Washington y sus aliados apuestan a la desintegración de Sudán, que se vota en un referéndum desde el pasado domingo. En el plebiscito, el sur decidirá por la separación o por mantener integrado al país
La «bomba de tiempo», como llamó la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton al proceso de referéndum sudanés, está a punto de explotar, y sus ondas expansivas no solo se sentirán dentro del mayor Estado africano, que podría quedar fraccionado, sino que llegarán a muchos otros países de ese continente, los cuales podrían encontrar en ese hecho la chispa necesaria para catapultar sus viejas disputas internas, azuzadas por las grandes potencias.
Es muy probable que el Gobierno de los Estados Unidos se salga con la suya: la desintegración de uno de los más ricos Estados africanos, sobre todo en petróleo y gas. Es un proyecto en el que Washington ha gastado muchas de sus fuerzas, y sobre todo, mucho de su dinero. Y este seguirá corriendo por una tubería bastante gorda para pagar la creación de infraestructuras y del Gobierno del que sería Sudán del Sur independiente, si así lo arroja la votación.
Supuestamente, el referéndum acabaría de barrer con todas las fricciones y diferencias entre el norte y el sur, que hasta 2005, momento de la rúbrica del acuerdo logrado gracias a la diplomacia injerencista de George W. Bush, llevaban unos 20 años sumidos en una guerra civil, también alimentada con los dólares norteamericanos y la ponzoña de Israel.
Según el Acuerdo Integral de Paz (CPA, por sus siglas en inglés), firmado en Naivasha, Kenya, la región meridional decidirá en la consulta, que comenzó el domingo 9 hasta el día 15 de enero, si seguirá compartiendo el poder y las riquezas con el resto del país como parte de un mismo Estado —lo que ha venido haciendo hace cinco años en concordancia con el CPA—, o votará por convertirse en un Estado independiente.
A tono con la verborrea imperialista, pareciera que las intenciones de Washington y sus aliados son bondadosas y que solo les preocupa acabar con las tensiones entre el norte árabe y musulmán, y el sur cristiano y animista. Sin embargo, detrás del telón se encuentran los verdaderos deseos de EE.UU. de dividir a un país enorme y engullirse la región meridional, una de las más ricas en recursos naturales junto a Darfur, en el occidente del país, donde también el tío Sam, con el apoyo del Gobierno sionista israelí, incentiva la inestabilidad.
Tras esos propósitos, Washington ha desembolsado muchos millones en la implementación del CPA y en la transformación del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA) —movimiento separatista que opera en el Sur— en una fuerza militar con la capacidad para enfrentarse al Gobierno de Omar Hassan al Bashir, una de las verdaderas preocupaciones de Estados Unidos.
Sudán fue una de las obsesiones de George W. Bush, y de su antecesor, William Clinton, quien llegó al extremo de autorizar el bombardeo a una planta de productos farmacéuticos de ese país, hace 12 años, aludiendo falsamente que allí se fabricaban armas químicas. Y lo que ninguno de los dos presidentes pudo lograr —derrocar a Al Bashir y garantizar para Estados Unidos el dominio de uno de los mayores estados petroleros del norte de África— se convirtió en una de las principales tareas dentro de la agenda de la política exterior agresiva de la actual Administración de la Casa Blanca, que no se ha cansado de presionar y prometer zanahorias si Al Bashir allanaba el camino para el plebiscito, el cual puede resultar muy jugoso para la potencia americana…
Muchas han sido las figuras importantes dentro de la política estadounidense cuyas declaraciones respecto al referéndum han sido portadoras de amenazas en las que dejaban claro que Omar Hassan al-Bashir debe aceptar pacíficamente la decisión del sur del país si finalmente opta por la separación, y que la celebración de un plebiscito libre allanará el camino para unos lazos fuertes entre Jartum y Washington.
Sin embargo, al mismo tiempo el Departamento de Estado norteamericano ha lanzado la advertencia de que ello no significaría el levantamiento de las sanciones económicas impuestas a Sudán por el problema de Darfur, donde tiene lugar un conflicto similar por los recursos naturales con la intromisión malintencionada de Washington y sus socios, quienes financian y apoyan a los grupos antigubernamentales que operan en la región, como mismo hicieron en la guerra entre el norte y el sur.
Otra manzana de la discordia
La disputa por Abyei, una cuenca petrolera que se encuentra entre el norte y el sur, es una de las claves que devela la verdadera naturaleza del conflicto entre ambas regiones de Sudán, más allá de los enfrentamientos étnicos.
Según lo pactado en 2005, la población de Abyei debe celebrar también su propio plebiscito para decidir si prefiere estar de un lado u otro. Pero la falta de entendimiento acerca de los límites internos de esta región y los derechos de residencia han postergado la convocatoria a esa votación, prevista en un inicio para realizarse simultáneamente con la consulta que se abrió el domingo pasado.
Hoy la tensión es latente en esa zona, que fue escenario de cruentos combates entre los elementos armados del norte y el sur. El líder de los misseriyas —una de las dos etnias dominantes en Abyei—, Bishtina Mohammed El Salam, dijo que su pueblo no aceptará unirse a un eventual Sudán del Sur, sea cual sea el resultado del referéndum.
Los pastores nómadas misseriyas comparten Abyei con los dinkas, agricultores negros que sí querrían hacerlo. «Si los dinkas deciden anexar Abyei al sur, habrá guerra de inmediato y sin excusas», dijo El Salam a Al Jazeera.
Incluso los misseriyas advirtieron que tomarían las armas si se les impide votar en una eventual consulta en Abyei, en la cual se decidiría el destino de esa región central, productora de petróleo. Estos grupos temen que un resultado desfavorable para Jartum acabe con sus derechos a continuar utilizando los pastos de Abyei para su ganado.
En respuesta al anuncio de los dinkas de que organizarían por sí mismos el referéndum si no había un acuerdo para ello, los misseriyas también formaron un gobierno alternativo a la actual administración local en la región.
Las principales discrepancias sobre la conformación del censo para este otro plebiscito se encuentran en el deseo del norte de que los misseriyas participen en la votación, contrapuesto a la negativa del sur, que alega tener derecho sobre esa región, pues de allí salieron muchos de sus principales líderes; uno de ellos Salva Kiir, jefe del Gobierno semiautónomo del sur, que si en un inicio no tomó partido respecto al referéndum, hace unas semanas ha abogado sin tapujos por la independencia de esa parte del país.
Nuevo corte en África
Todos los pronósticos y análisis indican que los sudaneses del sur inscritos para la consulta votarán por la separación, a pesar de las exhortaciones de Al Bashir a mantener la unidad como premisa fundamental para la fuerza y el desarrollo de todo Sudán, mientras los líderes del sur han llamado públicamente a la división.
No obstante, las señales enviadas desde ambas partes son de paz y cooperación. Incluso Jartum ha dicho que aunque está consciente de que el mejor camino es la integridad nacional, está dispuesto a aceptar lo que decida el Sur. Pero siempre queda la duda de las reacciones que puedan suscitar los resultados; sobre todo cuando estamos hablando de un país en el que se han irrespetado en varias ocasiones los acuerdos de paz.
Aun cuando los ingresos de los campos petrolíferos vayan directo a las arcas del gobierno en Juba —capital del sur—, el Sudán meridional tendrá que seguir dependiendo por buen tiempo de Jartum, pues la infraestructura allí es muy endeble, y el puerto más cercano para sacar el petróleo está en el norte, y tendrá que usarlo al menos hasta que logre construir otras rutas comerciales a través de países vecinos.
Un sondeo realizado por el diario Sudan Tribune afirmó que el 97 por ciento de los encuestados desean escindirse.
La consulta, en la que participarán unos 3,9 millones de personas, incluidos 60 000 residentes en el extranjero, se llevará a cabo en todo el país y en ocho naciones donde habitan numerosas poblaciones de sudaneses del sur: Australia, Canadá, Egipto, Estados Unidos, Etiopía, Gran Bretaña, Kenya y Uganda.
Esta pudiera ser también la fórmula a la que se vuelquen los movimientos rebeldes que operan en Darfur y que acusan al gabinete de Al-Bashir de marginar a esa región del oeste sudanés de una justa distribución de los recursos naturales, muchos de los cuales se encuentran en esa zona, donde se mantienen los conflictos a pesar de las negociaciones de paz que se llevan a cabo en Doha, Qatar. Entonces Sudán se encontraría ante el peligro de perder otro pedazo valioso de su territorio.
Pero este referéndum tiene otras lecturas, debido a lo peligroso que puede resultar para la estabilidad de toda África, pues cuestiona las fronteras heredadas de la colonización, aceptadas por la Unión Africana, y que han sido, además, motivo de conflictos en otros países del continente.
Muchos otros reclamos pudieran renacer y algunos movimientos y grupos rebeldes en otras regiones del continente podrían querer recurrir a la misma fórmula, entre estos por ejemplo, el enclave petrolero angolano de Cabinda, Biafra (Nigeria), Casamance (Senegal), Barotse (Zambia), Somalilandia (Somalia) y la etnia tuareg en Níger.
Estaríamos asistiendo a una etapa de balcanización en el continente africano con el empuje de las grandes potencias que, paradójicamente, nunca han puesto el mismo empeño en la celebración de un referéndum en el que el pueblo saharaui pueda votar por la independencia de su territorio, ilegalmente ocupado por Marruecos desde 1975, cuando España renunció a esa colonia.
*Fotos: Getty Images