Hace tiempo que no se hablaba en este blog de videojuegos independientes, una industria en alza que, gracias a formatos como Xbox Online o Playstation Network ha permitido que pequeños grupos de programadores compitan casi en igualdad de condiciones con las grandes compañías niponas y estadounidenses. Y aunque el juego del que os hablaré ya lleva un año en el mercado, su próxima aparición en la consola de Sony me ha servido de excusa para cantar alguna de sus excelencias.
Limbo, un puzle de plataformas desarrollado por los daneses Playdead cuenta con un física y una estética envidiables pese a que nivel argumental sea algo pobre. Tenemos a un protagonista sin nombre, un niño que se pasea por escenarios monocromáticos y tétricos que vienen a representar el infierno en el que su hermana está perdida. El objetivo, naturalmente, es encontrarla, sorteando de paso los mil y un obstáculos y enemigos que saldrán a su paso. Fracasar es, como en la mayoría de juegos, morir, con la salvedad de que Limbo cuenta con un amplio catálogo de defunciones que, si no llega a ser por el tono apagado de sus gráficos, le habrían supuesto una lluvia de críticas. Pero en estos claroscuros está el auténtico atractivo del juego, en los parajes oníricos que el protagonista recorre y que podrían haber salido de la “Divina Comedia” de Dante, en la oscura ingenuidad con la que se representa al más allá y su atmósfera, a medio camino entre el naïf, el minimalismo y un film noir.
Premiado y con opiniones para todos los gustos (positivas la gran mayoría), Limbo recoge el testigo de clásicos como Another World, Flashback o el Oddworld de Abe, juegos hechos con buen gusto y, aparte, pensados para poner a prueba nuestra habilidad.