Revista Cine

Un océano pacífico

Publicado el 25 febrero 2012 por Jesuscortes
El trío que nunca fue tal. A comienzos de 1978, John Milius se apuraba en terminar el guión de la que iba a ser la más accidentada película de la década, que debía estrenarse a finales de ese mismo año. UN OCÉANO PACÍFICOCuando “Apocalypse now”, sorteando huracanes y mil calamidades, con un récord de nueve productores asociados para poder terminarla, por fin ve la luz un año después, era ya una leyenda y Milius más famoso como guionista que como realizador.
Adelantándose a Coppola, otro cineasta súbitamente crecido y descubierto para la grandeza, Michael Cimino, había presentado el primer gran film sobre la Guerra de Vietnam que había finalizado como el rosario de la aurora para EEUU, “The Deer Hunter”. Contrastando con las colosales hechuras de ambas y la consiguiente atención masiva de los medios que veían nacer o asentarse a los relevos naturales de los grandes cineastas desaparecidos, desnortados o minados por el paso del tiempo de décadas pasadas, la visión del propio Milius sobre la América de la década de los 60 abocada a otra exótica contienda, “Big Wednesday”, no es extraño que se consumiera sin gran brillo y haya quedado desde entonces sumamente arrinconada y perdida para la causa de las grandes películas americanas de los 70.
Frente a De Niro y Walken jugando a la ruleta rusa, aquel ataque de helicópteros con Wagner de fondo o el semidios Brando ahogándose en los gritos de Jim Morrison ¿quién podía encontrar relevantes los avatares que hacían virar la existencia de tres amigos surfers, empecinados en seguir fantaseando con que llegará la gran ola de sus vidas? El lapso de tiempo transcurrido desde el final del conflicto no permitía  todavía devolver al público una imagen reconocible de la América en retaguardia que no fuera la de un país preparándose para la partida - esa que tan certeramente había escenificado la primera parte de la obra cumbre de Cimino - o dolido, en recomposición, aún preguntándose cómo había salido escaldado de aquello. También "Big Wednesday" hablaba, sin retirarse media milla de un paraíso terrenal para veinteañeros, en playas infinitas y con chicas en bañador por doquier, entre bromas, fiestas y buenas peleas, de cosas importantes - y bien que debió extrañar, porque ni las interesantes y prometedoras "Dillinger" o "The wind and the lion" invitaron a pensar en Milius como en mucho más que en un remedo de sus admirados Peckinpah, Lean o Huston -, decisivas, para una generación que no había hecho mas que salir del flower power para ir a caer en la jungla de Indochina, con lo que poner en paralelo esta maravillosa película con las citadas obras de Coppola y Cimino casi diría que es necesario para resituarla.
La famosa escena de "Apocalypse now" donde un exaltado Duvall incitaba a surfear al pelotón bajo su mando mientras arreciaban las ráfagas de fuego no es ni un chiste exagerado, ni un guiño a "Big Wednesday", sino simplemente su visión de la trascendencia que para la juventud de esos años tuvo el surf y no hay más que contemplar la reciente intervención de Milius en el documental "Between the lines" para corroborarlo.
Lejos de entregarse a débiles arquetipos adolescentes, no han trancurrido ni treinta segundos de su metraje y ya es capaz "Big Wednesday" de poner un nudo en la garganta con tres elementos que usa eficazmente para estructurarse: una tranquila y (quizás) derrotada voz en off que evoca en flashback los años felices y los que vinieron después, una hermosa (y fuera de tono, como muchas suyas, pero que sorprendentemente funciona, como casi todas ellas) banda sonora de Basil Poledouris y un apoyo constante en las estaciones, el vigor de esas olas azules que invitan a ser desafiadas, a disfrutar el presente y esas temibles olas grises que amenazan la costa y el futuro.  
UN OCÉANO PACÍFICO Sin mirar desde ya demasiado lejos como Casavettes en "Husbands", Milius tampoco dice nada pero transmite todo el desamparo de quienes eran uña y carne y un día constatan que ya nunca más lo serán.
El país estaba cambiando, la música estaba cambiando, los amigos quizá murieron en combate y se convirtieron en un bonito recuerdo o lo que es peor, se mudaron tierra adentro; un panorama desolador para quienes creyeron ilusamente que podrían vivir indefinidamente el sueño de la juventud, con los Ventures en la radio, el sol en la espalda y otra buena borrachera por la noche, esquivar incluso ser reclutados con las más desternillantes tácticas.
Milius, como demostraría años después en la otra película que prefiero de su filmografía, la muy seria "Farewell to the King" - que en cierto sentido cierra el círculo de su obra, fusionando Kypling y Conrad -, sabía escribir (aunque se le recuerde por eslóganes de camisetas) pero sobre todo sabía dotar de autenticidad y rebajar las pretensiones porque sabía mirar con atención y paciencia a lo que parece intrascendente y dejar en una pincelada lo importante, consciente de que no hace falta gritar para hacerse escuchar si se sabe crear una atmósfera, un entorno propicio. Así, es extraordinario el peso otorgado a las acciones del cuarto personaje en liza, el veterano artesano Bear, que apenas necesita pronunciar unas palabras en su quehacer diario reparando tablas, respaldarse en el quicio de la puerta de una alocada fiesta, aparecer intempestivo, ajado y tiritando de frío o exultante en la escena final, para transmitir toda la carga emotiva de los good ol' days, ese verano del 50 o del 51, ya nadie lo recuerda bien - del primer lustro feliz en la era Eisenhower -, en que acaeció por penúltima vez el Gran Miércoles, la ola definitiva.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas