Puede que estas palabras sorprendan a más de uno. ¡Si ya me sorprenden a mí misma! Más que nada por verme tan crítica ante una realidad que forma parte de mi vida y quiero tanto. Precisamente por esto mi crítica encuentra su razón de ser. Estoy dándole vueltas a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que tuvo lugar hace poco más de una semana en la ciudad portuguesa de Lisboa. Estuve allí como peregrina y participando activamente en el programa oficial de actividades gracias a la misión de la comunidad Fe y Vida. Era mi segunda JMJ tras Madrid y con escenarios personales diferentes. Apenas recuerdo cosas, pero sí la cantidad de jóvenes que estos grandes eventos reúnen. Y estos días no dejo de recordar la imagen que compartieron personas de mi entorno y muchos periódicos y realidades cristianas por redes sociales. Es la imagen que acompaña esta reflexión: la explanada del "Campo de Gracia" repleta de un millón y medio de personas (la mayoría jóvenes). La verdad que no deja indiferente a nadie, ¿o no? Y ahí me hallo yo y mis preguntas.
Mirando al grupo que íbamos desde España y mi realidad local, puedo diferenciar diferentes militancias en la fe. Hay personas para las que Jesús es el centro de sus vidas, otras para las que forma parte de sus vidas y otras tantas que todavía se están enterando de qué va esto de la fe. Y alguna habrá que no quiera nada de eso, pero se animó a ir por la insistencia de un amigo o de sus padres o no tenía nada que hacer y prefirió juntarse con toda esa gente que quedarse en casa más sola que la una. ¡Y todo está bien! Sí, es un buen reflejo de las historias personales de cada uno, de sus procesos de madurez y de su vivencia de la fe. Entonces cogiendo esta pequeña representación podemos extrapolarla a otras tantas realidades locales del resto de países y toparnos con ese millón y medio de jóvenes y no tan jóvenes que escuchó al Papa, rezó y durmió a la intemperie. ¿Podemos decir que somos reflejo de la Iglesia y que somos todos cristianos? ¿Podemos alardear de que estamos todos convertidos o la mayoría y queremos optar por Jesús? ¿Realmente esta es la juventud del Papa y el presente de la Iglesia? Lo único que rondaba por mi mente y que verdaderamente me importaba era dar respuesta a esta otra pregunta: ¿qué testimonio damos? De aquí parte todo lo demás...
Pero antes de continuar con el resto de reflexión, estando allí yo me preguntaba qué pensarían de nosotros al vernos las personas no cristianas o las autóctonas que no tuvieran nada que ver con lo que allí celebrábamos. Quizá dirían "¡¿pero toda esta gente cree en Dios, vive la fe, es cristiana?!". Y acto seguido, quizá se preguntarían esto otro "pero... ¿dónde han estado todo este tiempo?". Reconozco que esta última pregunta me la hice. Es verdad, ¿dónde estamos? Si, al menos en España, nos da vergüenza manifestar cualquier gesto de fe o decir que creemos en Dios. Se suponía que tenía que ser un apoyo moral ver a tantos jóvenes y personas que viven la fe como tú y como yo, pero, llamadme incrédula, no lo ha sido tanto. Ha sido un apoyo moral, sí. Pero no tanto. ¿Por qué? Porque más que nada ha sido un impacto visual y social. Una masa de la que sigo viendo (y en mí) muchas incoherencias. ¿Cómo puede ser? Porque somos humanos y la condición humana es lo que es: limitada, débil, inconsistente por sí misma. Y porque somos personas a las que les aterra el compromiso y les cuesta vivir vidas en verdad.
Quizá lo que últimamente está más en mi corazón sea la necesidad de SENCILLEZ en la vivencia de la fe en la vida de cada uno... y en la Iglesia. Y no tanto el ir provocando al personal no cristiano, demostrando qué es realmente atractivo o diciendo "nosotros, nosotros, nosotros"... El testimonio es con la vida, no con las palabras. La vida en gestos, actos, compromisos. Y aquí es donde verdaderamente pecamos y peco. Se podía ver cómo la limpieza en la explanada brillaba por su ausencia: tantas botellas, bolsas y restos orgánicos tirados por tierra. Tantas comidas dejadas por ahí, echadas al suelo y mal aprovechadas. Tanto egoísmo por llegar los primeros, coger buen sitio sin importar llevarse por delante a personas. Tanto orgullo por conseguir la foto con Bergoglio o asistir a un evento como The Change. La paradoja estaba servida y con ella la confusión para tantas personas que observan en la distancia y no tan distancia las palabras del Papa Francisco y las acciones de los jóvenes creyentes, cristianos o simpatizantes de Jesús que acuden a compartir su fe y su vida con otros.
Pero... otra pregunta más, ¿una JMJ tiene un impacto real en la vida y en la fe de todos lo que la viven? En los eventos centrales eché de menos más tiempo del Papa con los jóvenes o alguna actuación o actividad que implicara la participación de los jóvenes, incluso tiempos de oración todos juntos cada día, compartir algo más que el lugar y momento. Para todo el esfuerzo que llevaba desplazarse al lugar del acto se me quedó un agrio sabor de boca. Es un evento que crea mucha expectativa y quizá sea ese el problema. Al final, la JMJ es lo que es: un encuentro mundial puntual cada 2, 3 o 4 años de jóvenes cristianos que escuchan las palabras del Papa y para llegar a ello pasan por toda una experiencia de horas de caminata, largas colas bajo el sol e incomodidades varias. ¡Y para algunos vale la pena! Es parte de la experiencia. Sólo que la parte espiritual, cuesta creerlo, queda un poco al margen y prima más lo social, las actividades, los conciertos... Buscar un rato para orar era la misión de la jornada que se quedaba sin completar por otras cosas que el día te llevaba a vivir. La experiencia te enseña para la próxima vez que tienes que ir con un programa estudiado para sacarle partido a la semana y reservar esos momentos de encuentro personal con Jesús. ¡De todo se aprende!
¡No todo estuvo mal! También impactó para bien el silencio sepulcral en la Vigilia del sábado ante la presencia de Jesús Eucaristía en medio de todos nosotros o cuando el Papa Francisco empezaba a hablar. Impactaron para bien las palabras y el respeto ante estas palabras de aquel tan concisas, acogedoras, claras y directas. Impactó para bien el servicio de tantos voluntarios y personas encargadas para semejante evento que no es fácil organizar ni albergar en una humilde ciudad. En verdad estamos agradecidos de poder tener un encuentro de fe a nivel mundial y tener la oportunidad de conocer otras realidades cristianas alrededor del mundo pues te abren horizontes. Lo que hay en mi interior es un anhelo de que no quedara todo en un evento puntual cada 2, 3 o 4 años con un impacto social, visual o apoyo moral, sino que se pudiera acompañar a todos esos jóvenes en pequeñas realidades cristianas como puede ser una comunidad y mostrarles una forma de vivir, adentrarles en una experiencia de fe cotidiana... ¡que les sostenga en lo que la vida les presente!