero alguien había llegado antes que ella.
Se volvió al escuchar el ruido de sus pasos. Era menuda y de figura levemente redondeada. Ella se fijó en que su pelo estaba reseco por un moldeado mal aplicado y unas mechas rubias poco favorecedoras, y pensó que alguien tendría que aconsejarla mejor sobre su peinado. Llevaba gafas de miope y la elección de su vestuario no correspondía a ningún criterio ni de moda ni de estética: parecía que sencillamente había abierto su armario y había echado mano de lo que tenía más al alcance. Y aún así…
Y aún así algo brillaba en ella. Algo en ella brillaba con un destello oscuro.
La recién llegada no solía ser intransigente con las personas, y menos en la primera impresión: al contrario, la gente siempre le resultaba agradable de entrada, y así continuaban si no cometían nada ilegal o inmoral, al menos a sus ojos. Así es que sonrió con gusto y se dispuso a saludar, cordial y sinceramente, a la que sería su compañera en aquel nuevo empleo, con esa conmovedora inocencia que nos concede nuestra incapacidad por representarnos el futuro...
('Rostros lejanos', fragmento del segundo capítulo).