Tengo nostalgia de las cartas que le enviaba a través de este medio a Palomero y de aquellas que él me devolvía airado, siempre a la defensiva, rebajando cuanto le era posible mi dedicación y profesionalidad, el oso como bandera en cualquier caso.
Ha llovido ya desde aquellos días, cuando aludiendo a esa lucha por preservar la vida de este animal, saliera a colación el caso omiso que las autoridades hacen de nuestra carretera comarcal, la que nos comunica con Potes y Cervera, en algunas zonas, en el tramo que va desde Camasobres al último pueblo, en un estado lamentable.
Los caminos del oso son inescrutables, lo mismo que incomprensibles son los caminos del hombre. El oso tiene su privilegio sobre los caminos por los que anda. El hombre tiene su castigo por las carreteras que le comunican con otros pueblos y servicios. El oso no se queja pero está bien considerado y defendido. El hombre de estas tierras no hace extensible su queja más allá de la cantina donde coincide con el resto de parroquianos, porque sabe que no hará presión arriba y que quienes le defienden no le tendrán en cuenta.
Aunque hace un par de años ya explicaba en una de mis columnas que el oso era mi arma simbólica, porque no se me ocurre acompañar ni aplaudir a los furtivos que lo acechan, estamos hablando del exceso de celo, de la atención extrema que reclaman quienes alientan su conservación y crecimiento, mientras que estas comarcas se enfrentan a la supervivencia. Que justificarán mis detractores la evolución hacia el éxodo, en base a los conceptos muy manidos de inviernos crudos, servicios restringidos y envejecimiento paulatino. Que justificarán las generosas partidas del presupuesto para el oso pardo, por el creciente interés turístico que ha despertado y las campañas de sensibilización que los responsables activaron. Que hemos de hacer un bando para que aquellos que nos representan sepan que estamos en las tierras del oso, que no queremos restarle su importancia, pero que no se olviden de que, sin caminos no hay pueblos.