Revista Cine
Desde el primer segundo Paul Feig indica claramente su voluntad de ejecutar un enredo: la rítmica, poderosa y electrizante canción que en 1967 llevó a los primeros números de las listas al francés Jean Paul Keller, titulada Ça c'est arrangé, es una versión acelerada del original que en el mismo año había presentado el mucho más melódico Andy Williams con el título de Music To Watch Girls By y a lo que nos interesa, apunta una intención de presentar algo conocido bajo una nueva apariencia.
Paul Feig ya retuvo nuestra atención hace tres años con una de espías dominada por una hilarante presencia femenina y después de un innecesario refrito retoma un camino en el que las mujeres son protagonistas y los hombres meros comparsas en una trama que sigue el ritmo sonoro de sus títulos de crédito mientras da vueltas como un tiovivo en el que el espectador se siente desconcertado mientras va descubriendo nuevos detalles de una relación amistosa que súbitamente se convierte en un misterio y luego en un enredo con alguna muerte nada natural.
Stephanie es una joven mamá hiperactiva cuya vida gira en torno a su hijo Miles y es la que más destaca en el grupo de padres ocupándose de organizar tareas, celebraciones, eventos, ofreciéndose voluntaria a todo al extremo que la profesora de los críos la tiene que frenar; por si fuera poco, mantiene un video blog en el que da consejos de cocina y de todo tipo a las jóvenes mamás que como ella dedican su vida al hogar y a sus hijos. Más adelante sabremos que es viuda y que con la indemnización recibida del seguro de fallecimiento de su esposo tiene ya segura la universidad para su retoño y también lo necesario para vivir sin carencias...
Una tarde lluviosa, a la salida del cole, Miles pide a su madre que permita a su colega Nicky ir a su casa a jugar: naturalmente, dice Stephanie, pero habrá que pedirle permiso a tu madre, ¿verdad?.
No conozco a tu madre: ¿dónde está? Allí, dice Nicky: ésa es mi mamá.
Se muestra muy cuidadoso Paul Feig con todos los detalles: vestuario, maquillaje, iluminación, ambiente, sin palabras nos hablan, nos dicen cosas, como debe ser en el cine, aunque sea digital y de este siglo XXI. No contento con una elección irreprochable de la pareja protagonista, resulta evidente que Feig las mima, las cuida y las dirige con acierto, ofreciendo dos versiones distintas -o no tanto- de una feminidad poderosa y sutil capaz de maniobras inesperadas, empezando con una relación casual que deviene en depósito de confidencias personales cuya realidad y significado nos harán titubear sin saber a qué atenernos, todo ello conformando una narración en la que no hay trampa más allá del suministro paulatino de detalles que van construyendo la verdadera personalidad de esas dos mujeres que entrevemos mientras especulamos por sus verdaderos designios y voluntades.
Como resultado natural de la amistad de sus vástagos ambas madres pasarán algunas tardes juntas y la sofisticación y elegancia de Emily conseguirán que Stephanie se manifieste perpleja y en teórica inferioridad: mientras ésta se disculpa constantemente por esto y por lo otro, Emily la reprende por ello y la reconviene asegurando que debe mostrarse más firme y decidida, empezando una relación amistosa en la que las confidencias surgen de una forma elaborada casi tan concienzuda como el modo que tiene Emily de preparar lo que ella asegura es "el martini perfecto" y que desde luego, si no lo es, sí es una llave que puede abrir la caja de los truenos.
A simple favor (Un pequeño favor, 2018), basada en un guión de Jessica Sharzer que adapta la novela homónima de Darcey Bell (publicada en castellano, pero ignota para este comentarista) nos muestra una intriga, por lo menos un misterio criminal que nace a partir del momento en que la sofisticada, elegante y un punto enigmática Emily deja a su hijo Nicky al cuidado de Stephanie porque, dice, su marido Sean está en Londres visitando a su madre y ella, Emily, debe ir por trabajo a Miami y pasar allí la noche.
