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Un poema de Eloy Sánchez Rosillo

Publicado el 02 marzo 2010 por Angpama
Un poema de Eloy Sánchez Rosillo

Mi buen amigo J. me comenta por correo electrónico su extrañeza tras haber leído la entrada anterior: "En varias ocasiones te he escuchado, en tus recitales de poesía o en conversaciones privadas, aludir a las razones de tu gran aprecio por la persona y la obra de Eloy Sánchez Rosillo [...] Seguramente no recuerdas -me dice- que en su libro "La vida" hay un poema sobre Donizetti titulado "Una fotografía"..." Le respondo que desde luego recordaba el poema y -por si no lo hubiera recordado- lo tenía entre los resultados de las búsquedas que hice en Google antes de ponerme a pergeñar el artículo, que escribí por encargo -con 48 horas escasas para entregarlo y la limitación añadida de que la extensión no fuera mayor de dos folios- y en el que las citas de Carnero y Colinas son significativas de un cierto estado de opinión en la época -mediados de los setenta- en la que se escribieron (y en concreto la de Carnero una mera alusión en el seno de un poema "metapoético", como la mayoría de los de ese libro suyo). Pero también estoy contigo, querido J., en lo excelente de la oportunidad para traer el poema junto a la reproducción del daguerrotipo en el que se basa (tomado al parecer por el propio Daguerre en París en agosto de 1847) que el propio Eloy me ha facilitado, lo que desde aquí le agradezco:

Entre aquel hombre al que le dio la vida

tantas noches de gloria en los teatros

más famosos de Europa y éste que, inoportuno,

nos muestra en su patética ruina

el viejo y cruel daguerrotipo, no hay

sino un poco de tiempo.

-sigilosa, implacable-, la sífilis ha ido

con tesón completando en este cuerpo

su siniestra tarea. El resultado

del oscuro proceso de destrucción podemos

verlo en todo su horror en la tremenda imagen

a la que me refiero, una de aquellas placas

de los primeros tiempos de la fotografía

(hecha, según sabemos, en agosto del año

Sí, ese triste guiñapo que sin piedad ninguna

recoge el objetivo es cuanto queda

del célebre Gaetano Donizetti.

todavía es un hombre joven, aún no ha cumplido

cincuenta años, pero ya la muerte

muy de cerca lo ronda. Ahí está, derrumbado

en el sillón de un cuarto de la casa

que ahora habita en París, ajeno, ausente.

Junto a él aparece, circunspecto

y mirando a la cámara con pesadumbre, Andrea,

el sobrino del músico en quien ha recaído

el penoso trabajo de cuidar al enfermo.

Tiene el maestro contraído el rostro

por el dolor; los ojos y los puños,

cerrados y apretados con fuerza; la cabeza,

caída sobre el pecho silencioso

del que antaño dulcísima brotara

como luz milagrosa tanta música.

diría que este hombre es el mismo que hizo

las espléndidas óperas que recorren triunfantes

los teatros de Italia, Francia y Austria.

¿Qué ha sido de las noches clamorosas de estreno

en que la multitud lo celebraba

y emperadores, reyes, nobles damas, magnates,

lo trataban con suma deferencia?

Todos hablan ahora del pobre Donizetti,

del año y medio que ha pasado el músico

en aquel manicomio de Ivry; circulan muchas

habladurías sobre la terrible

enfermedad venérea que contrajo en alguna

de sus innumerables aventuras galantes;

bien ha pagado el desgraciado -dicen-

su vida disoluta, la afición desmedida

que a cualquier laya de mujeres tuvo.

Sólo unos meses faltan para que al fin la muerte

lo libre del tormento de vivir de este modo.

Mas seguirá después su prodigiosa música

rodando por el mundo. Nunca será olvidada,

y les dará a los hombres para siempre

consuelo y esperanza, emoción y alegría.


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