El blog de unlibroaldía me descubrió a David Toscana. No tengo medida y cuando algo me gusta, no me veo harta, lo que significa que leí tres libros seguidos del autor mexicano. Me enganchó con su Ejercito iluminado, en el que el general Matus se pone al frente de un pequeño batallón de discapacitados con la idea de recuperar El Álamo y devolver Texas a México. No es la única lucha del general, que también desea el reconocimiento de su tercer puesto en el maratón de las Olimpiadas de París, aunque él no corriese en Francia sino en Monterrey. Es una historia que tiene algo de quijotesca y que también comparte el humor amable de Steinbeck en Cannery Row, con personajes muy humanos que se tratan con un cariño no exento de sentido del humor, pero sin ridiculizarlos en ningún momento.
" Los hombres hechos y derechos, aquellos que tienen una mujer esperando su regreso, son los únicos capaces de acabar con el rival, pues a fin de cuentas las guerras no se ganan por la patria, sino por la mujer que dejamos en casa."
"La guerra es una larga parranda que se interrumpe de vez en cuando para disparar, y ni aún entonces, si uno no suelta la botella de aguardiente."
Si el ejercito me gustó, El último lector terminó de conquistarme. Un cadáver encontrado en un pozo guarda un singular parecido con la protagonista de otra novela de final trágico, la muerte de Babette, tanto es así que ni siquiera la madre de la muchacha es ajena a la semejanza, lo que ya le hacía presagiar un mal final para su hija. Las dos Babettes se convierten en una, al igual que en la vida se combinan literatura y ficción, al menos en la mente de Lucio, el bibliotecario, cuya manera de clasificar los libros no se atiene a las normas convencionales, la censura depende de si la obra merece guardarse o destinarse a pienso de cucarachas. El mismo Lucio podría haber salido de una novela de García Márquez, sobre todo en los fragmentos en los que se refiere a su mujer, Herlinda, y su hijo Remigio comparte algunos de los rasgos soñadores de su padre, del que aprende a ver la ficción de la realidad. Todo en este libro es como una rara joya, de esas que te hipnotizan con su belleza y de las que desearías atrapar cada matiz, es la mejor descripción que se me ocurre.
"A los doce años, Babette poseía la vanidad de una mujer mayor y gustaba de llevar vestidos ceñidos en la cintura, que mostraran un mínimo de pantorrilla. Adoraba los días de viento porque el revoloteo de su negrísimo cabello hacía fulgurar sus ojos claros, tristes, de plomo; ojos siempre viendo el horizonte, más allá de su delicada nariz. Aunque de piel muy blanca, al punto de traslucir venas azules en brazos y mejillas, no daba la impresión de ser enfermiza; todo lo contrario: quien la mirara detenidamente notaría una carne compacta, severa para su edad y casi varonil, a no ser porque unas incipientes formas de mujer comenzaban a perfilar una hechura de esas que silencian
voces a su paso "
"Viva Pancho Villa, cabrones, y la virgen de Guadalupe. Le rezan a uno y a otra, hacen sus propias novelas. Creen en ellas como usted y yo creemos en Babette [...]. [Creen]en ángeles, demonios, crucificados y tantas cosas que nadie ha visto ni verá más que a través de las palabras; entonces no me explico por qué se resisten a entrar en mi biblioteca, por qué piensan que hay un abismo entre la vida y el papel"
Estación Tula, en mi opinión, no tiene el mismo encanto que las anteriores. En la historia un anciano recurre a un aspirante a escritor para dictarle sus memorias, desde el momento de su concepción, y el rechazo que despertó su nacimiento, al despertar de su amor y el deseo de ser alguien digno de la amada, un amor que el escritor trata de reproducir en su propia vida. Es una novela que se lee bien pero no está a la altura de otras obras del autor, posiblemente porque es anterior y se nota en que es menos compleja pero también más convencional y me dejó un regusto a incompleto.