José Luis García Herrera es un continuador de la poesía simbolista en su poemario El viajero en la niebla, sin negar su honda preocupación por la caducidad del ser humano
Por: Manuel García
Publicado por la editorial El Full, El viajero en la niebla es un libro de poemas que nos involucra en esa estética tan genuina y particular de García Herrera, el simbolismo. Su uso metafórico de la palabra y su adjetivación sutil para matizar actitudes ante la visión del paisaje son inherentes a su escritura.
No estamos ante una poesía barroquizante, sino ante una poesía que busca en el hermetismo una forma de traducir la vastedad del mundo, y solamente a partir del símbolo, de la construcción de sinestesias y metáforas, es posible la concreción, una concreción pasajera que se disuelve como esa niebla ante el viajero o el explorador: “El viajero pinta sombras de humo bajo las farolas, y voces de niebla que ruedan desde la plaza de Santa Ana hasta la pálida memoria de mis huellas recorriendo la ruta solitaria de las sombras” (pág. 31).
Ya dije en anteriores reseñas sobre la obra de García Herrera, que este poeta no renuncia al tono machadiano, porque el propio paisaje se lo impone y, ante esa severidad del espacio, el lenguaje de García Herrera se impone a su vez espléndido, luminoso, dentro de la opacidad de esos temas existenciales que construyen sus poemas: “Al otro lado del puente nos esperan. Siempre, al otro lado. Alguien, no sé, que nos mira. En ocasiones desearíamos estar en las dos orillas, contemplar nuestra historia desde el balcón del ayer, desde el desfiladero del mañana.” (pág. 49).
Hay una sensación de apatía, de insatisfacción en esa búsqueda de las respuestas a los enigmas de la vida y de escepticismo que contrasta con ese lenguaje abigarrado donde el verso libre argumenta, expone y describe para darse de bruces con la niebla, con el silencio, con un vacío que obsesiona al creador y lo conduce a las orillas donde es difícil discernir dónde está el lenguaje y dónde lo real, lo real reflejado en el poema: “Ocurra lo que ocurra me dejaré atrapar en la red de los engaños, con el único consuelo de un saxo tenor: amigo al que le debo la vida después de cada noche sorteada con la fiebre de mi edad sin sueños. La herida del desamor todo lo cura”. (pág. 53). Enhorabuena, José Luis.