Tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas, todo lo cual puede impactar sobre sus actitudes.
Un pezón. Un pezón de cerdo en tu beicon. Algo tan nimio, tan estúpido, ha despertado todas las alarmas y un sinfín de opiniones.
No se puede criticar a alguien que te mira a los ojos después de matar a un animal y te dice: “Yo elijo mi alimentación.” Alguien que visita un matadero con su familia y decide seguir consumiendo productos animales construidos (o destruidos) en cadena.
Puede no ser natural; incluso se ha demostrado que otros animales pueden sentir ese dolor, esa inquietud, que emana de aquellos encerrados en un matadero y destinados al consumo; como un perro que nunca ha pisado una perrera y, rápidamente, se contagia de la intranquilidad y el nerviosismo que impera siempre en ellas. Pero multiplicado. Por cien. Por mil. Quién sabe.
No lo comparto. No comparto la caza, ni la pesca, ni la cría industrial, ni una alimentación basada en la carne y el pescado. No lo hago. Pero respeto a todo aquel que sabe lo que consume, que no le importa, que piensa diferente. Respeto el pensamiento tradicional, pero no la invisibilización del proceso.
Ese pezón es solo una bofetada a todo aquello que se esconde detrás de grandes paredes de hormigón.
No es beicon, ni filete, ni criadillas. Son trozos de un cerdo, de una vaca, de cualquier animal, mamífero o no; y cuando se convierten en beicon, en filetes, en criadillas, estamos un paso más cerca de no saber lo que consumimos, y de seguir insensibles al drama que representa criar y matar miles de millones de animales cada año.
Ese pezón es solo una bofetada a todo aquello que se esconde detrás de grandes paredes de hormigón que no consiguen silenciar los gritos. De los matarifes que terminan su jornada alcoholizados, o drogados, o insensibilizados a cualquier tipo de dolor; no todos, claro que no, pero nadie puede matar a decenas de seres diariamente y seguir igual.
Ese pezón está llamando imbécil a varias generaciones que se han creído que nuestro modo de vida es normal y natural; que lo sano y lo sensato es comer carne, y pescado, y productos de origen animal cada día, en cada comida, a todas horas, cuando nunca antes se hizo.
Un pezón que también nos demuestra lo flojos que somos. El miedo que nos da ser consecuentes con nuestras propias ideas y con nuestro modo de vida. El pavor que nos supone coger un cuchillo y cortar el cuello a un pollo o abrir en canal a un cerdo, una vaca o un ternero. ¿O quizá es que no son nuestras ideas? Quizá son ideas impuestas, pero cómodas. Una forma sencilla de no preguntarse por cómo funcionan las cosas, sino de dejarse llevar.
Pero ese pezón no es un trozo de beicon. Es el cuerpo de un animal; un animal que vivió, como tú, o yo, o tu perro, o tu gato; y lo que todavía es peor; ese pezón te está diciendo que eres un hipócrita, que no quieres ver lo que hay detrás de los kilos y kilos de productos cárnicos que colapsan todos los supermercados, todas las ciudades y la mayoría de los países; el pezón de un animal al que alguien mató, y un error que no volverá a cometerse en un buen tiempo, porque todavía no somos suficientes los que queremos que pienses en todo esto; porque la mayoría se contentará con tener tiras de panceta libres de pezones.