Naturalmente, la obsequiosa Stephanie le hace el pequeño favor encantadísima de colaborar, pero la cosa empieza a torcerse cuando Emily no vuelve de Miami y nadie sabe donde está ni porqué tuvo que irse a Miami. Y lo que era una zozobra se convierte en certidumbre cuando gracias a las pesquisas que la desocupada Stephanie inicia por su cuenta reclamando ayuda a las seguidoras de su vlog por fin Emily es hallada.
Hay en esta película de Paul Feig una seriedad muy profesional que se observa fácilmente en los detalles que competen al director y están bajo su tutela: el magnífico vestuario de Renee Ehrlich Kalfus refuerza el carácter de ambos personajes protagonistas tanto como el tratamiento fotográfico empleado por el veterano John Schwartzman, pero la guinda está en la forma de filmar manteniendo un ritmo que no decae en absoluto, puntuado por unas canciones primas hermanas de la que nos adentró en la fantasía, todo ello coronado por la química sobresaliente entre Anna Kendrick y Blake Lively que bordan sus composiciones bajo el atentísimo ojo de un director que sabe conducir a sus actrices al punto de ofrecer lo mejor de sí mismas obteniendo unas interpretaciones naturales dotadas de gestos significativos y lenguaje corporal atinado: un trabajo de maravilla.
Ellas dos, magníficas, están bien acompañadas por el guapo Henry Golding que, provisto de una sedosa y seductora voz, seguro veremos en papeles de más enjundia, aunque aquí el marido acaba por ser un elemento coadyuvante y necesario pero poco cuidado por el mismo guión, lo mismo que el grupo de secundarios que de alguna forma acolchan las diferentes secuencias en las que las protagonistas no están juntas, pero, una vez más, a diferencia del cine clásico, esos secundarios carecen de mordiente y quedan en meros comparsas incluso faltos de ocasión para lucirse.
El guión -cabe suponer que siguiendo la novela- se ocupa de presentarnos una trama en la que se mezclan la comedia costumbrista (las relaciones de Stephanie con el grupo de padres), el misterio (la inesperada desaparición de Emily) y la intriga que se construye mediante algunos flashback que muestran episodios del pasado de ambas protagonistas, las mentirijillas de Stephanie, y la conducta romántica -o quizás sólo sexual- que surgirá con una precipitación quizás fruto de un cálculo mal hecho. O no. No avancemos más elementos, pues la evolución de la película, bien medida por su director, nos ha llevado por sendas misteriosas que cada quien debe conocer personalmente, de primera mano.
Tiene sin embargo esta película un defecto objetable que le priva de alcanzar un nivel óptimo: desechando por completo redondear la trama con accesorios que permitieran endurecer el conjunto, se permite una deriva acomodaticia, blanda, infantiloide, con bromas blancas, lo que no le exime de obtener de la intolerante MPAA la calificación R por un par de tetas apenas vistas y un jocoso ¡brotherfucker!, pero en el resto del mundo es considerada apta para menores, alejándose motu proprio de lo que hubiera podido ser una revisitación del clásico "noir" con la particularidad de hallarnos, una vez más, con dos mujeres fuertes en vez de sólo una. Supongo que son signos de los tiempos que corren: hace nada nos referíamos a una ópera prima que acaba como debe y ahora nos hallamos, probablemente contra su voluntad, con una película de un veterano que acaba dejando esa sensación de moralina que algunos cinéfilos detestamos por ilógica y falsa.
Aún así, una película recomendable, muy apreciable entre el marasmo de disfraces hipermusculados que nos rodea por doquier en este año de 2018. La finura de Paul Feig, capaz de mostrar una evolución personal a través del vestuario (no hay más que mirar los diferentes modelos lucidos por Stephanie), como quien no hace nada, permite esperar que en un futuro nos ofrezca piezas más redondas.
Tráiler: