Ya se hizo mayor. La vida quiso que fuese dando tumbos sin fijar la mirada en una meta, y siguió con pasión irrefrenable el vuelo de los zánganos; quiso ser como ellos, y aprendió sus oficios llamativos y alegres, pero ellos volaron y está sola, tan sola como estuvo mientras los perseguía, imitaba y amaba. Siguió haciéndose mayor, mayor incluso para volar con ellos, y las otras abejas le hincaron -envidiosas de aquella libertad- sus aguijones, le inyectaron la ponzoñosa y triste verdad del mundo adulto, y el instinto de la recolección, que le era extraño. Quiso huir... Era tarde. Se habían disipado los fulgores del bosque, y había sólo flores que expoliar por el bien de la especie, había celdillas que llenar -la medida del trabajo- y delitos y culpas y castigos que cumplir por el tiempo derrochado. Así que aquí la tienen, aprendiendo el oficio de la supervivencia colectiva y mirando salir cada mañana y regresar cada noche a los zánganos hermosos, lozanos, sonrientes, mientras oye murmurar con envidia a las obreras...
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