Revista Cultura y Ocio
Un paseo literario por la costa Oeste norteamericana
Publicado el 16 septiembre 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEn realidad, mi novia y yo no pensábamos volver este verano a Estados Unidos. Pero el año pasado, al tomar el vuelo de Madrid a Nueva York, un fallo mecánico hizo que el viaje se retrasase todo un día. Al volver a casa reclamamos a la compañía aérea y ésta nos indemnizó con dos vales por valor de 500 dólares cada uno, para vuelos en esa aerolínea y con un año de caducidad. Como en septiembre los vales iban a dejar de tener valor decidimos aprovecharlos y visitar en agosto -del 8 al 23- esta vez la costa Oeste norteamericana, volando a San Francisco (buscando el vuelo más barato: conexión Dallas). Igual que el año pasado colgué algunas fotos en una entrada que titulé Un paseo literario por la costa Este norteamericana (ver AQUÍ), este año he decidido hacer lo mismo con la costa Oeste.
Seguramente el centro neurálgico de la vida literario en San Francisco pasa por la librería City Lights, fundada por el poeta Lawrence Ferlinghetti y lugar de reuniones de la generación Beat, a la que pertenecieron escritores y poetas como Jack Kerouac o Allen Ginsberg. Esta es una foto de la fachada de la librería City Lights, en la céntrica avenida Columbus:
Y éste soy yo en la primera planta de la librería:
Y en la segunda:
No compré ningún libro, tal sólo una postal en blanco y negro con una fotografía de Primo Levi. El año pasado compré en Estados Unidos 4 libros en inglés y sólo he leído uno, así que en este viaje me propuse no comprar ningún libro en inglés. Y los libros en español de City Lights se agrupaban en un espacio pequeño y sin sorpresas: eran libros en español editados en Estados unidos, algo de Gabriel García Márquez, Roberto Bolaño o Isabel Allende.
Aquí estoy en la pared del bar Vesuvio, enfrente de la puerta de City Ligths, lugar de reuniones beatnik:
Y aquí está la fachada del museo de los beatniks (donde no entré):
Dashiell Hammett vivió en San Francisco entre 1921 y 1929. El restaurante John´s Grill (Calle Ellis, 63) es uno de los pocos locales mencionados en El halcón maltés que aún siguen abiertos. Al parecer existe una sala llamada Halcón Maltés, en el segundo piso, llena de objetos relacionados con Hammett. (No entramos a John´s Grill por recordar una mala experiencia -una broma cara- en el local Harry´s de Venecia, donde paraba Ernest Hemigway). Esta es la fachada del John´s Grill:
En el grande y brumoso Golden Gate Park no encontramos por sorpresa con esta estatua de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza:
Cruzando la bahía se puede llegar a la ciudad de Oakland, de la que la escritora Gertrude Stein (que creció aquí, aunque nació en Nueva York) dijo que en ella no había nada de interés. También es el lugar donde creció Jack London, y cerca del puerto se puede ver la cabaña donde este escritor vivió en Alaska, que se trasladó entera hasta Oakland. Es ésta:
Además, cerca, existen dos estatuas: una del propio Jack London, ésta:
Y otra de un perro, que imagino que representa a Colmillo Blanco:
Y estando en California, en la zona de la Bahía, la verdad es que yo no dejaba de pensar en el escritor Philip K. Dick, uno de los mitos de mi adolescencia, que habitó en varias ciudades o pueblos de la región, donde situó muchos de los escenarios de sus novelas de ciencia-ficción. Así, no pude evitar cruzar el primer día del viaje el Golden Gate a pie, para ir a al pueblo de Sausalito, pensando en una de sus últimas novelas, La transmigración de Timothy Archer (de muy reciente reedición en Minotauro), que comienza así: “Barefoot dicta sus seminarios en su casa flotante de Sausalito. Cuesta cien dólares averiguar por qué estamos en la Tierra. También te dan un sándwich, pero ese día yo no tenía hambre. Acababan de matar a John Lennon y creo que sé para qué estamos en la Tierra: para descubrir que lo que más quieres te será arrebatado, probablemente por un error en un lugar elevado y no intencionadamente”. Este primer párrafo (que me sabía de memoria) torturó algunas de mis noches de los 18 años.
En realidad, Sausalito es en la actualidad un caro pueblo residencial. Dejo algunas fotos:
Pero, como en muchas zonas de la bahía, aún se pueden encontrar restos de su pasado hippy: existe todo un barrio de casas flotantes. Imagino que en alguna de ellas era donde Barefoot dictaba sus seminarios sobre el sentido de la vida. Dejo algunas fotos:
Por supuesto, también visité Berkeley pensado en Philip K. Dick, ciudad en la que vivió de joven, y donde trabajó en una de las tiendas del recinto universitario. Así comienza el prologo de su novela Radio Libre Albemut: “En abril de 1932, un niño y sus padres esperaban en el embarcadero de Oakland, California, el transbordador de San Francisco”. Y así empieza la primera página de esta novela: “Mi amigo Nicholas Brady, quien, a su entender, contribuyó a salvar el mundo, nació en Chicago en 1928, pero después se trasladó a California. Pasó la mayor parte de su vida en Bay Area, sobre todo en Berkeley, Se acordaba de los amarraderos de metal en forma de cabezas de caballos situados frente a las casas antiguas de la parte montuosa de la ciudad, y de los Trenes Rojos eléctricos que enlazaban con los transbordadores y, en particular, de la niebla. Posteriormente, hacia los años cuarenta, la niebla había dejado de cubrir Berkeley por la noche.”
La verdad es que no vi ni los amarraderos de metal en forma de cabezas de caballo ni ningún tren rojo, y al preguntar por Philip K. Dick a los dos amables mujeres que atendían la oficina de visitas tuve (como ya me ocurrió el año pasado con H. P. Lovecraft en Providence) un vislumbre preciso de la importancia social de la literatura: nunca habían oído hablar de él. Pero no todo estaba perdido, en una de las numerosas librerías de primera y segunda mano de la ciudad me encontré con un estante bastante bien nutrido de sus obras. Aquí estoy yo posando discretamente con un libro de Dick en la mano:
Visitamos Carmel y Monterey, y al llegar a este segundo pueblo, en su paseo marítimo, llamado Cannery Row nos encontramos con algunos motivos que recordaban que el escritor John Steinbeck (nacido en California, en el pueblo de Salinas) había publicado en 1945 una novela titulada precisamente Cannery Row. Existe allí este busto:
Y también la figura de Steinbeck es usada como reclamo para el museo de cera (no sé si esto es mejor que lo del olvido de Philip k. Dick):
Y antes he escrito que no pensaba en este viaje comprar ningún libro en inglés, pero no así en español. Las librerías que más me han gustado en San Francisco (dejando aparte City Lights) han sido unas de segunda mano, que vendían libros donados (no sé si todos), estaban atendidas por voluntarios (por sonrientes mujeres que sobrepasaban los 70 años) y cuyos beneficios iban a parar al mantenimiento de las bibliotecas públicas. Algunas estaban ubicadas en el propio edificio de la biblioteca (como en el caso de la biblioteca central), y al menos una más en otra clase de locales (algunos públicos), como la que me pareció la mejor, la de Fort Mason, situada en una antigua instalación militar muy cerca de la costa. En esta última tenían una interesante sección de libros en español. El primer día compré la primera edición de 1998 de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño por 8 dólares. Un libro que ya tengo, en su quinta edición, pero que compré por pura mitomanía y como inversión (consultado iberlibro.com ahora sólo se ofrece una 1ª edición de este libro a 240 euros), y también compré dos libros del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, Las muertas y Estas ruinas que ves, en las bonitas ediciones mexicanas de Joaquín Mortiz, por 4 dólares cada una.
Unos días después volví a la librería de Fort Mason con la intención de comprar Putas asesinas y Amuleto de Roberto Bolaño, que también eran la primera edición (ya tengo esos dos libros en su 1ª edición) y las vendían a 4 dólares cada una, con el descabellado propósito de vendarlas en Madrid a librerías especializadas y tal vez ganarme algunos euros (y que así se note que al fin y al cabo estudié empresariales). Pero algún inversor tenaz se había también percatado del valor de esos libros y aunque sólo había tardado tres días en decidirme, las dos primeras ediciones de Bolaño que dejé allí ya habían volado. Compré, sin embargo dos libros más de Ibargüengoita, porque estaba leyendo Las muertas y me estaba encantado; los títulos son: Maten al león y La ley de Herodes, y dejé en el estante Los pasos de López, su última novela, porque el último cuadernillo estaba despegado, y Los relámpagos de agosto, porque este último libro lo tenía ya en casa –sin leer aún- comprado de segunda mano, en la misma editorial Joaquín Mortiz. Así que de las 7 obras narrativas de Jorge Ibargüengoitia tenían en la librería de Fort Mason 6, sólo faltaba Dos crímenes. Me acabé Las muertas y también Estas ruinas que ves, empecé a leer Maten al león y, como supongo que ya habrán adivinado, volví a Fort Mason y me compré Los pasos de López. Me dije: bueno, son sólo 4 dólares y siempre puedo pegar el último cuadernillo y además no estoy seguro de si la editorial RBA (que está rescatando la obra de Ibargüengoitia en España) lo ha sacado ya. Y de paso me compré también Bestiario del también mexicano Juan José Arreola, libro que no estaba allí en mis pasadas visitas.
Dejo unas fotos de esta librería de Fort Mason. Desde lejos (es el segundo edificio, empezando por la izquierda, de la primera foto con Golden Gate al fondo) hasta llegar a su interior:
Y querría cerrar este paseo literario con una última foto que en el futuro inspirará una novela pulp al estilo de las de Mario Levrero. Queda en ella reflejado el momento clave que dará título a la novela: El ataque de las tortugas gigantes de Chinatown: