Después de la entrada de la semana pasada acerca del Mobing Maternal Laboral me quedé con la sensación de haber dado una visión demasiado negativa de la situación que tenemos las madres en relación a nuestro papel de profesionales dentro y fuera de casa. Sí, porque como madres también somos profesionales.
No voy a negar todo lo que dije en aquel momento, pero ahora quiero, con algunas pincelas de mi propia experiencia, dar una opinión un poco más positiva y esperanzadora.
Cuando tuve a mi bebé gigante, gracias a la IMPAGABLE ayuda de mi padre, me pude reducir la jornada y trabajaba sólo por las mañanas. Sí, perdía dinero, pero me estaba de cosas superfluas y todos nos ajustábamos un poco el cinturón. Sí, estaba agotada de levantarme a las seis de la mañana para activar el sacaleches y dejar las botellitas preparadas para mi precioso bebé. Sí, tenía que oir comentarios sobre lo bien que vivía trabajando tan pocas horas (no sé que pensarían que hacía por las tardes pero sesiones de peluquería o largas siestas os aseguro que no). Pero cuando recogía a mi niño a mediodía, tenía por delante toda una preciosa tarde para estar con mi pequeño.
Al llegar mi pequeña foquita decidí coger una excedencia porque los abuelos tienen un límite y porque la guardería estaba muy bien pero para unas pocas horitas y tampoco me salían los números. Vamos que iba a trabajar para pagar la guardería. Así que desde hace un tiempo estoy en casa alejada del mundo profesional-laboral e inmersa de lleno en el mundo profesional-maternal. En este parón he dejado de ingresar dinero y me he convertido en la mantenida (me encanta esta palabra porque me imagino a mi pareja sujetándome con un brazo como si mantuviera un trofeo) de mi marido. Tengo miedo de la vuelta (cada vez más cercana) al trabajo, de hecho la ansiedad anticipatoria es común en mi vida. Pero todo esto vale la pena. Este precioso paréntesis en mi vida, que me ha regalado mi pareja, porque sí, ha sido una decisión de los dos, porque somos un equipo, es lo mejor que me ha pasado nunca. Estoy exprimiendo cada segundo con mis pequeños. La satisfacción de verlos felices a mi lado, no tiene precio. Me da igual no haberme comprado un jersei en dos temporadas; me da lo mismo no haber viajado a las Malvinas; no me importa ir un poquito desaliñada (pero elegante, siempre); no me importa. Los abrazos de mis hijos son LA FELICIDAD hecha realidad.
De lo que dice la gente, pues la verdad, escucho lo que me interesa. Eso lo he aprendido de mi bebé gigante, que tiene sordera selectiva (cuando le digo que recoja algo se queda sordísimo, pero si le ofrezco un caramelo, se le cura al momento). Pues eso, que las personas que no entienden mi postura, respeto la suya pero tampoco intento convencerlas de lo contrario. Yo me considero una buena madre porque quiero a mis hijos y porque ellos nunca se van a dormir sin haber sonreido. Todas las madres, con un mínimo de sentido común, son buenas madres para sus hijos, así que no hay que cambiar a nadie.
Cuando tenga que volver al trabajo, asumiré mi nueva realidad con dignidad (espero). Sé que vertiré más de una y más de dos lágrimas, pero ha de ser así. Me esforzaré porque mis hijos estén felices con la nueva situación y lucharemos día a día por continuar siendo felices. Pero como decía Scarlet o'Hara Ya me preocuparé de eso mañana. La infancia de nuestros hijos es demasiado corta para perderla con pensamientos negativos sobre el futuro.