Revista Cine

Un pacifista valeroso

Publicado el 18 julio 2011 por Josep2010


Nadie discutirá que ese principio de película es ejemplar en muchos sentidos y más de un cinéfilo apuntará que es el mejor inicio jamás filmado. Sin pretender entrar en esas disquisiciones tan cercanas a la competitividad que no aprecio demasiado por ilógica e innecesaria en el mundo del arte, espero que el amable lector habrá disfrutado de esa breve y gran lección de cine que el maestro Ernst Lubitsch dejó para la eternidad plasmada en el año 1932 y hago expresa mención de la fecha porque me interesa situar la época de entreguerras mundiales que asolaron esos parajes europeos que afortunadamente hoy viven en paz.
Basándose en una pieza dramática escrita por el autor teatral francés Maurice Rostand titulada L'Homme que j'ai tué (El Hombre que yo maté) estrenada en Paris en 1930, cinco años después de ver la luz en forma de novela del mismo autor, Reginald Berkeley hizo una adaptación previa a un guión que acabaron escribiendo Samson Raphaelson y Ernest Vajda, todos ellos a requerimiento del propio Lubitsch que ejercía las funciones de productor de la película que él mismo iba a dirigir contando con los dineros de la Paramount Pictures, titulada finalmente en inglés Broken Lullaby cuyo título recibió una afortunada traslación al español como Remordimiento.
Un pacifista valerosoLa sinopsis a estas alturas del siglo XXI que vivimos puede parecer tópica y vista mil veces aunque ello no sea cierto y sin duda alguna su formulación en aquel año y en aquella situación política no fue cuestión baladí ni mucho menos: Un joven parisino no puede vivir a causa del remordimiento que siente al haber matado, en lucha de trincheras, a un soldado enemigo: pasado un año del armisticio, decide viajar a Alemania para tratar de obtener el perdón de la familia del soldado que mató.
La formulación de un drama sin la oportunidad de las escenificaciones tan propias de Lubitsch en la comedia obteniendo la sonrisa cómplice del espectador como resultado del inteligente guiño del autor parece permanecer como una barrera invisible que reduce el aprecio al excelente trabajo del maestro Lubitsch que continúa mucho más allá de esa magistral secuencia inicial en la que se apuntan claramente las enormes virtudes de una película que rebosa inteligencia cinematográfica por los cuatro costados: a poco que uno se vaya fijando con detenimiento se da cuenta que la mirada del enorme Lubitsch sobrepasa incluso los medios técnicos a su alcance, como es evidente en ese travelling que cierra el vídeo: la grúa tiembla y no sigue un trayecto rectilíneo, pero ello es debido a que en 1932 las grúas se movían a mano.
Es evidente que Lubitsch aprendió el oficio con el cine silente y maduró perfectamente con la llegada del sonoro: los sonidos existen en esta película de apenas hora y cuarto y forman parte de la estructura: diríamos que puntúan y acentúan la preciosa caligrafía cinematográfica del inteligente director que sabe ofrecer información al espectador únicamente a través de un sonido y además se basa en esa información para ejecutar una elipsis, ahorrándose planos y metraje: me encantaría poder darle un vistazo al guión técnico, porque ha de ser una maravilla y más si lleva acotaciones.
El guión literario no es ninguna preciosidad pero tiene la virtud de huir con bastante fortuna de la sensiblería en la que cualquiera se podía precipitar tratando un tema semejante y es muy probable que la mano de Lubitsch, aunque no acreditado, se hiciera sentir en la tijera sobre el guión, porque la cámara del gran Victor Milner, como recordando todavía lo que aprendió en sus tiempos de cine silente, expresa sin palabras, fijando el detalle, bastante del estado de ánimo de los personajes.
Lo que sí tiene ese guión es un contenido pacifista valeroso para su época porque presenta no tan sólo el personaje del soldado francés Paul Rénard (Phillips Holmes) arrepentido de haber dado muerte en combate a un alemán tan joven como él mismo, sino que además se cuida de presentar al padre del soldado, el médico alemán Dr. Holderlin (Lionel Barrymore) y su tránsito del rencor a la reconciliación olvidando la amargura producida por la pérdida y tratando de aceptar con mayor optimismo el día de mañana, aunque es cierto que el perdón del ofendido se extiende de forma genérica y no particular, pero ello no resta un ápice de valor a una propuesta que, justo es reconocerlo, iba a contracorriente: faltaba apenas un año para que el nazismo triunfara en Alemania con un clamor popular que en buena parte incluía el rescoldo odioso de la primera gran guerra.
La intención de Lubitsch parece clara y diáfana si consideramos que la idea original parte de un autor francés y apunta al claro protagonismo del soldado francés que siente ese arrepentimiento: mis afanes por leer al menos la pieza dramática no han tenido éxito, pero tengo para mí que la importancia otorgada al Dr. Holderlin no es gratuita y se debe a la intención de Lubitsch de advertir a sus antiguos paisanos de la perentoria necesidad de perdonar: la elección de Lionel Barrymore para interpretar a Holderlin evidencia la preferencia de Lubitsch hacia el personaje y desde luego que el actor se muestra consciente de ello porque realiza una composición memorable ofreciendo pausada pero inexorable transición del odio latente a la franqueza cariñosa que se resume perfectamente en el final cuando entrega el violín de su hijo y Lubitsch, sin mediar palabra, hace que la que fue novia del difunto se una al piano fundiéndose en la dulce y triste melodía iniciada por Paul en un significado evidente de paz y amor entre dos pueblos que habían jurado exterminar el uno al otro.
Lástima que las buenas intenciones de Lubitsch no surtieran el efecto deseado por el autor y suerte para el cinéfilo porque la intención del maestro nos deja en la estantería una pieza brillante, una rara avis en la filmografía de ese genio berlinés que un buen día decidió demostrar que también podía ponerse serio y filmar un drama sin que por ello su sobresaliente inteligencia cinematográfica dejara de mostrarse en todas y cada una de las secuencias de una película que no puede faltar en ninguna colección que se precie de serlo.


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