Aquella tarde de diciembre sonó el celular. Del otro lado era Gaby, un amigo fierrero, que me avisaba que estaba a la venta un Yeyo, o 44, o Peugeot 404, como gusten llamarlo. Su único dueño había fallecido, y ahora, salía la venta.
“Metele pata que el Yeyo está impecable”, casi me gritó Gaby en el oído. Anoté la dirección y dejé de escribir el relato de ficción, que estaba tratando de terminar. Que me perdone el editor, pero el Yeyo es prioridad.
Me tomé un taxi pensando que me volvería en el auto. Tuve que soportar al taxista que me torturó todo el camino contándome de su perrito Astro. Hasta me dijo como se llamaba, ni bien puse el culo en el asiento. “Me dicen Nacho”, y de ahí no paró de hablar.
Por suerte el viaje era corto. Me despedí del taxista perruno y toqué el timbre de la casa. Ahí vivió Don Rubén, el dueño del Peugeot 404 modelo 1962, ese que tiene el tablero con el velocímetro a cinta. Todo un clásico a esta altura del siglo.
Me abrió la puerta un cuarentón que se presentó como Mario. Era la persona que estaba encargada de vender todos los bienes de Don Rubén. La familia lo había designado para sacarse los problemas de encima.
Me llevó al garaje, y ahí, cubierto con una tela afelpada estaba el Yeyo. Realmente me impactó lo bien conservado que estaba. Al Gran Danés lo descubrí unos segundos más tarde. “Lindo el perrito”, dice señalando la mole blanca con manchas negras.
“Sí, es un buen perro”, dijo seco Mario. Me aboqué a revisar a fondo el Yeyo, más lo veía, más sabía que me lo llevaría a casa. Lo que no sabía que el auto tenía un “agregado”. Pero eso lo descubriría casi una hora más tarde. Luego de cerrar la compra con Mario.
Me dio las llaves y me felicitó porque el auto y el perro estarían en buenas manos. “¿Qué perro?”, balbuceé. “Ese, Chiquito se va con el auto”, me dijo Mario mientras señalaba al Gran Danés. Pensé que me estaba jodiendo, pero hablaba en serio.
“¿Ese Gran Danés enorme se llama Chiquito?”, Mario afirmó con la cabeza. Cuando pronuncié el nombre el perro me miró. “Entonces el Chihuahua se llamaría Gigante”, dije para hacerme el gracioso. “Exacto, pero murió hace un año”, me respondió con su cara de piedra.
Así que Chiquito era parte del Yeyo. No podía creerlo y lo peor que ya había cerrado la compra. “Le gusta el Dogui”, me dijo Mario, yendo a abrir el portón del garaje. Ya me estaba despidiendo y todavía no me recuperaba del mazazo de tener de mascota a un Gran Danés.
Resignado abrí la puerta trasera izquierda. “Dale Chiquito que nos vamos”, dije mirando al perro, que estuvo todo el tiempo echado delante del Yeyo, como bloqueándome la salida del garaje. Se paró y ahí descubrí que más que un perro era un pequeño pony.
Dócilmente se metió en el asiento trasero. Entraba justo, como si hubieran diseñado el Yeyo a su medida. “Portate bien que nos vamos a casa”, dije para darme coraje. Lo puse en marcha y arrancamos. Mario saludaba con la mano derecha. Noté una sonrisa burlona en su rostro. Se había desecho de Chiquito.
Llegamos a casa. Luego de acomodar el auto en el garaje le abrí la puerta a Chiquito. Enfiló directo para adentro como si conociera la casa de toda la vida. De un vistazo divisó el sofá. “En el sofá no te su…”, no terminé la frase que ya se había instalado en el sofá.
Lo miré a los ojos y le dije, “lleguemos a un acuerdo entre los dos. Acomodate en el sofá, pero déjame un hueco para mí”. Increíblemente se corrió un poco y me dejó lugar. Me senté a su lado y en un instante tenía su cabeza en mis piernas.
Chiquito es un perro calmo, y diría que sabio. Entiende perfectamente lo que le digo. Algunos dirían que le faltaba hablar. Lo cierto que a los pocos días éramos amigos. Parecía de toda la vida. Se tira a mi lado, cual gatito, mientras escribo en la compu, como ahora.
“Chiquito nos vamos de paseo en el Yeyo”, basta que mencione esa frase, para que el tipo, ya esté parado en la puerta que da al garaje. Espera que le abra la puerta trasera del auto y de un salto se acomoda, con toda su humanidad, en el asiento trasero.
Adora que corra el techo y sacar la cabeza al viento. La verdad gané un auto clásico y un compañero de vida. Chiquito va conmigo a todos lados, como al Bar La Amistad. El primer día le dije que se quedara en la puerta, él obedeció.
Desde la puerta me miraba. “Hacelo pasar, pobrecito”, me dijo, Graciela la moza nueva del bar. “Pero no se puede”, le respondí. “Don Manolo no se enoja, ¿no cierto?”, dijo la moza y lo miró al dueño, que asintió con la cabeza.
Desde ese día, Chiquito, es un parroquiano más con su platito con Dogui. El cual le trae presurosa Graciela, cada vez que llegamos a desayunar, cada mañana. Hoy la invito a dar una vuelta en el Yeyo con Chiquito. Veremos qué pasa…
Mauricio Uldane
Cualquier parecido con la ficción es pura realidad.
Este relato fierrero fue publicado por primera vez el jueves 9 de diciembre de 2021en Taringa! por una accion solidaria para el Refugio El Campito, llamada "Danos una pata": https://www.instagram.com/refugioelcampito/
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