Un paseo por las entrañas de la Venezuela “chévere”
Son las 4 y 45 de la tarde. Estoy en La Morita, un punto que no debe aparecer en los mapas de Venezuela porque es un lugar en el medio de la nada. En la carretera que une los estados Mérida y Táchira.
Es un pueblo tan insignificante para el común de los venezolanos que de no ser porque me encuentro en una larguísima cola para poner combustible, ni siquiera me habría detenido a mirar el.aviso verde con letras blancas a la orilla de la vía que indica que estoy en “La Morita”.
Esta historia comenzó hace un par de días cuando decidimos asistir a la celebración de 15 años de mi sobrina Karen para aprovechar la fiesta y saludar a mis sobrinos que viven fuera de Venezuela y que vinieron exclusivamente para la celebración en San Cristóbal.
No es fácil celebrar la unión familiar y hacer turismo interno en esta Venezuela
que nos legó Chávez. Por mucho que uno se ufane de ser precavido y haber aprendido a sobrevivir en este caos del socialismo del Siglo XXI, las sorpresas y los imponderables siempre terminan por imponerse
Yo pensaba que al contar mi vehículo con el chip de racionamiento de combustible me ahorraría la incomodidad de hacer las largas colas para repostar combustible que se aprecian por todas las estaciones de servicio de la ciudad a cualquier hora del día que la gasolinera esté de servicio. ¡Qué iluso!
Las colas son justamente de los que cuentan con el famoso chip. Sí. Una vez más la propaganda oficialista nos engañó. El chip del racionamiento no aminoró las colas de las gasolinares como cacareó el régimen para instalarlo. Y como en este país lo anormal, por frecuente, termina pareciéndonos “normal”, cuando comenté acerca de esas largas filas de autos, alguien me dijo:-Sí. Son largas. Pero pasan rápido. Uno tarda sólo como media hora para poner gasolina.
A eso sólo pude responder que rápido es llegar y en tres minutos estar servido con la cantidad de combustible que necesite y pueda pagar. Y no perder media hora para que surtan máximo 30 litros. Ni un cc más.
En fin, que al segundo día vimos una cola que “solo” media una cuadra de carros y nos metimos a repostar. Unos 20 minutos más tarde, salimos con nuestros 30 litros en el tanque.
Esa noche, pretendí compartir con mis sobrinos de Estados Unidos un helado y fuimos a una famosa heladería.
Todo normal. Como en cualquier país del mundo llegamos a la caja para hacer el pedido, pagar, recibir los helados y sentarnos a disfrutar del fresco de la noche en las mesas de la terraza.
¡Oh, sorpresa! La heladería no tenía o no le funcionaba el punto de venta. Solamente aceptaban efectivo.
Con el dinero que teníamos, compramos algunos helados y mientras los comían fuimos, allí mismito, a un cajero automático para sacar el efectivo que faltaba para los otros.
Para hacer un largo viacrucis corto, sólo diré que tuvimos que ir a cuatro o cinco sitios porque unos cajeros no funcionaban y otros no tenían efectivo disponible. Cuando llegué, ya mis invitados se habían comido sus helados. Pedí el mío. Y de esa manera se desarrolló nuestro compartir familiar,
¡Qué linda y chévere se nos ha vuelto Venezuela!
Llegó el momento del regreso. Como teníamos aún medio tanque de gasolina, decidimos no hacer las interminables colas de tres cuadras y agarrar carretera, una vez más confiados en que con el famoso chip no tendríamos inconvenientes en rellenar el tanque en cualquier estación del camino.
¡Qué ilusos!
Íbamos a tomar el camino más corto. Por la vía de Machiques. La mala señalización de la vía nos hizo dar un largo rodeo y extraviarnos.
Preguntamos y retomamos la vía. Al llegar a cierto punto, un piquete de la Guardia Nacional tenía trancada la carretera. Un efectivo con más fusil que edad nos informó que no había paso porque en Orope estaban protestando.
“¿Tardarán mucho en reabrir el paso?” Preguntamos ingenuamente.
“Están quemando dos gandolas”, fue la respuesta recibida.
Deshicimos el trayecto.
Pasamos una estación de gasolina. Cerrada. “A diez minutos hay otra”. Llegamos a esa otra. Cerrada. “A 15 minutos hay otra”. Llegamos a esa otra. Cerrada. Nos quedaba memos de un cuarto de tanque y más de la mitad del camino por recorrer.
Comemzábamos a ser presas del pánico y la angustia.
Un hombre al que preguntamos nos dijo:
“En esa casita de las matas de coco, venden gasolina”.
Una vivienda humilde con encharcada entrada de tierra y.cortinas en lugar de puertas. Junto a la estación de servicio. Nos atendió un chico:
-¿Cuánta gasolina quieren?
-¿Cuánto cuesta?
-¿Cuánta quieren?
-Unos veinte, veinticinco litros.
-Salen en 800 bolívares, los 20 litros.Para quienes leen esto y no saben, el tanque del carro de 40 litros se llena con unos cuatro bolívares. Echen numeros.
Dijimos no.
Decidimos correr el riesgo y continuar andando hasta una próxima gasolinera.
Es así como llegamos a La Morita a las 4 y 45 de la tarde. El calor y la humedad son sofocantes. Mientras escribo, miro el reloj del panel frontal del carro. Han pasado 40 minutos desde que empezamos a hacer la cola en plena carretera. La fila avanza lentamente.
Sediento, me bajo a comprar un agua energizanfe. Un par de loros con su alegre graznido surcan el cielo en vuelo sobre mi cabeza.
Retomo mi puesto en la cola. Al lado, el bombero levanta una vara con el chip de los motorizados para que el scanner pueda leerlo y despacharles su combustible.
Una hora y diez minutos después, con los 30 litros de gasolina que nos correspondían por el día en el tanque y 2 bolívares menos en el bolsillo. Salimos de la gasolinera para retomar el camino de regreso a casa.
Empieza a oscurecer. Tenemos seis horas rodando en un viaje que se suponía haríamos en cinco, y aún nos falta más de la mitad del trayecto.
Estamos agotados. Tal vez sea tiempo de parar
Golcar Rojas
Posted in Colas, Cotidianidad, San Cristóbal, Socialismo, Socialismo en Venezuela, Turismo, Venezuela, Viajes, Zulia and tagged Carretera, Crónica, escasez, racionamiento de gasolina, Táchira, Turismo, venezuela, Viajes