Somos países sin nombre. El nombre está, siempre estuvo ahí, pero lo olvidamos demasiado pronto y nos pasamos la vida intentando recordar. Y eso cansa, cansa mucho. A veces nos parece haberlo soñado. Luego, durante la vida hay instantes de lucidez que nos desarman y en los que de nuevo recordamos.
Son los momentos de las grandes muertes, esos impactos que marcan un gran antes y un después aún mayor y que nos dejan desnudos y nos obligan a mirarnos sin el filtro de lo aprendido, momentos en que, si cerramos los ojos, nos atrevemos a ver lo que somos: un país pequeño y asustado que busca su nombre, su contraseña, su entraña
Esta novela la he descubierto y disfrutado con Irene, es nuestra segunda lectura juntas, la segunda lectura de nuestro particular y privado “club de lectura Irema”. Ninguna de las dos habíamos leído a Alejandro Palomas (nacionalidad chilena y española, y os adelanto que a ambas nos ha fascinado, la hemos comentado con mucho entusiasmo y lo hemos pasado en grande compartiendo nuestras impresiones, que han sido además muy similares.
La trama sin spoilerDos voces se van alternando por capítulos para contarnos su historia desde sus distintos puntos de vista, que al final no son tan distintos. Son las voces de Jon y Edith narrando sus caminos por separado en dos líneas temporales, pasado y presente, caminos que al final confluyen, se tocan, se juntan.
Edith (76 años) nos empieza a contar el día del aniversario de la muerte de su amor. Hace cinco años que se fue y como cada 21 de junio, se despierta con la ausencia renovada de ella, de Andrea. Tiene 71 años y se ve a sí misma como una mujer “mal casada, mal divorciada, madre de Violeta, que da para una categoría aparte, lesbiana conversa y viuda. Deberías donarte a la ciencia. O a la NASA.” Ha vivido más de media existencia en una aldea aislada en medio del campo junto a Andrea, media vida ha pasado allí con ella, hasta su fallecimiento. Ahora está sola, bueno, sola del todo no, tiene a sus once gatos, a su amigo y vecino Jon y un gran sueño por cumplir en la cabeza.
Luego está la voz de Jon (59 años), motero, veterinario de un zoo cercano, cuidador de tres elefantas, obsesionado con una de ellas, con Susi, a la que está unido de forma muy especial desde que llegó al zoo. Susi ha dejado de comer, porque está deprimida, porque tiene una pena, porque Jon la ha decepcionado. Nos cuenta cómo ha sido su vida desde que Mer y él arribaron en esa aldea perdida, con Edith y Andrea como únicas vecinas que al principio no estaban por la labor de hacer migas ni de tener ningún tipo de relación con ellos. Nos relata también cómo es su día a día cuidando de las elefantas, en el zoo y las visitas de Suzume, una niña que algunas mañanas se cuela para ver a Susi y comprobar si come. Jon queda prendado de la chiquilla, que es también muy especial y parece tener a sus espaldas una gran pena de la que casi no habla, de la que solo le va dejando pequeñas pistas, pequeñas piezas que son como un rompecabezas para él.
Los puntos fuertes de la novela
Un mago de las emociones y los sentimientosYa intuía que Alejandro Palomas (Barcelona, 1967, y Premio Nadal 2018 con “Un amor”) es un autor de esos que sabe tocarte el alma, que sabe manejar las emociones como nadie, de esos pocos privilegiados que son capaces de transmitirnos hasta el alma de los personajes. Por eso he ido posponiendo al autor, porque en el fondo me daba miedo leerle, me daba y me sigue dando miedo leer “Una madre” “Un perro”, porque esos dos temas, el de las madres y el de las mascotas, son muy espinosos para mí, me duelen de forma especial. Y cuando supe de esta nueva novela publicada pensé que era mi oportunidad de comprobar por mí misma todo lo bueno que se dice de sus obras y de su estilo, sin sufrir demasiado. Os cuento que ha sido un verdadero placer descubrirle y leer “Un país con tu nombre”, una historia que, aunque no es triste, sí que exuda cierta tristeza. Pero en su conjunto, es una novela que sobre todo consigue emocionarte profundamente. Tengo la certeza de que voy a seguir leyendo todo lo nuevo que saque este autor, e incluso es muy probable que al final me decida por alguna de las ya publicadas.
Amor, más bien pasión por los animalesLo que más me ha embelesado del argumento, es esa pasión que Palomas transmite por los animales en todo el texto. Su relación con las elefantas, con Susi especialmente, es magnética, fascinante ver como entre ellos se entienden, cómo se comunican con la mirada.
