Revista Talentos

Un pliegue del tiempo

Por Majelola @majelola
Un pliegue del tiempo
 

    Inmersa por estas fechas en el ambiente de mi primer barrio, Canillas. Removiendo las memorias para intentar ordenarlas, comprenderlas, interpretarlas. He vuelto a pisar las calles que pateé de niña, y la remembranza se anega en el recuerdo de los patios encalados, en las calles de tierra, en el aire incontaminado. 

    Subo por la calle Agustín Calvo, y me detengo en mitad de la acera para observar el bloque de pisos que tengo enfrente; en el bajo está la papelería Pegaso, que lleva con el cierre echado muchos, muchos años. Era de mis tíos, que habían traspasado el bar restaurante del mismo nombre, cambiando los platos y las botellas por los libros y el material escolar. Ahí, justo ahí donde está la papelería, estaba nuestra casa. Con su fachada blanquísima y el membrillo asomando, como un centinela. 

    Pensé que si el tiempo pudiera doblarse como un pañuelo, yo estaría dando la mano a la Mariaje niña, a Quechu, como me llamaban a la madrileña para decir Ketxu, diminutivo adquirido por mi nacimiento en Bilbao. En Getxo para más señas, acaeció el suceso. Pues bien, podría decirse que el tiempo se solapó un instante, porque sentí como si la niña estuviera allí, mirando su casa como yo miraba el lugar que había ocupado. Y me estremecí. Fue una leve sacudida, la noté en las rodillas y en la garganta. En la mirada húmeda, de improviso. Permanecí clavada allí, casi inmóvil, hasta que un coche aparcó delante. 

    Seguí recorriendo las calles, reconociendo mis huellas y recovecos, temblando de emoción. A caballo entre el hoy y el lejano ayer. Lejano para mí, no para la vida. Ítaca estaba ahí, en un pliegue del tiempo. Casi pude tocarla con los dedos. 

Mariaje López. 

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