La historia está plagada de épicas gestas e en las que el líder electrizaba a sus huestes con gloriosas arengas con el fin de hacer que se movieran, que lucharan con toda la fiereza posible contra cualquier enemigo que se presentara.
Napoleón, Julio César, Alejandro Magno, Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), Aníbal Barca, Carlo Magno, Atila o Gengis Khan. Seguro que éstos y muchos otros (por no hacer la lista más extensa) provocan que en la mente de cualquiera aparezcan grandes gestas, victorias o grandes éxitos. Pero todo ello no lo lograron en solitario: eso es imposible. Fueron capaces de hacer que sus pueblos confiaran en ellos ciegamente. Confiaban en su líder porque sabían que tanto en la victoria como en la derrota el primero en dar la cara sería su líder. Tenían la certeza que no habría ninguna duda, que en cualquier circunstancia el líder sabría qué hacer y llevarles hacia el mejor de los puertos posibles, incluso en medio de la mayor de la tempestades. Sabían que no se amilanaría contra nada, ni nadie; y ellos se mimetizaban en la electrizante personalidad de su guía.
Pero no hace falta recorrer la milenaria historia para encontrar más casos de líderes capaces de hacer que miles de personas les siguieran con confianza ciega. E independientemente de que pueda estar en acuerdo o en total oposición con ellos, hay que reconocer que Hugo Chávez, Hitler, Churchill, Ché Guevara, John F. Kennedy, incluso Ronald Reagan, Adolfo Suárez o Felipe González fueron capaces de arrastrar legiones tras ellos.
Un pueblo es tan audaz y exitoso como su líder. Es responsabilidad de él echarse el país a la espalda y hacer que cada uno dé lo mejor de sí mismo. Lamentablemente llevamos un par de líderes que no sirven ni de plañideras en el entierro de una cesta de gatitos, porque ni para llorar sirven. Su estrategia es sentarse a esperar, pasar desapercibido para que no se note que están carentes de ideas y que jamás han conocido el espíritu combativo que se les requiere. Tanto Rodríguez Zapatero como Mariano Rajoy han logrado hacer casi bueno al esperpéntico y obtuso Aznar –que al menos intentaba liderar, aunque no tuviera ni idea de lo que decía-. Pusilánimes devorados por el miedo a la crítica, inseguros, más pendientes de perpetuarse en el asiento que les procurará una jubilación que no está al alcance de ninguno de sus votantes que en luchar por su país. Cobardes incapaces de oponerse a los poderes que tienen detrás y que les llenarán la panza a costa de sacrificar a los ciudadanos.
En definitiva, peleles movidos por hilos, que no son respetados ni en su propia casa porque no son merecedores de nada. Estafadores de las esperanzas de la gente humilde. Basura prescindible que cuanto más tiempo permanezca en el poder peor olor dejará, y más costará deshacerse de l hedor.
Me hace pensar que un líder ausente es todavía peor que un mal líder, porque un líder malo te llevará a un lugar malo, pero al menos te moverás y evitarás que la apatía, la indiferencia y la muerte por desencanto calen en la sociedad.
Un barco sin timonel se hundirá en medio de cualquier tormenta.
keagustitomekedao