Cuando un ser como Susi —esto es, un gran animal salvaje con una larga y penosa trayectoria de cautiverio y maltrato a la espalda— te rechaza, el dolor que te envuelve es doble. Por un lado está el propio, que es el que golpea primero. Su rechazo te castiga y el castigo te hiere, pero enseguida se cuela también el de ella, y es esa suma, esa mezcla de todas las combinaciones posibles entre las dos formas de doler —la del humano y la del no humano— la que construye un mundo de dolor propio y nuevo, y por tanto no explicable.
Y Edith, otra amante de los animales, una loca de los gatos, nada más y nada menos que once tiene viviendo con ella.
Estas son Lula, Lola, Lila y Lala —fue nombrándolas cuando cuatro gatas atigradas aparecieron perezosamente en fila por la rendija de la puerta—. Son hermanas y unas demonias —aclaró—. Las dejaron en una bolsa de basura junto a la señal del cruce y me las traje. Menos mal que solo eran cuatro, porque a la quinta le habría tocado llamarse Lela.
Antes de bibliotecaria, ejercí de veterinaria y Jon es veterinario, ese aspecto también lo he disfrutado mucho, sobre todo porque he empatizado tanto con él. . ., me he visto tan reflejada en él. Mientras estudiaba la carrera recuerdo que el sueño de cualquiera de nosotros era terminar trabajando algún día en un zoo, difícil de conseguir por cierto y menos mal. Ahora lo agradezco, porque yo, igual que Jon, hubiera sido infeliz, porque yo, igual que Jon, odio los zoos (aunque por aquel entonces no era consciente de ello). No soporto esos “museos de animales salvajes”, esas “repúblicas independientes de la tristeza”, (así es como Edith los describe, me parecen frases tremendas), no soporto ver a los animales salvajes encerrados en jaulas mirándote con esa carita de pena, con esos ojos llorosos que parecen implorar la libertad que les ha sido robada. Si fuera por mí, los prohibía, sí, así de tajante soy en este tema.
Fueron las miradas. La de Freddy, la de los dos hipopótamos y la de Josh, el oso pardo que da vueltas durante horas sin fin en su foso, buscando algo que en su día debía de estar pero que ahora ya no recuerda; las de los primates tras su cristal, ojos fijos en lo invisible, que han perdido el norte, sin nada que hacer porque no hay donde ir. Fueron sus miradas, pero no fue de golpe. Con el paso de los días, empecé a sentir sobre los hombros el peso ciego de unos ojos sumándose a otros sin sumar nada porque ni siquiera te siguen al pasar. No reconocen ni entienden el encierro. Miran al cielo y ven que ese azul no termina y que sobre sus cabezas hay aves que cruzan desde algún lugar que no está a la vista hacia otro que tampoco. Fueron los huecos de esos ojos los que tocaron hueso.
Se nota que el autor adora a los animales. Qué razón tienen estas palabras suyas: “El más puro es el amor a un animal, el amor a tu animal. Yo no lo llamaría de compañía, porque para mí no es de compañía. En mi caso, mi perro es mi alter ego, y ese tipo de amor y ese tipo de relación es el que más me interesa. Es el menos demandante y es el más generoso”. Junto a Palomas he recordado porqué me hice veterinaria, aunque yo nunca pensé ser médico o pediatra:
Supongo que por eso decidí ser veterinario: los animales y los niños tienen una verdad que enseguida adivino. La gran diferencia entre ellos es que los animales expresan su verdad con la mirada y los niños tienen el don de la voz. Cuando llegó el momento de elegir me decanté por los que sentía más vulnerables, aunque estuve a nada de apuntarme a Medicina y dedicarme a la pediatría. Siempre he pensado que ni en los niños ni en los animales hay ningún pliegue que esconda un plan B. El peligro es peligro y la confianza, cuando está, es plena. Solo barajan colores primarios y yo ahí me muevo bien: el azul, azul; el rojo, rojo; la pena, honda; la alegría, infinita. Curar a un animal es como curar a un niño que todavía no ha aprendido a hablar: cuando le curo la vida, le construyo un futuro desde mí, con mis propias manos, creando un vínculo de salud entre nosotros.
Todos deberíamos tener sueñosY todos los sueños deberían hacerse realidad, o al menos deberían perseguirse con esmero. Ese es, creo, el mensaje principal que nos deja esta magnífica novela, aunque no es el único.
