Que Ricardo Darín es uno de los mejores actores de su generación lo sabe todo el mundo. Y quien no lo sepa, que mire sus películas. Truman, Relatos salvajes, Nieve negra… Ahora de la mano del director Santiago Mitre encarna la presidencia de Argentina en una Cumbre Iberoamericana sobre el petroleo en América.
Mitre empaca un relato de personajes. Este presidente Darín se va despiezando poco a poco. Un hombre corriente aupado a la presidencia rodeado de su equipo de prensa que se enfrenta a una situación política crucial. La Cumbre en Chile es gélida como lo son sus cordilleras; la fotografía quieta ayuda a ello. Sin embargo, cuando todo debería estar focalizado en la cumbre, en los juegos de poder, las razones personales entran en juego. La familia trastoca su agenda. Aquí podría verse un relato que recuerda a House of cards.
Mitre esconde bien las intenciones de los personajes. De hecho llega un punto en el que no les conocemos y cuando la intención sería sembrar la sombra de la duda sobre ellos, el resultado es más bien el de no entender nada. Hacia el segundo tercio de la película cunde la desorientación en el espectador. Quizá en parte debido a por dónde se lleva el conflicto familiar plagado de interrogantes.
Entre tanto político suelto y tanto asesor, una periodista está escribiendo un libro de entrevistas. Las preguntas pese a sonar inteligentes y quisquillosas, caen en saco roto y solo dejan describir la fachada de los políticos. Mitre plantea un panorama desolador en el que las grandes cuestiones políticas se deciden en despachos privados; donde se venden y compran futuros de poder. Por eso, quizá Mitre no quiere que conozcamos realmente al Presidente. Porque pese a estar siguiéndole constantemente, y que la cara de Darín es una enciclopedia de emociones y gestos, un político es opaco.