Una relación madre-hija difícil y entrañableEdith y Violeta tienen una relación muy complicada, se adoran, pero no se comprenden, les cuesta entenderse, a veces parece que hablan distinto idioma. El amor entre ellas es incondicional, puro, pero no son capaces de transmitírselo la una a la otra, ambas callan mucho, no expresan, se lo dejan dentro.
Intentar complacer a una hija-reproche es una de las cosas que más cansan del mundo, sobre todo cuando utiliza contigo un doble lenguaje que no facilita el contacto. Con Violeta siempre tengo la sensación de que cuando habla es más lo que no dice que lo que comparte. Hay un lecho subterráneo de rabia contra mí que ella cree que ha conseguido domesticar, pero que vibra entre líneas a todas horas. Ella, que no es tonta, se da cuenta y se enfada consigo misma por no haber sabido enterrarlo, y quien lo paga soy yo, porque a fin de cuentas su inconsciente me culpa a mí de su incapacidad.
Y no sabéis lo identificada que yo me he sentido con Violeta, como la he comprendido, en ese sentir que no es la prioridad para su madre, que es siempre como un segundo plato para ella, algunos de sus pensamientos podría haberlos escrito yo misma. Cuant@s hij@s se habrán sentido así respecto a alguno de sus progenitores en algún momento de su vida ¿verdad?
Violeta con su doble registro: el de la hija que me quiere cuando está lejos porque la distancia la ayuda a echar de menos a la madre que imagina y el de la hija que sigue culpándome por no ser la madre que le habría gustado tener. Ahí navegamos Violeta y yo, en ese mar tan muerto, intentando sacar cabeza desde hace años: la madre que no se perdona por no haber sabido hacerlo mejor y la hija que no se perdona por no saber perdonar.
Se nota que esta es otra de las inquietudes del autor, la familia. Son palabras suyas: “A mí me interesa el amor como energía y como forma de vehicularnos. Me interesa mucho el amor familiar, el amor entre los miembros de una familia. El mundo es una familia enorme de miembros que en muchos casos no se conocen o no se entienden”
La vida en el campoTodos los personajes de la historia han elegido dejar la ciudad y vivir en el campo, en un lugar aislado del mundo, de la gente, en estrecho contacto con el mundo natural y son felices en esa aldea perdida, Edith con sus once gatos y sus recuerdos y Jon con sus elefantas (no con su zoo), su pequeña amiga Suzume y sus secretos. En la vida real, Alejandro Palomas también eligió vivir en un pueblo con ocho casas.
Una prosa preciosa y poéticaPor todos es sabido que Palomas es ya un autor consagrado en nuestro panorama editorial, pero sinceramente desconocía que también es poeta, que ha escrito poesía y no me ha extrañado, es más, ello explica esa prosa tan cuidada, tan bonita y especial, de esas que da gusto leer y disfrutas de principio a fin.
Susi una elefanta real como la vida mismaAlejandro Palomas, junto a diferentes grupos animalistas, llevan tiempo pidiendo el traslado de una elefanta del zoo de Barcelona a la que han llamado Susi, a un santuario para animales en el sur de Francia. Todavía no lo han conseguido, pero estoy segura de que seguirán intentándolo y más teniendo en cuenta que se lo prometió a su madre antes de su fallecimiento. Por ello, Alejandro Palomas habla siempre que puede de la elefanta, buscando la difusión del caso y buscando que pueda ser cumplido este sueño.
Resumiendo: "Un país con tu nombre" es la historia de varios amores, del amor perdido, del amor de una hija por su madre y el de una madre por su hija, el amor a la naturaleza y a los animales, el amor incondicional entre dos amigos del alma que se cuidan, que se protegen, que comparten e intentan cumplir sus sueños. Una historia muy emotiva que además toca el tema del duelo ante la pérdida del ser amado, un canto a la amistad verdadera, y un final a la altura que no te esperas y que te deja un poso de ternura, de dulzura, de nostalgia.
Un elefante recuerda el dolor y la traición porque los siente como los sentimos nosotros y su inteligencia exige, antes o después, una explicación y también reparo. Quienes estamos en contacto directo con los elefantes sabemos que su memoria es prodigiosa, una especie de caverna inmensa y misteriosa donde cabe todo, ordenado en una miríada de archivos y subarchivos a los que la imaginación humana no ha sido hasta ahora capaz de acceder. Los elefantes recuerdan y el recuerdo se traduce en reacciones que mejoran lo humano, multiplicándolo por mil.
Un libro que merece mucho la pena leer, y que los amantes de los animales disfrutarán de forma especial. Muy recomendable. Mi nota por supuesto la máxima: